Avaráyr, un hito en la resistencia popular de los armenios
¿Cuántas veces oímos hablar de Vartán Mamikonian? Sabemos que se trata de alguien relevante de la antigüedad, acaso un prócer, y que fue un guerrero o militar. Los más avezados quizá recuerden que luchó contra los persas y que fue una suerte de loser – winner. Pero por qué es importante Vartán Mamikonian en la historia armenia. ¿No estará sobrevaluado?
La batalla de Vartanank tuvo lugar en la llanura de Avaráyr, cerca de la frontera persa en el año 451, a orillas del río Teghmut. Fue una confrontación decisiva para el mantenimiento de la fe cristiana entre los armenios. Distintos historiadores fechan la batalla con una diferencia de días. Mientras algunos mencionan el 26 de mayo, otros aseguran que fue el 2 de junio. Tal vez la diferencia esté dada por el calendario utilizado.
En aquellos años Armenia no era un Estado independiente. En el año 428 el país pasó a ser una satrapía del Imperio Persa, cuando Ardashés, el último rey de la dinastía Arshaguní, fue despojado de su corona.
Pero volvamos al bueno de Vartán. La batalla de Avaráyr o Vartanank, nombre dado en su honor, fue una dura derrota militar para los armenios a manos de las fuerzas persas, luego de una lucha encarnizada y desigual. Algunos historiadores aseguran que la relación de fuerzas entre persas y armenios era de 3 a 1. En el siglo V Persia era una de las potencias dominantes en la región y disputaba con el Imperio Bizantino la hegemonía en toda Asia Menor.
Así, con el campo de batalla regado con sangre armenia, incluso la del propio Vartán Mamikonian, comandante de las tropas nacionales, y varios de sus generales, la dependencia del rey persa fue un hecho. Una de las exigencias que había motivado el enfrentamiento armado fue abjurar de la fe cristiana y la conversión al mazdeísmo o Zoroastrismo. Pero las presiones y el uso de la fuerza no pudieron doblegar a los armenios, quienes luego de más de tres décadas, en el 484 lograron obtener la libertad de culto tras la firma del Tratado de Nvarsák. Este es uno de los antecedentes más antiguos en el mundo sobre el derecho de los pueblos a profesar libremente la religión.
La pulseada
Como ya se dijo, la batalla de Avaráyr fue una derrota militar pero en los hechos, aunque no inmediatamente, significó el logro del objetivo inicial propuesto por los armenios al enfrentarse al Imperio.
Los lectores más grandes recordarán aquello del “paroiagán haghtanág”, un clásico de los libros de historia armenia. Paroiagán haghtanág es una victoria moral, algo así como una versión políticamente correcta de “más vale maña que fuerza”.
En muchos pasajes de la historia, los armenios se vieron superados en fortaleza y número de combatientes por parte de las fuerzas enemigas. Este fue uno de los casos. En Historia del pueblo armenio, Ashot Artzruní sostiene que aunque quizás algo exageradas, los historiadores calculaban en 200.000 las tropas persas y 60.000 las armenias. Otras estimaciones hablan de 90.000 persas y 66.000 armenios y diferencia de potencial bélico.
Como fuere, lo más relevante es que los armenios terminaron llevando la peor parte, pero la fiesta no salió gratis para los oponentes, tampoco. Así, para los persas Avaráyr fue una victoria pírrica, con importantes bajas en ese bando.
Todo comenzó a mediados del siglo V, cuando la invasión de los hunos detuvo por un tiempo las frecuentes guerras entre persas y bizantinos en Asia Menor. Por entonces Armenia era una satrapía (marzpán) del imperio persa de los Sasánidas y como tal, sometida al cobro de cuantiosos tributos, privada de derechos políticos y persecuciones en materia religiosa, bajo el argumento de que los armenios cristianos eran espías de los bizantinos, muros adentro del imperio persa.
En 448 el rey Hazkert II privó a los najarárs (nobles) de algunos de sus derechos. La presión tributaria y política sólo podía menguar si los armenios se convertían al mazdeísmo y a partir de entonces adoraban al sol. En 449 un nuevo decreto real exigió a los nobles la conversión al mazdeísmo. La respuesta fue contundente. Reunidos en Artashat, el Catolicós Hovsep, 18 obispos, otros tantos najarárs y el propio sátrapa Vasak Siuní, decidieron rechazar los términos del emplazamiento. Esto fue considerado una rebelión y al año siguiente una decena de nobles fueron llamados a la Corte. Les dieron un año de plazo para renegar de su religión.
Ante la amenaza de represión en Armenia si no se convertían e instaban a la población a seguirlos, los nobles decidieron simular que se volcaban al mazdeísmo. Era la forma de poder volver a Armenia y organizar la resistencia.
Mientras tanto, sacerdotes mazdeístas ya estaban en Armenia, destruyendo iglesias y levantando en su lugar templos de adoración al sol. El Catolicós Hovsep y un obispo llamado Ghevont organizaron la revuelta, poniéndose al frente de lo que ya era un levantamiento popular.
La tensión iba in crescendo mientras Vartán Mamikonian organizaba las tropas, en base a fuerzas de infantería y caballería. La búsqueda de ayuda al emperador bizantino Teodosio fue infructuosa y hasta contraproducente. Éste informó a los persas, a través de su embajador, de los planes armenios.
A matar o morir
Según cuenta Ashot Artzruní antes del choque de fuerzas el sparapet Vartán Mamikonian arengó así a sus tropas:
“Si la victoria nos acompaña, destruiremos el poderío enemigo para que reine la justicia. Pero si ha llegado el momento de que nuestras vidas acaben gloriosamente en esta batalla, recibamos a la muerte con los corazones henchidos de alegría y no aunemos la cobardía con la virilidad y el heroísmo. El miedo es señal de pesimismo. Que ambos se disipen de nuestros pensamientos y propósitos”.
El compromiso con la causa nacional era total, a tal punto que Shushanig, la hija de Vartán Mamikonian, lideró entonces un cuerpo de mujeres voluntarias, que actuó en batalla a la par de los hombres.
El investigador y especialista en filosofía política por la Universidad de York, Mark Cartwright, sostiene en un ensayo sobre la dinastía Mamikonian, que “la batalla se convirtió en un símbolo de resistencia con Vartán como líder, quien murió en el campo de batalla”. Y agrega: “Rebeliones menores continuaron en las siguientes décadas y los Mamikonian, en particular, continuaron una política de cuidadosa resistencia contra el control cultural persa”.
Los esfuerzos se coronaron en 484 cuando armenios y persas suscribieron el Tratado de Nvarsák, firmado entre el general Vahán Mamikonian, sobrino de Vartán, y representantes del rey Balash de los persas Sasánidas.
Entre los aspectos centrales, el tratado reconoció la libertad de culto para los armenios cristianos y la detención de las conversiones al Zoroastrismo; estableció la destrucción de todos los altares de fuego existentes en Armenia; y que el rey de Persia, en persona, debe administrar Armenia, con ayuda de los gobernadores. Para esta función se nombró a Vahán Mamikonian.
Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar
Elefantes de guerra, un arma estratégica
Los historiadores recuerdan la decisión del general cartaginés Aníbal de utilizar elefantes durante las Segunda Guerra Púnica (218 - 204 A.C) contra el Imperio Romano. Su estrategia fue nada menos que cruzar los Alpes con un ejército de paquidermos, un arma realmente muy poderosa para la época.
Pero no fue Aníbal el primero en valerse de este recurso. Un siglo antes, en 331 antes de Cristo, los persas habían utilizado elefantes de guerra en la Batalla de Gaugamela, también conocida como Arbela, que enfrentó a las huestes al mando de Alejandro El Grande de Macedonia con el rey persa Darío III del Imperio Aqueménida.
Los persas dispusieron en el centro de sus líneas a 15 elefantes traídos de la India, bien entrenados y de gran tamaño. El terror que provocaban estos animales y la diferencia de altura con la caballería tradicional resultaban estratégicas en aquellas épocas de combate cuerpo a cuerpo. Pese a ello, el rey Darío terminó perdiendo aquella batalla.
A lo largo de los años, los elefantes fueron usados durante los sitios a las ciudadelas. Desde la altura era más fácil para los arqueros y lanzadores superar el nivel de los muros. Pero la principal finalidad de los cuerpos de elefantes era sembrar el terror entre los oponentes.
C.B