El osito de Shushí
Entre las ventanas derruidas. A través de las paredes cascadas. Sobre el revoque azotado. Hace equilibrio. El Osito de Shushí.
Dan ganas de morderlo. De dormirse junto a él. En la baranda del segundo piso. Sonríe solitario. Necesariamente alto. El Osito de Shushí.
Vigila el balcón. Domina su morada. Cabezota erguida y blanca. Despereza lento. Detiene la mañana. El Osito de Shushí.
Desde la vereda de enfrente. Rebota en la Catedral. Vuelve al aire su mirada. Esconde la niebla. Interroga las entrañas. El Osito de Shushí.
Pieza extraviada de la historia. Orejas sucias y corazón de manzana. Barriga cubierta de mantas. Mece a los mártires. Eleva las plegarias. El Osito de Shushí.
Las manotas y las patas. Llena de negras uvas la panza. Desvía las marcas. Ataja el hueco de sordos cañonazos. Con su peluche ralo. Exclama. El Osito de Shushí.
Hace guardia. Su trinchera es su casa. Corre con el viento. Entrena a las montañas. Cuenta flexiones con cada foto. Colecciona miradas. El Osito de Shushí.
Las ojeras disimula. Las lágrimas aguanta. Si el sol sale reparte granadas. Perlas rubí que florecen. Del negro y blanco oso panda. Mece gritos errantes. Sueña las almas. Calma la sangre derramada. Ya casi lo logra. Somos chicos. Podemos confiar. Preguntar al pasado. Caminar el presente. Mirar. Escribir. Contar. Jamás olvidar.
El Osito de Shushí enfoca. Colores desteñidos. Fachadas desoladas. El peluche que todo lo abraza. Convierte minas en besos. Duerme despierto. Entre balas y almohadas.
Magda Tagtachian
Periodista
m.tagtachian@gmail.com