Confesiones de un científico: Testimonio del Dr. Ezras A. Asratian (1903-1981)
“Mi infancia ha transcurrido a través de un mar de sangre y fuego, en la ardua lucha por un pedazo de pan. Me tocó en suerte este amargo destino, como hijo de un trabajador del campo que tuvo la desgracia de nacer en un pobre pueblo de Armenia, en la parte ocupada por los turcos. En 1915, a la edad de doce años, sentí por primera vez todo el terror de la infernal maquinaria de la sangrienta guerra. La negra borrasca de la masacre de la pacífica población trabajadora armenia, se extendía con la velocidad de un relámpago... eso de haberme salvado durante esa matanza me parece un verdadero milagro. Me habían vestido con ropas de niña, de la misma forma que salvaron su vida muchos chicos adolescentes... un grupo de armenios logró salvarse gracias al ejército ruso que operaba en el frente turco. Yo me salvé de la misma forma, pero me aguardaban muchos desafíos todavía... en 1920 estaba en el orfanato de Kars... en la época cuando me encontraba en Tiflis, luego de un agotador trabajo y numerosas peripecias, por las noches me sentaba bajo la luz del farol de la calle, y devoraba los textos y otros libros que recibía de parte del hijo de un comerciante que iba a una escuela. En retribución a su gentileza, le resolvía problemas de aritmética... ”, así escribía al comienzo de su autobiografía el distinguido científico Dr. Ezras Asratian, discípulo de Iván Pavlov (1849-1936) el Director del Departamento de Fisiología del Instituto de Medicina Experimental de San Petersburgo y Premio Nobel de Fisiología en 1904.
Sus trabajos fueron pioneros sobre los reflejos condicionados y la relación estímulo-respuesta, en los que también se destacó internacionalmente Asratian con sus investigaciones sobre los procesos del comportamiento y las funciones cerebrales. Ahora era el Director del Instituto de Pavlov. En agosto de 1959, presidió la delegación rusa que asistió al XXI Congreso Internacional de Ciencias Médicas y Fisiológicas, que se realizó en Buenos Aires, elegida como sede de ese evento mundial en mérito al Dr. Bernardo Alberto Houssay (1887-1971), a quien la Academia Sueca había galardonado el año 1947, con el Premio Nobel de Medicina y Fisiología.
En ese mes de agosto yo estaba por recibirme como médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Recuerdo mi alegría y orgullo al saber que un armenio presidía la delegación rusa.
Pero no es todo. Me permito un interesante agregado personal. Durante mi carrera formé parte de un excepcional grupo de siete compañeros de estudio. Llamativamente, todos ellos se dedicaron a la investigación básica y con el tiempo se destacaron en el país y en el extranjero. Yo fui el único que se inclinó por la medicina asistencial. En una oportunidad me invitaron a una cena íntima de despedida. Uno de ellos iba a viajar al exterior para perfeccionarse en un campo especializado.
Éramos alrededor de veinte personas, entre ellas el Dr. Bernardo Houssay, “nuestro” Premio Nobel. Apenas nos presentaron me saludó con afecto. Mi hermano Roberto había sido docente de la Cátedra de Fisiología, y yo había rendido examen con Houssay, durante su breve regreso a la Facultad en noviembre de 1955. El otro examinador fue el Dr. Eduardo Braun Menéndez, a quien admirábamos por su prestancia y conocimientos; discípulo de Houssay y candidato a otro Premio Nobel por sus importantes aportes al estudio de la hipertensión arterial experimental en animales. Lamentablemente, falleció pocos años después en un accidente aéreo en Mar del Plata, en el viaje inaugural de una empresa de aviación.
En esa reunión de despedida, Houssay era el centro de todas las conversaciones. De pronto nos preguntó: “¿Saben dónde queda Londres?” Todos respondimos con el silencio. La obviedad de la respuesta seguramente encerraba alguna doble intención, nadie quería pisar el palito, menos en público. Al final, él mismo tuvo que dar la respuesta: “Londres queda en la Argentina, más precisamente en Catamarca”. Así aprendimos que Londres es el nombre de una localidad de esa Provincia.
Luego, antes de continuar, me miró unos instantes, como si dudara de comentar algo.
-Doctor Bedrossian. Usted es de origen armenio. Le voy a contar algo.
Todos estábamos pendientes de las palabras del maestro.
-Hace poco tiempo estuve en Moscú en el laboratorio del Profesor Asratian.
Ninguno de nosotros ignoraba que Asratian, discípulo de Pavlov, descollaba como uno de los fisiólogos más destacados del mundo.
Houssay continuó hablando. -En cierto momento me llevó a un lugar aparte. Acababa yo de encomiar a los discípulos de Pavlov y a la Escuela Rusa de Fisiología. Pero, ¿saben qué me dijo?
Todos continuábamos intrigados con los ojos bien abiertos. Ahora más que antes.
-Los rusos están avanzando en todos los campos. Pero yo, Doctor Houssay, no soy ruso, soy armenio. No lo olvide.
Dr. Eduardo Bedrossian