Mi compadre Tito Zakian (1935 – 2015)
Ya pasaron casi sesenta años y siempre te veo entrando a la casa de mis padrinos en Soldati, con tu blanco uniforme de colimba de la Marina, y a medida que recorrías el patio revoleabas la gorra y en rápidos movimientos tu ropaje se convertía en un amasijo de trapos, e inmediatamente te ponías a jugar con mi “telefonito” pues sabias que me fastidiaba lo que hacía disfrutar como loco.
Luego, cual tornado que pasó, dejabas un tendal de desorden en toda la casa, mientras comías algo, te lavabas, mudabas de ropas, y así como habías llegado volvías a irte, y jamás cerrabas la puerta.
Esta situación se repetía prácticamente en las casas de cuanto “tomarzatsí” amigo de tu padre Hagop había en el barrio.
Ya incorporado al “ZA-ZO” fundacional, tus viajes desde la “Docta” a esta Capital se sucedían vertiginosamente, al igual que tu ritmo de trabajo, compromisos comunitarios, amistades, y tantas cosas más que prácticamente “no dormías”, por lo cual recuerdo más de una vez en que mi padre intentaba sin éxito obligarte a una “cura de sueño”.
Mientras tanto, nuestras “chuseadas” futboleras ya eran un superclásico por los únicos medios de entonces: personalmente, teléfono o postal.
Muchas cosas de esos años las interpreté cabalmente, años después, cuando vos mismo me transmitiste tu enorme gratitud por la guía y consejo que habías encontrado en mi padre, Martin.
Otra vivida imagen es verte llegar desde la esquina hacia nuestra puerta, en Carlos Calvo, de la mano de la Titi, tu flamante esposa, recién vueltos del viaje de bodas a Nueva York, sin soslayar la corrida del viejo para fotografiar vuestro casamiento, mientras nos dejaba veraneando en Mar del Plata.
Y hablando de veraneos, cómo no recordar los de Carlos Paz y particularmente el de Villa Independencia, donde me apropie del padrinazgo del Guille que estaba por nacer aun, ya que Dani era ahijado de mis viejos, como lo fue después Diego, y Silvina también fue ungida con nuestro Sagrado Miurron teniéndola en mis brazos junto a mi esposa Alicia.
Inolvidables las interminables charlas de temas varios, siempre acompañados de mate y abundante “picada” que tanto te gustaba y Armenia, mi madre, preparaba felizmente.
Recurrentes eran siempre las ganas, más que las oportunidades, de llevar a cabo proyectos en común, hasta que se dio y un día por teléfono me decías: “macho, hay un local pegado al mío. Yo ya lo tome. Si lo queres es tuyo.
Y así fuimos cordobeses bajo tu protector alero, yo y mi familia un par de años, y casi una década mi hermano Teto.
Siempre fuiste el palenque tan necesario “ande” todos sin excepción te tuvieron cuando hacía falta, los de cerca y los de lejos, amigos, parientes, conocidos, compañeros, etc. etc.etc. si, así sin orden prefijado. Y que bien te definen las palabras del poeta cuando dice: “vad engueroch hamar ankam guiankn gu da …”
Así junto a Susana, “tu palenque”, formaron las cuatro maravillas que los llenaron de nietos, todos dignos sucesores de tu hombría de bien, de espíritu comunitario y religioso, de capacidades técnicas, y por sobre todo de inmortal espiritu armenio.
Kevork Keshishian