Crónicas menores de una tragedia mayor
Buenos Aires (Diario ARMENIA).- Cuando ocurrieron los hechos, Lola tenía veintisiete años y vivía en el segundo piso, departamento 10, de un monoblock de la cuadra Nº 45. Ese día había ido a hacer las compras, como siempre, al almacén del barrio. En el camino, le llamó la atención que no estuviera la patrulla policial que habitualmente se encontraba estacionada frente a la oficina de correos. Sin referirle nada al dueño del almacén, compró algunas verduras y pescado para preparar la cena. Estaba embarazada de 6 meses y aún no lograba ponerse de acuerdo con su pareja acerca del nombre que el niño o niña tendría.
Muy cerca, a tan sólo media hora de viaje en coche, Yersilya se había despertado muy temprano para ir al mercado, como todos los días, a abrir el puesto de ropa usada. El comercio tenía un giro reducido, y eran más frecuentes los trueques que las ventas genuinas. Tenía 86 años y había nacido en una región montañosa a cientos de kilómetros de su ciudad, pero sus padres, a causa de la falta de trabajo, cuando ella era apenas una niña, habían debido buscar mejor suerte en la capital portuaria.
Ese día, el 29 de febrero de 1988, Lola fue víctima de un crimen brutal.
Un grupo de personas entró por la fuerza a su departamento y la arrastró a la calle. Allí la esperaba una multitud, en la que reconoció a más de un vecino, y un hombre, que la había golpeado sin parar mientras bajaban la escalera, le ordenó que se desvistiera. Como se negó, el hombre la golpeó todavía más fuerte. Después, la desvistió él mismo usando un cuchillo y, entre tanto corte de ropa, algunos puntazos lastimaron su piel.
Una vez desnuda la obligó a bailar. Nuevamente se negó, pero las quemaduras con cigarrillos la persuadieron de improvisar algunos pasos de baile. La humillación era atroz, y la multitud que la insultaba a los gritos hacía que todo fuera peor.
Entre los espectadores pudo ver al almacenero, ese mismo que más temprano le había vendido las verduras y el pescado. Gritaba y lo hacía de manera tan salvaje que la saliva brotaba a chorros de su boca.
En ese momento, y ya con la sangre nublando su vista, se preguntó si acaso no estaba soñando, o si acaso alguien no había cometido un error y la había apuntado como responsable de alguna crueldad imposible de ser tolerada por los vecinos del barrio.
Yersilya corrió igual suerte que Lola, pero ni una ni otra lo supieron. Ambas murieron ese día.
Si se continuara el hilo de la idea que había venido a la mente de Lola cuando fue atacada por la multitud, podría pensarse que tenían en común su apellido y que la pena del crimen cometido por una podía ser extendida a la otra.
Pero, a decir verdad, ninguna de las dos había cometido delito alguno. Tampoco eran familia: el apellido de Lola era Avagyan y el de Yersilya, Movsesova.
Entender estos dos asesinatos no es tarea sencilla. Quizás un poco de contexto nos ayude.
Lola vivía en Sumgait, una ciudad satélite de Bakú, la capital de Azerbaidján. En ese momento, era una república soviética. En Bakú vivía Yersilya, y en el año 1988 la Unión Soviética se enfrentaba a sus últimos días.
Junto con la Unión Soviética también caían las fronteras que la habían definido y el Cáucaso no fue una excepción. En un país vecino, Armenia, también soviético, la gente se volcaba de a cientos de miles en las calles de Ereván, su capital, a pedir la devolución de “nuestras tierras”.
Curiosamente, las tierras que los armenios reclamaban en Ereván formaban parte de esa región montañosa en las que había nacido Yersilya: Nagorno Karabagh.
Las autoridades de Azerbaidján, antes y después de la caída de la Unión Soviética, no creyeron que el reclamo de los armenios de Ereván y, luego, el de su Gobierno, fuera legítimo.
Seguramente existían muchos medios pacíficos para resolver la cuestión planteada, es decir, muchas maneras de determinar si los territorios mayoritariamente habitados por armenios desde hacía siglos debían continuar o no, siendo administrados por Azerbaidján. Después de todo, ambas Repúblicas habían cohabitado bajo la misma ley durante más de setenta años.
Sin embargo, al medio que utilizaron las autoridades azeríes no sólo le faltó carácter pacífico, sino también originalidad: ya que los armenios de aquí y de allá planteaban un problema, la mejor manera de resolver el problema era terminar con quienes lo formulaban.
Algo así había ocurrido en 1915 cuando, al otro lado del Cáucaso, en Anatolia, las autoridades turcas decidieron enviar al desierto a los armenios del Imperio Otomano. Algo así ocurre hoy en Siria. Entonces, y ahora sí, podemos comenzar a entender qué pasó esa mañana de febrero de 1988.
Lola, la joven, y Yersilya, la vieja, no compartían ni crímenes ni familia, pero sí compartían su identidad: eran armenias, al igual que otros trescientos cincuenta mil ciudadanos de origen armenio de Azerbaidján.
Ambas vivían en la diáspora, es decir, ambas vivían fuera de las fronteras de Armenia. Sin embargo, todos en Sumgait y en Bakú sabían que eran armenias: lo sabían sus vecinos, también lo sabían las autoridades.
No sabemos si esa mañana Lola fue a comprar verduras y pescado, o si su almacenero estaba o no entre la multitud que la atacó. Desconocemos si la patrulla policial se detenía frente a la oficina de correos. Peor aún, nadie sabe si había una oficina de correos de camino al almacén. No sabemos, tampoco, si Yersilya vendía ropa en el mercado o si hacía trueques por lo que necesitaba.
Ahora, lo que sí sabemos es que ambas vivían en esas ciudades, en esas direcciones, y que esa mañana no había en ningún sitio policía que las protegiera.
Sí sabemos que no fue casual que en Sumgait, en Bakú, en Kirovabad, en Marduní, por nombrar solo algunos sitios, cientos de azeríes se lanzaron a las calles, sin nadie que los detuviera, a asesinar a los armenios que vivían en Azerbaidján.
Sí sabemos que cientos de miles de armenios huyeron de Azerbaidján y sabemos que debieron buscar refugio en Armenia, en Rusia, y en otros países.
Sí sabemos que en Nagorno Karabagh fuerzas paramilitares entraron a poblados a buscar armenios previamente marcados y que los mataron de a cientos, y que estos, en respuesta, comenzaron a organizar autodefensas armadas.
Sí sabemos que hubo guerra y que fue heroica la lucha de los fedaí.
Sí sabemos que en 1994 se firmó un alto al fuego y que, pese a ello, la paz no fue alcanzada.
Sí sabemos que los armenios de Azerbaidján no regresaron a sus hogares en Sumgait, Bakú, Kirovabad, y que lo perdieron todo.
Por eso, y dado que esta no fue la primera vez que los armenios enfrentaron una campaña de limpieza étnica -el antecedente del Genocidio contra el Pueblo Armenio cometido por el Estado Turco entre 1915-1923-, nos permitimos escribir de este modo estas líneas, donde la ficción comporta tan sólo una manera de narrar lo que los documentos han demostrado sobradamente.
Sin embargo, y para que no se acuse a esta pluma de exagerar prolijos y circunstanciados relatos documentales, valga a continuación transcribir el documento que ha servido de base a esta ficción, que ya sabemos por qué es superada.
“El 29 de febrero de 1998, atacaron el departamento de Lola Avagyan, la desvistieron y la llevaron a la calle. La multitud salvaje y adoctrinada la obligó a danzar, la cortaron con cuchillos, le mutilaron su pecho, le quemaron el cuerpo con cigarrillo y la violaron. Su padre, Pavel Manvelyan, dijo que había estado en tres morgues: en Sumgait, en Bakú y en Mardakyans, donde finalmente encontró el cuerpo de su hija. Era el número 71 entre los cadáveres. Pavel Manvelyan declaró en Moscú y firmó su declaración. Ha visto más de 100 cuerpos apilados en tres morgues. L. Avagyan estaba embarazada de seis meses”. (Ver imagen superior) *
“Yersilya Movsesova, nacida en 1902 en la región de Marduní de Nagorno Karabagh, vivía en Bakú. La asesinaron en Sumgait, 3 Micro District, 6/2A, apt 18. “Hemorragia cerebral, fractura de los huesos craneanos, múltiples fracturas de costilla, traumatismos en la cabeza y cuerpo”. Se registraron otros 31 heridos de cuchillos”.*
Por eso, sabiendo todo lo que sabemos, nos preguntamos si no ha llegado la hora de que los miembros de nuestra comunidad y de la sociedad en general que marchan a la Embajada de la República de Turquía, también participen de la marcha que anualmente se realiza a la Embajada de la República de Azerbaidján.
Seguramente esa suma fortalecerá las voces de quienes recuerdan a los que murieron en la campaña de limpieza étnica y en la guerra de Nagorno Karabagh, de quienes reclaman el fin del discurso armenófobo de las autoridades azerbaijanas y de quienes exigen la paz y el reconocimiento de la República de Nagorno Karabagh, para desenmascarar a quienes equivocadamente piensan que aún es posible poner fin a la cuestión armenia eliminando al sujeto portador del reclamo.
Comité Aram Manukian de la FRA-Tashnagtsutiún
* Against Xenophobia and Violence, NGO, “The Sumgait Syndrome. Anatomy of Racism in Azerbaijan”,
Ereván, República de Armenia, 2012.