Diez años después el ideario de Hrant Dink sigue vivo
Hoy, jueves 19 de enero se cumplen diez años del cobarde asesinato del periodista armenio Hrant Dink. Un crimen cuya magnitud aún hoy pocos se atreven a determinar porque conmovió de tal manera los cimientos de la sociedad turca que obligó a las estructuras del poder a por lo menos mostrarse interesados a encontrar los responsables materiales e intelectuales de su muerte.
Muchos recordamos esa siniestra imagen donde se veía al joven victimario celebrando con los policías que lo habían detenido, que algunos reaccionarios medios turcos se encargaron de enrostrarnos. Esa vergonzosa muestra de cinismo fue por entonces una de las caras de una sumergida e ignorante sociedad que encontraba en ese vil hecho una manera de agredir una vez más a una de sus minorías, en este caso la armenia.
La cara diferente que mostró otro sector de la ciudadanía turca fue la de las decenas de miles de turcos que se autoconvocaron para despedir a un hombre, un periodista, que aún sabiendo que su vida corría peligro, no cesó jamás en el objetivo que se había planteado y que no era ni más ni menos el de reconciliar a armenios y turcos sin dejar de lado justas reivindicaciones, pero con la convicción de que era posible un acercamiento basado en la comprensión y la aceptación de una verdad que ningún historiador corrupto podría ocultar.
Ese 19 de enero todos los que bregamos en la militancia de la causa de todos los armenios también morimos un poco. Ese día perdimos a uno de nuestros soldados más valiosos que batallaba en la primera línea de combate, justo en las narices del enemigo. Y no lo hacía como un fanático o extremista, mientras reprochaba a los turcos por la negación del genocidio también reprochaba a los armenios que se dejaban llevar por el resentimiento. Era conciliador y valiente, reclamaba con el valor de su palabra, con la inteligencia de su identidad armenia.
Aguantó a pie firme todas las amenazas que recibió durante mucho tiempo y no pensó jamás en abandonar Turquía, no se victimizó ni trató de huir, sólo reclamó protección para él y su familia, algo que las autoridades turcas se negaron a concederle.
Y una tarde fatídica, un disparo certero efectuado cobardemente desde su espalda, atravesó su corazón quitándole la vida. El gatillo había sido accionado por un menor de apenas diecisiete años, incapaz de saber algo de Dink o tener noción de la cuestión armenia. Un novel esbirro enviado por los verdaderos autores intelectuales que jamás descubrirán su rostro porque aún hoy, una década después de ese magnicidio, la justicia turca se enmaraña cada día un poco más para no tener que dar con quienes pagaron por la muerte de ese corajudo periodista.
Hace diez años también celebrábamos la promulgación de la ley de reconocimiento del Genocidio Armenio. Por entonces escribía: "La alegría de nuestra comunidad luego de ver promulgada la ley 26.199, que reconoce el Genocidio Armenio, se ve empañada hoy por la muerte de un hombre que no temió decir la verdad y ofrendó su vida a la justa causa de su pueblo. Como colega y compatriota de Dink, no puedo menos que lamentar su dolorosa pérdida, pero me queda un consuelo: se sumó a los millares de armenios que murieron por la libertad de su pueblo. No manejaba armas, no era militar; sólo era un periodista."
Jorge Rubén Kazandjian