Stepanakert: Hallando belleza en un teatro decadente
Stepanakert.- Gariné Alaverdyan puede recordar fácilmente la atmósfera eléctrica que había en Stepanakert los días previos al debut de cada producción en el teatro de la ciudad, el Vahram Papazian Drama. Este era el lugar ideal para cualquier persona de la región, los vecinos caminaban kilómetros para asistir y se vestían con nuevos trajes, o tal vez algunos viejos pero bien arreglados. Los zapatos brillaban en los pies de aquellos que tenían la suerte de comprar una entrada.
Una orquesta daba la bienvenida a los invitados dentro del vestíbulo, donde se preparaba un buffet. Más de 350 personas encontraban su camino hacia los asientos de madera, con un terciopelo rojo, que descienden hacia el ancho escenario. Sobre ellos un gran candelabro de veinte lamparillas iluminaba la sala, mientras que otros 85 invitados ocupaban su lugar en los balcones.
Autora de varios libros sobre la historia del teatro y el grupo de drama, Alaverdyan prácticamente creció corriendo por los viejos tablones de madera. Hija de la directora artística y literaria durante cincuenta años, ella misma pasó a ocupar ese rol durante más de dos décadas hasta 1998.
Sin embargo no es el edificio que solía ser. El escenario, anteriormente una estructura giratoria, ha sido destruido para renovar teatros en otras ciudades. La araña permanece, pero rodeada de trozos rotos de papel tapiz y pintura verde descuidada. Los asientos están dañados y llenos de polvo. En los laberintos de detrás, sobre y debajo del escenario, hay antiguos salones de maquillaje, un salón de baile e incluso un refugio contra bombas.
En el exterior se encuentra una estatua del actor soviético que le da nombre al teatro, mirando hacia la calle.Pero no ha dado la bienvenida a nadie desde que la compañía teatral local fue trasladada a otro edificio cercano para un trabajo de renovación que nunca llegó. El nuevo espacio tiene un escenario pequeño y una acústica desastrosa, según lo afirma uno de los actores durante más de cuatro décadas, Samuel Evryan.
“Lloro cada vez que paso por este edificio. Los jóvenes que trabajan en el nuevo lugar no conocen la sensación de estar en un escenario real. Tenemos que volver”, asegura. Por su parte, la comisaria artística Anna Kamay tuvo una reacción parecida cuando visitó el teatro por primera vez en octubre de 2017. La estructura la hipnotizó instantáneamente a pesar de su evidente ruina. La mujer de 36 años ya había tenido la idea de dar un sentido de comunidad cultural a Artsaj, luego de mudarse desde Ereván el pasado otoño.
“Tengo que hacer algo en este edificio”, se había prometido a sí misma. Ahora, doce meses después, se para al lado de la estufa y cocina para su hija, mientras ella se ocupa de la mesa. Tiene un breve descanso de diez minutos en su casa, que está a muy poca distancia del teatro.
La habitación es un centro de actividades con artistas, músicos, periodistas y voluntarios de la comunidad que van y vienen constantemente.Los asientos principales, desafortunadamente fuera de los límites por razones de seguridad, contienen lamparitas de luz colocadas sobre cada lugar. El vestíbulo paralelo, lleno de tablas de suelo crujientes y con una iluminación tradicional, está lleno de miembros y visitantes. La creación Learning How To Fly de la artista estadounidense Laura Arena invita a las personas a escribir una nota a sus antepasados o de aquellos que solían caminar sobre estos pasillos. Las notas se convierten en aviones de papel que son lanzados en el vestíbulo. Más tarde, ella los cuelga de un hilo en una de las habitaciones de arriba, donde se elevan metafóricamente a través de la ventana abierta.
Otra instalación, elegida y seleccionada por Emma Harutyunyan, presenta los archivos de vestuario del teatro, con trajes de cientos de obras que cuelgan de un andamio provisorio.
Si bien en muchos aspectos el teatro ha sido olvidado, este fin de semana ciertamente no lo fue. Carteles, accesorios, folletos y recuerdos tangibles, crean una historia deconstruida del antiguo centro cultural de la región. Un reloj de péndulo falso se coloca en una de las habitaciones y docenas de armas medievales en otra. Un par de imitaciones de estatuas grecorromanas que representan a dos mujeres desnudas, poseen cables eléctricos que emergen de ellas. “Creo que los pezones pueden iluminarse”, dice Marcus, un fotógrafo norteamericano que ha reabastecido temporalmente la antigua barra con vino regional, coñac y una lista de precios atractiva.
Si su suposición es correcta, es muy probable que la producción fuera una de las que se mostraron durante la guerra de Nagorno-Karabagh, cuando, a pesar de los combates, las actuaciones continuaron, sobre todo con comedias para mantener la moral.
Este es el ambiente del festival que se está tratando de revivir. Mientras decenas de artistas que bajan a un teatro románticamente abandonado llaman la atención, y por lo tanto la financiación para posibles renovaciones, el espacio principal permanece en un estado inutilizable. Kamay quiere que esto se convierta en un lugar para que las personas de esta frágil región se involucren culturalmente. Quizás donde los jóvenes puedan aprender a leer líneas, o donde los jubilados puedan recordar historias del pasado. Un lugar que los turistas puedan visitar y sentirse enriquecidos. Uno que los residentes de Stepanakert puedan abrazar una vez más.
Alaverdyan sigue viviendo con esperanza al pensar en el patio de recreo de su infancia volviendo a la vida. “Sostener el patrimonio del teatro es el único camino a seguir”, comenta ella. “Esto se da con la convicción de que realmente puede ser hecho. Si no preservamos la historia cultural, se convertirá en polvo, caerá al suelo".
Joe Nerssessian y Tsovinar Hakobyan
EVNReport