Avarair: Una batalla heroica -y decisiva- en la historia de Armenia
En Lepanto (1571), Waterloo (1815), (Chacabuco (1817), Río Marne (1914)…, los hombres de armas demostraron que a lo largo de la historia, las acciones bélicas, además de modificar lindes de la geografía territorial pueden afectar las instituciones, costumbres y creencias de los pueblos.
Tal, lo acaecido a la nación armenia, en cuyos anales se inscriben dos batallas memorables. La de Avarair, en el año 451 y mil quinientos años después, la no menos decisiva batalla librada en los frentes de Sardarabad, Pash-Abarán y Gharakilisé que posibilitó la declaración de la independencia (28 de Mayo de 1918) y la creación de la República de Armenia.
Antecedentes de la batalla de Avarair
La muerte del rey Drdat en el año 330 –fecha no precisa para los historiadores- marcó el inicio de un período de enfrentamientos armados con Persia. El país había quedado en manos de “najarares”. Feudales crueles y carentes de principios, cuyo egoísmo fomentó desavenencias que llevaron a la anarquía. La nobleza del país devastado fue débilmente contenida por “Catolicós” prudentes y algunas familias de la nobleza, entre ellas, los Mamigonian. Ashot Arzruní, en su “Historia del pueblo armenio”, se explaya sobre el tenor de vida del “najarar” de esos tiempos y al referirse a la dinastía Archakuní llega a afirmar que por la extensión de sus tierras, castillos y vasallos “…era la más aristocrática del mundo” .
Hacia el año 430, los “najarares” depusieron al rey Artashir, esperanzados en lograr mayor autonomía bajo soberanos extranjeros.
Salvo una pequeña región sometida a Bizancio, el resto del país pasó a ser la Armenia persa. Los promotores de la medida pronto advertirían el grave error del sometimiento. Una vez dueño del poder, el soberano persa pretendió obligar al pueblo a aceptar el mazdeísmo, especulando que la conversión forzosa a la religión de Zoroastro, con la adoración del sol y el culto del fuego, sustraería a los armenios de la influencia bizantina.
Cumplido un siglo de la conversión de la nación armenia al Cristianismo y enriquecida culturalmente con la invención de un alfabeto propio, ambos acontecimientos reavivaron la conciencia nacional y en el año 449 el clero junto a los príncipes y al pueblo se rebelaron contra las imposiciones de idolatría, aunque sin renunciar a la égida persa.
En respuesta a la rebelión, el rey de reyes otorgó a los armenios el plazo de un año para que abrazaran la religión pagana, decisión acompañada con la advertencia amenazante del saqueo de sus propiedades y de sufrir deportaciones.
Los “najarares” fingieron convertirse al culto mazdeísta pero, a pesar de esa muestra de debilidad, el pueblo se negó a apostatar y protagonizó una verdadera guerra santa. La multitud atacó a las tropas persas, apaleó a los sacerdotes paganos y destruyó sus altares.
Perteneciente a una familia tradicional de jefes militares al igual que Vasak, Vartán Mamigonian había sido oficial del ejército persa. Ambos acordaron organizar la rebelión; reclutaron tropas e intentaron alianzas con Bizancio, Georgia y la región de Aghvank. La nación armenia unida se preparaba para defender su religión.
La ayuda solicitada a Teodosio no pudo concretarse ya que el emperador de Bizancio murió a raíz de una caída del caballo. Marciano, el sucesor, además de negarse a colaborar, entregó a los persas información sobre la rebelión de los armenios.
Iniciadas las hostilidades, una columna reforzada con soldados georgianos y aghvanos atacó la guarnición persa de Georgia. Ante los acontecimientos, el rey Hazkert II dejó de insistir en la conversión forzada. Desconfiando de sus intenciones, Vartán avanzó hacia la frontera. Los persas reaccionaron y en represalia marcharon sobre territorio armenio.
A fines del mes mayo -o en los comienzos de junio- del año 451, en los llanos de Avarayr, enmarcados por las márgenes del Teghmut y en el linde fronterizo con Persia, acamparon los dos ejércitos. Desde algunos puntos elevados, el “sparapet” (“generalísimo”) seguía el movimiento de la caballería enemiga y la marcha cansina de los elefantes que a intervalos barritaban furiosamente.
Ante la superioridad numérica de las huestes enemigas, Vartán arengó a sus hombres con frases memorables: “Si la victoria nos acompaña, destruiremos el poder del adversario para conseguir que reine la justicia. Pero, si hubiera llegado el momento de que nuestras vidas acaben gloriosamente en esta batalla, recibamos la muerte con los corazones henchidos de alegría y sin que la cobardía contagie nuestra hombría y heroísmo… No permitamos que el miedo y el pesimismo tengan cabida en nuestros pensamientos y decisiones…”.
Las fuerzas armenias se dividieron en tres columnas. Vartán encabezó el ataque por la izquierda; las otras formaciones se confiaron a los príncipes Dimaxian y Arzruní. Luego de cruzar el río, la caballería dispersó un ala enemiga. Igualmente impetuosos fueron los ataques al centro y a la derecha. Sin embargo, la suerte del enfrentamiento fue decidida por la superioridad numérica del enemigo que contaba además con el empuje arrollador de elefantes especialmente entrenados, desde cuyos castilletes los soldados disparaban flechas y jabalinas.
Pese a la resistencia heroica, luego de infligir pérdidas considerables al enemigo, los armenios fueron derrotados. Vartán cayó del caballo atravesado por una jabalina y murió desangrado.
Como el soberano persa mantenía un conflicto con los hunos, en cierta medida se mostró contemporizador y ordenó tan sólo represalias contra el clero armenio sin insistir en la imposición del mazdeísmo.
Aunque Armenia perdió una batalla, inscribió en la historia la epopeya que salvó y vivificó su fe cristiana. Protegido por Persia, el país comenzaría a ser administrado por “marzpanes” sasánidas, príncipes de origen iranio a los que se confió el gobierno de parte del territorio.
Batallas con elefantes
Hace pocos años, en la iglesia armenia Nuestra Señora de Narek se descubrió una tela de grandes proporciones, evocadora de la batalla de Avarayr y de la muerte heroica de San Vartán, obra del pintor Gaguik Vartanian. Acorde con la naturaleza épica de la confrontación guerrera, el artista conjugó actores y elementos propios de una batalla del siglo V en latitudes remotas. De allí que el cuadro reproduzca el avance de los elefantes conducidos por soldados persas sobre la infantería armenia. Hecho insólito para el observador de nuestro tiempo, es explicable a la luz de la historia militar que guarda relatos de batallas con intervención de falanges de paquidermos. Sobre ello, sirva lo que se lee en el Primer Libro de los Macabeos, del Antiguo Testamento.
Forzando la analogía, podría aceptarse que en las guerras modernas, los tanques y carros de asalto evocan de alguna forma la presión incontenible de las formaciones de elefantes en el fragor de las batallas de otros tiempos. En los primeros siglos de nuestra era, las manadas de paquidermos integraron la fauna en distintas regiones de Asia y Europa.
La notable paleta de Vartanian merece una admiración similar a la que en su época despertaron los pintores franceses Carlos Le Brun (1619-1690) y Gustavo Doré (1832-1883), célebres por sus cuadros de motivos bélicos, en los que no faltaron los elefantes.