Es tiempo de valientes
Cuando pensamos en la valentía pueden surgirnos recuerdos de héroes, próceres, superhéroes de ficción o la imagen de alguna persona en inferioridad de condiciones que salva su vida o la de terceros mediante una acción sobresaliente.
Yo creo que la valentía que merece destacarse consiste en hacer algo por otro que el otro no puede hacer por si mismo pero que a la vez debe costarle al valiente algún riesgo y que cuanto más importante es el riesgo, más valiente es el sujeto.
También puede decirse que una acción valiente es aquella que se hace sin que haya nada algo material para ganar y que al mismo tiempo encierra la concreta posibilidad de que se pueda perder mucho al hacerla pero que quién la realiza tiene la seguridad de que hizo lo correcto, que hizo lo que había que hacer, que hizo algo por otro, por ese otro que merecía que se realice una acción valiente en su nombre.
Esto es lo que hizo el Papa Francisco con nosotros. Realizó una acción llena de coraje por y para los armenios sin tener absolutamente nada material para ganar y mucho para perder.
Con su espectacular reconocimiento del Genocidio Armenio abrió innumerables frentes diplomáticos en su contra, fue vilipendiado por la insolencia turca en boca de sus representantes de gobierno, pero recibió el apoyo de otros valientes y el agradecimiento eterno y sin límites de todo el pueblo armenio desde el más encumbrado al más pequeño integrante de nuestra nación milenaria.
La paradoja la representa una persona que normalmente cae bien a quien lo observa con imparcialidad, que prometió reconocer el Genocidio Armenio de todas las formas en las que pudiera si accedía al poder y que una vez allí traicionó sus dichos y de esa forma arrojó al olvido las esperanzas de nuestra nación que sigue aguardando justicia.
Barack Obama no es un hombre valiente y su defecto nos involucra, nos llena de impotencia y frustración, nos hace continuar la lucha, tal vez, hasta el resto de nuestros días.
Las cosas se dan del modo en que se dan y comprender la simpleza de lo que se acaba de expresar es vital para trazar la estrategia adecuada que nos lleve a vencer en esta lucha que lleva cien años y que nos tiene como actores centrales desde que nacimos.
La diplomacia mundial es un juego donde mandan las coordenadas geopolíticas y a nosotros, los armenios, nos tocó siempre, hasta ahora, estar del lado débil de la ecuación y a los turcos, en cambio, sentarse en la mesa donde se deciden las grandes cuestiones.
Esto nos deja a cada uno de nosotros y a nuestra nación en protagonistas de una lucha titánica ya que tenemos que conseguir que el mundo entero obligue a Turquía a reconocer el genocidio que ha perpetrado desde un lugar de inferioridad ya que nadie tiene algo material para ganar si nos apoya y mucho para perder si lo hace.
Desplegada a nivel mundial la política negacionista turca siempre tuvimos que actuar en inferioridad de condiciones, generando conciencia tanto individual como colectivamente y clamando memoria, verdad y justicia.
Nosotros también hemos sido valientes. Hemos mantenido esta lucha en soledad sin nada para ganar en lo material o en lo personal pero con todo el compromiso para no fallarle a nuestros mayores y para dar el ejemplo a nuestros hijos. Lo hacemos por Cristo y por la humanidad toda.
Realmente reclamar sin claudicar por un hecho criminal impune desde la periferia de la escena mundial, es un acto valiente y con estas líneas quiero despertar el orgullo de los compatriotas que año tras año hacen Causa Armenia desde su modesto lugar sin ganar otra cosa que honor y dignidad.
Yo me siento orgulloso de ser armenio. Orgulloso de pertenecer a un pueblo milenario que tiene una rica cultura y un ser nacional fuerte y cristiano.
Me da orgullo luchar por la Causa Armenia. Cada uno de nosotros durante cien años ha puesto su gramo de arena y de esa forma hizo patria para que 23 países ya hayan reconocido el genocidio armenio y a Turquía como su responsable político.
El Papa Francisco habla al mundo profesando que ha llegado el tiempo de los valientes y exhorta a serlo.
Nosotros debemos responder continuando sin cesar en este arduo camino exigiendo justicia y reparación. La valentía nuestra consiste en no claudicar, en no renunciar a la exigencia de que flamee nuestra bandera en la cima del monte Ararat.
Y los líderes mundiales deben responder sin mezquindades, alguna vez, y resolver simplemente que los armenios fuimos víctimas de un genocidio y que el responsable político del mismo es Turquía.
Ese día el mundo será un mundo mejor y la humanidad habrá marcado un hito en su evolución.
A pesar de que las potencias centrales tengan por el momento aliada a Turquía, no debe soslayarse el hecho de que guardan siempre bajo la manga su carta de impulsar la posibilidad de alentar el reconocimiento del Genocidio Armenio para mantener a raya a los turcos, siempre afectos a la desmesura.
No soy iluso, acabo de escribir lo difícil que es el panorama geopolítico pero soy cristiano y nunca perderé la fe. Siempre abrigo la posibilidad de que la imbecilidad turca dé la nota que los haga salir de la mesa de los poderosos como también la esperanza de que la contundente declaración del Papa Francisco despierte la valentía en los líderes mundiales y que unilateralmente o en conjunto tengan un acto de contrición y afirmen que Turquía es responsable del genocidio armenio y que la conminen a la reparación de un crimen tan aberrante.
Mientras me preparo para concurrir a la próxima actividad que mi armenidad me demanda, sospecho que no soy el único que ya tiene un caro champagne listo en el refrigerador para abrirlo el día en que se haga justicia.
Dr. Guillermo A. Karamanian