Rosa Majian, pionera del periodismo profesional
Periodista, escritora y docente universitaria, la Dra. Rosa Majian ha desarrollado una prestigiosa carrera en los medios, destacándose tanto a nivel nacional como internacional. Siendo la primera mujer de origen armenio en graduarse de la carrera universitaria de Periodismo y Relaciones Públicas, ingresó a trabajar en el Diario Clarín tempranamente, a fines de 1957, comenzando así su reconocida labor.
Desde su primera nota para este periódico, “El monasterio de la Isla San Lázaro” publicada el 8 de diciembre de ese año, se centró en temas propios de Armenia y su cultura. Sin embargo también sobresalió por su redacción de artículos relacionados a varios países de la comunidad internacional y por numerosas entrevistas a destacados miembros de colectividades extranjeras. Fueron todos estos trabajos, los que le merecieron el Premio de Periodismo en 1962.
Además de este galardón, fue premiada por el Ministerio de Cultura de la República Argentina con la Medalla al Mérito, así también como por la Academia Armenia de Filosofía con la Gran Medalla David el Invencible. A su vez, se puede resaltar que en 1972 fue elegida como presidenta por Argentina de la Asociación Internacional de Mujeres Periodistas, institución creada en Bélgica.
Además de todas estas distinciones fue recompensada con cinco becas internacionales y varias invitaciones oficiales desde los gobiernos de Armenia y otros estados europeos. Su carrera internacional siguió de 1966 a 1969 con su labor en la redacción del prestigioso diario de Estados Unidos The New York Times.
Ya en su vuelta al país se encargó de organizar y dirigir la Escuela de Periodismo en 1970 y la Cátedra Libre Armenia de la Universidad Kennedy en 1971, insertándose así en la docencia universitaria.
Habiendo trabajado a lo largo de sus sesenta años de profesional en reconocidos medios argentinos como Clarín, La Nación, Radio Nacional y Radio Municipal, y varios otros de la comunidad armenia como el Diario Armenia o Sardarabad, la Dra. Majian ha demostrado con sus logros y reconocimientos su lugar destacado dentro de la colectividad y el periodismo nacional.
Nota publicada en Clarín el domingo 8 de diciembre de 1957
El Monasterio de la Isla San Lázaro
Rosa Majian
El viajero que abandona la “Piazzetta” para internarse por medio de la góndola en los apacibles parajes venecianos, luego de una corta travesía se detiene maravillado para descubrir el encantamiento de la Isla San Lázaro. Lleva el nombre del protector de los enfermos de Oriente que, azotados por la lepra, se albergaron en ese lugar alrededor del siglo XII. Una vez disipada la plaga, la isla quedó solitaria, hasta que cinco siglos después en 1715, arribaron a Venecia los nuevos moradores para radicarse definitivamente. La congregación huía de la invasión turca en Morea. Estaba construida por doce frailes armenios, cuyo jefe de nombre Mekhitar, que significa “El Consolador”, restableció un mundo espiritual, científico y literario. La nueva tierra los acogió dignamente. Los fugitivos construyeron sus moradas sobre las ruinas ocupadas en otros tiempos por los leprosos en medios de tupidos bosques.
El Abad General estableció las reglas de la nueva orden, inspirada en su fe re religiosa y el amor a su patria. En esa época la nación armenia atravesaba el momento más doloroso de su historia. Oprimida geográfica y políticamente por Persia y Turquía trataba de recobrar su libertad. Más, a pesar de todas las restricciones, la libertad espiritual perduró eternamente. Desde entonces, los padres Mokhitaristas -así llamados en honor a su fundador- reciben a los viajeros, atraídos por la quietud del lugar, recorren ávidamente las construcciones de color ladrillo, rodeadas por cipreses.
Desde la pequeña cúpula de estilo gótico, un majestuoso campanario esparce sus notas en ademán de saludo. Se llega hasta allí, luego de cruzar un espacioso atrio colmado de flores y arbustos. A cada lado de la puerta de entrada se hallan dos inscripciones; una en armenio y otra en latín recordando la visita que hizo el Papa Pío VII en el año 1800. Entrando, se ven cinco altares. Al pie del altar mayor se encuentra la tumba de su fundador. En uno de los secundarios, un cuadro del rey Tirídates, primer monarca cristiano armenio quien fue bautizado por San Gregorio “El Iluminador”. En otra pintura se ve a San Mesrob, el inventor de los caracteres armenios. La comunidad celebra la misa en su rito e idioma nacionales, matizados por cantos religiosos. Cerca del refectorio, una escalera conduce a la biblioteca. Antes de entrar al amplio recinto, el visitante admira una magnífica pintura de Tiépolo: “La Paz y la Justicia”.
En su interior, satisfacen su curiosidad numerosos volúmenes de obras religiosas, literarias, científicas, traducciones de los clásicos griegos y latinos, destacados trabajos de la literatura europea. Un mueble contiene una colección numismática muy antigua. Sobre un pedestal descansa la estatua del Papa San Gregorio XVI y se descubre el busto del fundador de la congregación ejecutado en mármol de Carrara. Mirando hacia el cielo raso varios medallones representan a los más célebres doctores de la Iglesia Romana y Armenia. El convento posee un museo de Ciencias Naturales y una cabina de manuscritos. En la puerta de acceso de esta última se ve el retrato del emperador Napoleón III donado por el gobierno francés certificando su estima para la nación armenia.
Continuando el recorrido se llega a la imprenta. Obras de todos los géneros se imprimen para restablecer a la humanidad los valores artísticos y literarios del pueblo armenio sepultados durante siglos.
Antes de partir, el viajero deposita su firma junto a una colección de nombres de famosos emperadores, reyes y generales como el de los visitantes menos ilustres.