Sobre hostias y bofetadas
Para deleite de las multitudes, el presidente de Turquía suele declarar públicamente que todos aquellos que amenazan contra los intereses de su país, nunca han experimentado la “bofetada otomana”. En discursos preelectorales ha llegado incluso a alentar a sus partidarios a “repartir bofetadas otomanas” a través del voto, contra los “enemigos de la patria”. Desde una perspectiva histórica y para aclarar el término, se trata de un golpe que utilizaban los soldados del ejército otomano y que podía llegar a acabar con el oponente de un solo manotazo.
Más allá de lo anecdótico, lo cierto es que en el ámbito internacional las “bofetadas” son ahora de otra índole, sin manos pero igual de contundentes. Tal es el caso de la que recibió el gobierno turco desde la presidencia de la República Francesa el pasado 10 de abril, cuando se anunció la firma del decreto por el cual se declara el 24 de abril como día anual de conmemoración del Genocidio Armenio. Sin darle tiempo a sobreponerse, el mismo día llegó el segundo golpe, esta vez desde la Cámara de Diputados de Italia. El cuerpo legislativo de ese país resolvió lisa y llanamente pedir a su gobierno “que reconozca oficialmente el Genocidio Armenio y le dé resonancia internacional”.
Es una constante el modo en que el Estado turco reacciona cada vez que una “bofetada” europea de estas características sacude sus cimientos históricos. La irritación y el nerviosismo se tornan evidentes. Las amenazas contra el país en cuestión, las advertencias sobre las consecuencias negativas para las relaciones bilaterales, las acusaciones de ceder ante las “presiones” de las respectivas comunidades armenias o de utilizar el tema para sus intereses políticos internos, son moneda corriente en la diplomacia turca.
Sin reparar en exabruptos, los sucesores directos del imperio Otomano y de Mustafá Kemal pretenden menoscabar la imagen del adversario de turno haciendo alusión a las páginas oscuras de su historia. Exigen el “mea culpa” del europeo cuando ellos mismos se niegan a mirar de frente y sin tapujos su pasado reciente. Nadie, insisten, puede darles lecciones de historia. Pero ellos sí pueden. Y se sienten además con derecho a pedir cuentas, sin rubor, sobre lo sucedido en Argelia o en Ruanda...
En cada ocasión, esgrimen el remanido argumento de que los gobiernos o los parlamentos no son quienes deben juzgar la historia, sino que el tema debe someterse al “análisis” de los historiadores. Como si la historia y la política fuesen dos conceptos sin conexión alguna en el tiempo y en el espacio. Como si los crímenes de lesa humanidad fueran un tema exclusivo de los estudiosos de la historia. Y como si tras decenas de reconocimientos a nivel internacional -amén de ser un hecho histórico-político consumado y fuera de toda discusión- el tema del Genocidio Armenio aún necesitara “debatirse” en el terreno de la ciencia histórica.
La “gran bofetada” turca contra el pueblo armenio tuvo y tiene un nombre único e incuestionable: genocidio. Su contrapartida armenia tuvo el suyo, Némesis. Y cada 24 de abril, los reclamos armenios siguen siendo una “bofetada” al negacionismo. Ahora, a la verdad histórica se suman también las resoluciones de Francia y de Italia, dos certeras y no menos dolorosas “bofetadas latinas”. El cuadro se completa con sendos reconocimientos del Genocidio Armenio por parte de cinco comunidades autónomas -País Vasco, Cataluña, Baleares, Navarra y Aragón- y más de treinta municipios de toda España. Faltaría un par de “hostias” desde el Congreso de los Diputados y entonces sí, en buen romance, cartón lleno.
Dr. Ricardo Yerganian
Exdirector del Diario ARMENIA
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