Cobrando conciencia alimentaria
Poco más de un cuarto de siglo después de recuperar su independencia, Armenia trata aún de adecuarse a los estándares mundiales en cuestiones tan importantes como la regulación y control de alimentos y medicamentos, el respeto a las leyes del medio ambiente, la protección de la naturaleza y otros temas donde todavía imperan el descontrol y la indolencia que no hacen más que deteriorar la calidad de vida de su población.
No es un secreto que la mayoría de los alimentos que se venden en los comercios armenios carece de controles de sanidad adecuados. Muchos de ellos son importados, pero dudosamente su real procedencia se vea refleja en los rótulos que obligatoriamente deben tener los envases al igual que las características alimentarias del producto en cuestión. Tiempo atrás, estalló una polémica con relación a los productos lácteos cuando una consultora privada armenia difundió los análisis practicados a una decena de yogures y quesos de manufactura local e importada. Se comprobó que casi ninguno de ellos se adecuaba a los requerimientos estatales, advirtiéndose además que lo expresado en los envases era totalmente falso pues nada tenía que ver con su real contenido.
La ausencia de controles reales o la insuficiencia de ellos hacen que los productores o importadores de alimentos esenciales incumplan con sus obligaciones con el fin de acrecentar sus utilidades.
Por estos días está en discusión la cuestión de los alimentos transgénicos, un tema muy preocupante para los armenios acostumbrados a la pureza orgánica de sus frutas, verduras y hortalizas. Quién no ha ponderado alguna vez el exquisito sabor de los tomates armenios o la incomparable textura y dulzura de los damascos y duraznos de las fincas armenias. Las autoridades han caído en la cuenta que una empresa multinacional como Monsanto estaba invadiendo el mercado armenio con semillas transgénicas que modificarían el perfil de la agricultura armenia, arruinando suelos y perjudicando a los pequeños productores.
Es cierto que los distintos gobiernos han tenido que preocuparse por cuestiones sociales y económicas aparentemente más urgentes que otras como las que tratamos en esta nota. Pero abandonar a su suerte a los pobladores del interior permitiendo la instalación y explotación de minas de distintos minerales sin los controles correspondientes o con inspecciones laxas hechas por “amigos” que se ven recompensados al ignorar las transgresiones al medio ambiente que los concesionarios invariablemente llevan a cabo, es un verdadero crimen ecológico.
Y hay más, frecuentemente salen a la luz las “hazañas” de poderosos empresarios o reconocidos personajes políticos que hacen gala de sus armas y muestras sus trofeos de caza, generalmente cobrando piezas de animales en extinción. O la depredación a que fueron sometidas las aguas del lago Seván donde prácticamente desapareció su fauna autóctona obligando a replantar peces para recuperarlo como reservorio de nuestras tradicionales especies pesqueras.
La escasa o inadecuada información que por décadas recibió la población acerca de los alimentos que consume sumada a la inacción estatal generó un contexto del que ahora costará salir. Sin embargo, tal vez la toma de conciencia de una y otra parte, es decir población y autoridades, haga que de a poco se encarrilen las malas artes y que la seguridad alimentaria llegue realmente al estatus internacional con el consiguiente beneficio de todos.
Jorge Rubén Kazandjian