Soghomon Tehlirian

“Maté a un hombre, pero no soy un asesino”

17 de marzo de 2020

Con traducción de Abraham Aharonian, editado por el Diario ARMENIA y con el apoyo de Fundación Jean y Carmen Apkarian, el libro Operación Némesis - Los vengadores armenios, de Jacques Derogy, narra uno de los hitos históricos armenios. El sobreviviente del genocidio cometido contra los armenios por el Imperio Otomano Soghomon Tehlirian, mató de un disparo a Mehmet Talaat Pashá, ex ministro del Interior en 1915 y quien había dictado la deportación y aniquilamiento del pueblo armenio. Frente a las anécdotas sobre los avatares vividos y en un acontecimiento sin precedente jurídico, los jueces lo declaran inocente. Esto fue parte de la Operación Némesis orquestada por la Federación Revolucionaria Armenia.

La localización del refugio de Talaat y la identificación de sus itinerarios y hábitos iba a ser un trabajo de largo aliento. Dos semanas de vigilancia delante del número 47 de la calle Uhland no dieron ningún resultado. Solo pudo observar la aparición, dos veces al día, de un criado cargado y una sola visita, la de Ismail Hakka, que descendió de un autobús acompañado por un hombre con abrigo de piel. Hechas las investigaciones, el hombre en cuestión era un médico alemán, el Dr. Wagner. Poco antes de Navidad Soghomon se enfermó: secuelas de una tifoidea que había contraído en Ereván durante la guerra. Tuvo que abandonar el Hotel Tiergarten y regularizar su situación ante las autoridades policiales.

(…)

Apenas restablecido, Tehlirian, se aprestó para retomar su acecho, pero debía dar el cambio de domicilio, porque sus co-locatarios, Apelian y Eftian, ignoraban todas sus actividades y nada suponían de su misión. Pero, se dedicaron a entretenerlo durante las salidas para superar su fastidio. Le presentaron muchachas y lo entusiasmaron para que perfeccione la práctica de la lengua del país.

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Tehlirian regresó a su ventana más esperanzado. En efecto, hacia las 11:00 horas una limusina negra se detuvo delante del número 4. Primero descendió el Dr. Roussouhi, que se inclinó sobre la puerta del chofer para pagar el precio del viaje. Una pasajera, vestida de negro, salió del vehículo, subió los escalones de la entrada y giró la llave de la puerta de acceso. Sin duda era la bella esposa de Talaat. Tehlirian abandonó su cuarto con rapidez para reencontrarse con sus compañeros en el Hotel Tiergarten. Habían recibido una carta del Comité Central Tashnag de los Estados Unidos, responsables de la operación. Se superponía con las informaciones llegadas de Constantinopla y daba luz verde: “Llegó el momento de pasar a la acción. Nosotros les damos la orden de abatir a Talaat sin demoras y dejar de lado a los otros criminales, aún si se escapan”. En la mañana del 13 de marzo, Soghomon Tehlirian observaba atentamente a la mujer que salía de la mansión. Deslizó un silbido de admiración por la gracia de su andar y la elegancia de su silueta. Una prostituta, sí. Difícil imaginar que haya podido desposar a tal monstruo, si ignoramos que ella fue una dirigente fanática de la Ittihad y que fue la inspiración política de su tosco esposo. Tehlirian se hacía estas reflexiones mientras la seguía en la calle, justo hasta el Jardín Zoológico. Después se encontró con Hazor que le indicó que había una agitación anormal en el número 47 de la calle Uhland, un ir y venir no habitual de turcos, como si hubiera “cierta cosa en el aire”. Esa noche vio pasar al Dr. Roussouhi, luego las luces del 4° piso se apagaron. 126 Operación Némesis - Los vengadores armenios Hubo que esperar dos días, hasta el 15 de marzo, para que Talaat apareciera en su campo de visión.

El “Pashá” estaba en el balcón con intención de calentarse con los primeros rayos primaverales del sol. El mismo abrió la ventana y caminaba a lo largo y ancho del balcón con su libro de alemán. Talaat tenía aire pensativo. Regresó al interior del departamento. Era la hora para ir a la reunión en la calle Uhland. La conjuración de revanchistas. Quince minutos más tarde estaba en la puerta de salida, con su pesado abrigo negro, escudriñando la calle por todos lados, antes de dirigir sus pasos hacia el lugar habitual, balanceando su bastón. Tehlirian se precipitó sobre su valija, tomó la pistola, saltó sobre su abrigo y descendió rápidamente las escaleras, plegando el sombrero sobre su frente. Saltó literalmente sobre la vereda, atravesó la calle, apuró el paso para atrapar al hombre del bastón, después ralentizó el ritmo, como si tuviese dudas: tenía que divisarlo para estar seguro y se acordó, también, que un hombre acechado puede volver sobre sus pasos instintivamente cuando se acerca el cazador. Entonces, Tehlirian cruzó la calle, avanzó rápidamente para estar a la altura de Talaat sobre la vereda opuesta, lo pasó ligeramente, bajó a la calle en las cercanías de la Escuela de Música: estaba a solo dos metros de Talaat. Sacó la pistola de su bolsillo. ¿Se cruzaron sus miradas? ¿La de Talaat se congeló cuando su perseguidor llegó sobre él? ¿Tehlirian pretendería más tarde que lo vio palidecer, que sus labios y su bastón se pusieron a temblar? ¿Talaat tropezó o quiso agacharse para esquivar la bala? El disparo, único, hizo el ruido de una explosión. El cuerpo de Talaat saltó, osciló, colapsó frente al sol, la sangre que brotaba a chorros de su cabeza se coagulaba sobre la vereda. Un solo disparo. Tehlirian ni siquiera vació su cargador. Por el contrario, dejó caer su arma y antes de intentar huir la multitud lo rodeó, mientras permanecía con la punta de sus zapatos sobre la sangre de su víctima. Tampoco forcejeó cuando la gente lo atrapó en la calle de Los Faisanes y la esquina de Hardenberg. Solamente dijo que lo que pasó no tiene nada que ver con los alemanes.

Un ajuste de cuentas que viene de otra parte. Gracias a la sangre fría de dos testigos y la llegada de la policía logró evitar que lo lincharan. Se sometió serenamente a una golpiza. En su fuero interior sabía que había abatido a la Estatua del Comendador, él había exorcizado el espectro de su madre que había embrujado sus noches con un reproche viviente. Se identificó con los fedaí que luchan por su pueblo, con los héroes que encarnaban la lucha revolucionaria.

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