Nuestro Colegio Jrimian y “la revolución” de la música armenia en Buenos Aires
HABÍA UNA VEZ UN ADOLESCENTE IMPACIENTE POR VOLVER A SU CASA EN EL OTOÑO DE 1973…
Cuando éramos chicos los cuentitos empezaban con el “gar u chgar”.
Y es lo primero que volvió a mi mente cuando el amigo Riki Yerganian me sugirió que escribiera sobre la hermosa locura de la música armenia que vivimos a partir de los 70as. y que comenzara, como casi todo los trascendente, de casualidad.
Hubo una vez una tarde a la salida del Cole, donde esperaba aburrido caminando el patio y pateando piedritas, que mi mamá, Vana (Vanuhí) Azarian, terminara su tertulia de cada tantas semanas con sus amigas la Rectora Farix Tavitian y la Secretaria de Primaria Susana Jochoian (quien de hecho era medio pariente y había sido su alumna de armenio cuando de casi nena le había tocado reemplazar como “oriort” a Diguín Koharik en la Misión Americana de Barracas) y con el Secretario de Secundaria Rubén Mozian.
Cuando al fin mamá apareció, respondió a mi cara de traste por su tardanza preguntándome de dónde venía la música que a lo lejos interrumpía el silencio del Jrimian vacío de alumnos.
Me llevó casi a la rastra hasta entrar al enorme Salón Comedor y ahí, sin darme tiempo a balbucear que conocía al generador de la melodía que habíamos seguido, le preguntó a boca de jarro: “¿No le podés enseñar a Jorgito a tocar como vos?”.
Quien enseguida interrumpió su magistral ejecución del “Sud é Sud é” en bandjo y le respondió con una sonrisa de oreja a oreja que sí (respuesta que sumada al “mandato materno” me cortaba toda ruta de escape), no era otro que “Ava” mi compañero de 2do. Año, hoy el reconocidísimo artista plástico Alejandro Avakian.
Y así empezó todo.
DE LAS CLASES CON AVA A LA CREACIÓN DEL “CONJUNTO FOLKLÓRICO ARMENIO ARMÉN SEVÁN”
No sé explicar por qué me enganché tanto con ese extraño instrumento y con mi paciente profe.
Hacía años que se supone estudiaba guitarra con un maestro que venía a casa los viernes por la tarde, pero juro que cada vez que lo recuerdo suplico su perdón y, en particular, el del autor de la zamba desde la que nunca pude avanzar, donde con un rasgueo vergonzante acompañaba un aun más desganado “te digo adiós y acaso, te quieeero tadavíaaaaa…..”. Pobrecitos, y pobrecito yo también.
Con Ava era otra cosa. Lo pasábamos tan bien!
Me enseñaba con atípica dulzura para los modos que los chicos en pos de ser grandes usábamos a esa edad, dónde poner cada dedo para que esas cuatro cuerdas dobles de metal sonaran afinadas. Me llevó así a pasar horas incontables dándole y dándole hasta mutar decenas de veces la piel que se iba cortajeando hasta formar las callosidades necesarias, para terminar siendo juro sin falsa modestia que es verdad un buen “mandolinista”.
Y de golpe todo se fue precipitando.
Se agregaron enseguida Darío Arzoumanian con un “tmpuk” (el derbake árabe, porque en esos años instrumentos armenios literalmente no se conseguían en el país) y Mihrán Kalaydjian tocando la pandereta.
Enseguida Riki Yerganian, con su acordeón que tocaba lindo, Alejandro Avedikian en su condición de pianista que hasta entonces desconocíamos y un buen día, el papá de Darío, Barón Aram Arzoumanian nos tiró la idea de armar un conjunto “en serio”.
Ya no recuerdo cómo, pero elegimos para “bautizarlo” un nombre que si bien nos generó infinidad de previsibles chistes tontos de los no armenio parlantes, tenía para nosotros la enorme significancia de homenajear al “Barón Denorén”, al Director del Jrimian de nuestros años infantiles, Hovannés Devedjian, quien tenía en la comunidad la calidad de “prócer” por haber ejercido un cargo en el Gobierno de la Primer República Armenia de 1918 y como autor literario utilizaba el seudónimo que adoptamos: “ARMÉN SEVÁN”.
EL DEBUT “OFICIAL” HUMILDE… TEATRO COLISEO
Fue de este modo como casi sin darnos cuenta, empezamos a tocar en cuanto evento se diera en el Colegio, en Homenetmén y en dónde nos llamaran.
¿Y qué tocábamos?
Ese es un tema en el que se justifica detenernos.
La respuesta excede lo musical y se funda en la geopolítica y las características de la diáspora armenia: Llegaba al país un importante número de obras musicales desde la Armenia entonces Soviética.
Discos de una calidad impresionante (desde los originarios de pasta frágiles al extremo para rayarse al paso repetido de las púas de tocadiscos o combinados, e incluso quebrarse, hasta los “modernos” y hoy resucitados de vinilo simples, con un tema por lado, o “Long Plays” que solían reproducir hasta doce en cada cara), de soberbios cantantes y conjuntos folklóricos cuyo más excelso exponente lo constituyó el “Conjunto Tatoul Altounian”.
Una calidad increíble, donde se conjugaba la enorme orquesta de instrumentos folklóricos y un inigualable coro de decenas de voces (el “Kohar” actual es en parte su reedición).
¿Quiénes escuchaban y se deleitaban con ese material?
Los “viejos”, los abuelos, primeros refugiados armenios en Argentina.
Sus hijos, nuestros padres, en la lógica de toda generación que busca ser aceptada por la sociedad en que pretende desarrollarse, se aferraban a la música de la Ciudad, el tango (imborrables los grandes eventos en el “Salón del Centro Armenio” hoy “Siranush” donde después del teatro y los extensísimos recitados en armenio con orgullo destaco que con su principal exponente en mi mamá, a partir de su flamante título de Profesora de Declamación y Arte Escénico, los mayores dejaban sus sillas y los jóvenes las corrían a un costado para dar paso a Orquestas Típicas como la de un tal Juan Darienzo, y arrancar con la milonga).
El lugar para la música armenia como parte de los festejos masivos vino después.
Y la pregunta obligada es entonces qué música se utilizaba en esas fiestas.
Pues no otra que la que llegaba del centro cultural de la diáspora, que no sólo nos proveía de los libros de texto escolares: el Líbano.
Con un perfil mucho más “arábigo” que las provenientes de Haiasdán, escuchábamos a Addís Harmandian; Levón Katerdjian; Karnig Sarkissian…
En Buenos Aires su música era interpretada desde conjuntos escolares que dirigía la profesora Yerchanguhí Topalian, hasta por tres muy buenos grupos profesionales que se repartían los eventos a animar: “Tatoul Altounian” en honor al homónimo armenio; “Sayat Nová” y “Armenia”.
Imitando en particular a estos dos últimos, comenzó a crecer nuestro “Armén Seván”, hasta llegar a la fiesta de fin del año escolar 1973 en el Teatro Coliseo.
Fue Rubén Mozian quien nos convocó a participar, y quien nos torció el brazo cuando en un típico gesto de desubicación adolescente pretendíamos actuar usando trajes “civiles” y no el uniforme escolar…
Mas tuvimos que enfrentar otra discusión previa, ésta entre bambalinas: la oriort esposa del Profesor Jean Almouhian intentó tachar de nuestro repertorio elegido el “Darí Lolo” argumentando después aprendí que con razón que el tema no era armenio sino kurdo. ¿Cómo podía ser eso cierto si era uno de los que mejor nos salía y la gente más disfrutaba?
Y así entonces ocupamos el escenario del Teatro Coliseo con el “refinado” minirecital que comprendió: “Sirem Kedz”; “Darí Lolo”; “Karún Karún” y “Arí Arí”.
¿Qué pasó?
La apoteosis: ¡el teatro lleno vivaba cada tema haciendo palmas y hasta replicando el ritmo con los pies sobre el piso!
Estábamos tan eufóricos que sin pedir siquiera permiso salimos del recinto y nos sentamos en el barcito de al lado a festejar brindando… con jarras de licuado de banana con leche…
AÑO 1974, CAMBIA TODO CAMBIA: BIENVENIDA LA ELECTRÓNICA, NACE LA REVOLUCIÓN MUSICAL
Si resultó difícil explicar hasta aquí cómo nacimos a la música y crecimos tan rápidamente, más me va a costar transmitir a los lectores la forma en que todo se multiplicó geométricamente y sin darnos cuenta, estábamos creando algo nuevo y rodeados de cada vez más cantidad de cables, equipos y nuevos instrumentos.
En la hermana República del Uruguay se había iniciado una movida distinta y original frente a la nuestra. No me pregunten la causa, quizás sólo la inspiración de músicos que el tiempo demostró fueron grandes en su arte.
Ya se conocían en esta margen del Plata interpretaciones folklóricas a través del “Conjunto Shiraz”, de onda parecida a los capos cordobeses Avakian & Co. del sublime “Kusán”.
Pero algo distinto y por mucho amanecía en Montevideo.
Recuerdo un single jugadísimo con “efectos de sonido de mar” de “Ievo” (Barón Azad Karaguezian me confidenció una vez que cuando este chico actuó en el Hai Guetrón, prácticamente lo habían sacado corriendo…), pero se nos hizo la luz y todo cambió para los jovencitos (ya de 3er. Año) del “Armén Seván” cuando llegó a nuestras manos el primer L.P. del “CONJUNTO ELECTRÓNICO ARMENIO DE MONTEVIDEO”: desde la tapa donde de un lado los integrantes se veían de frente marchando hacia el Río, como el dorso en que se presentaban caminando de espaldas. Una locura.
Y el sonido: salvo la persistencia de una mandolina y un tmpuk, todo eran instrumentos electrónicos; equipos y efectos antes nunca utilizados en nuestras melodías.
Guitarra eléctrica ejecutada por el Maestro Coco Boudakian ulterior símil de George Harrison en “Danger Four”; bajo con Nersés Chamlian; batería (perdón la omisión del nombre, pero los chicos decían que el pibe se parecía a mi papá por la calva); órgano; hasta efectos de celestina y un buen cantante aunque “patinaba” en el armenio.
Temas de onda rockera como “Vartiné” y melódicos (como olvidar el “Ieguek Mianank”, nada original en convocar a la armenidad a unirse de una buena vez…), más dos genialidades que abrieron el camino a toda la renovación folklórica y armeniolibanesa que vino después a raudales.
Cada lado del disco terminaba en su punto más alto con la renovación superlativa de “Sepastiá Bar” y un clásico dapke (el kocharí árabe) que llamaron “Danza de Oriente”.
Literalmente nos partió la cabeza.
Darío pasó a ser baterista; Mihrán de la panderete a tecladista; el Flaco Dani Panossian bajista; el acordeón y el piano resultaron “jubilados”, como año y pico después le tocó a mi mandolina; Miguel Karaguezian se agregó como primera guitarra; Pedrito Karaguezian como segunda; un tiempo después Rubén Karaguezian me reemplazó en la mandolina (cuando renuncié en un ataque de estúpido orgullo juvenil); tuvimos hasta a Jorgito Sarrafian en tumbadora; por unos meses a Juan Sarrafian en el bajo; Berdj Takessian se sumó como vocalista y Arturo Hatchadourian en el rol de sonidista.
Éramos “bebéks” de 14/15 años y no parábamos de actuar en casamientos y cumpleaños de 15, más todas las fiestas del Partido a las que nos convocaban y participábamos de mil amores.
La música armenia que hacíamos tratando de parecernos a los ídolos uruguayos pasó a ser “cadena nacional” en cada fiesta de la colectividad.
El Gran Córdoba, los distintos salones de Los Dos Chinos de Constitución, eran nuestras residencias habituales.
Todo lo recaudado era destinado a la compra de más y mejores instrumentos y, sobre todo, equipos: desde los cada vez más enormes y potentes Decoud hasta los bellísimos Citizen azules que se colocaban elevados sobre torres plateadas.
Y a esta movida imposible de prever se sumó el efecto multiplicador.
Cada aula de la Escuela Primaria dio lugar a más de un nuevo potencial conjunto, que de hecho no era otra cosa que una cantidad de enanos que salían a los recreos y competían por ver quién le pegaba más fuerte a su tempuk! (mi hermano Miguel, actual súper maestro de dhol, era uno de estos “rompeparches”).
Cómo olvidar las quejas de los profes de nuestro Secundario ante semejante estruendo que dificultaba y mucho que se los escuchara. Las caras de Cassano no tenían nombre…
Qué saldo resultó de semejantes “cuasi terremotos tempuktsís”? Nada menos que un tal Arax. Pero eso justifica otro acápite.
ÉRAMOS POCOS… Y PARIÓ HAROUT
Y si algo faltaba para impulsarnos a esforzarnos más y mejorar el nivel que ya habíamos alcanzado, apareció un entonces desconocido cantante nacido en Armenia y radicado en Los Ángeles como tantos otros en esos años: Harout Pambukdjian.
El Auditorio de la Misericordia explotaba como en esos años pasaba en cada novedoso “Festival de la Música Armenia” donde actuaban todos los grupos de Buenos Aires más el Kusán cordobés, y cerraban los número uno, el “Electrónico Armenio de Montevideo”.
Lo de Harout fue tremendo.
El flaquito petiso y barbado tenía una gran voz, pero sobre todo, desparramaba una energía en el escenario que aquí nunca habíamos visto.
Nada de cantar con el micrófono colocado en su pie ni paradito en un lugar. ¡El loco saltaba y bailaba sin parar en ningún momento!
¡Y el sonido!
Otra historia empezó ahí.
Se extendió el certificado de defunción de mi amada mandolina y cualquier instrumento que pareciera folklórico.
Era todo guitarra eléctrica; batería repleta de bombos dándole al 6 x 8 y ya no más nuestros órganos con algún sonido de flautas, clarinetes, trompetas…
Estos tipos traían sintetizadores, teclados que eran computadoras del estilo que hoy manejan como nadie los amigos Alberto Aksarlian y Edgar Sarian.
Y desde entonces empezamos a incorporar ritmos haiasdantzís, nacieron para nosotros los kocharís y los shalajós.
Ya los bailarines no podían seguir danzando sueltitos estilo “árabe light”. Había que agarrarse y aprender otros pasos, que de hecho también pasaron al archivo el “rusófilo” Tamará con el que desde el comienzo cerrábamos nuestras presentaciones y en el que nunca faltaba quien quisiera consagrarse arriesgando la salud de sus rótulas meta saltitos tipo cosaco siberiano.
LA MULTIPLICACIÓN DE NUEVOS CONJUNTOS: LOS HEREDEROS
Fue tan grande la movida y tal la demanda de música armenia para cada fiesta, que no tardaron en aparecer distintos conjuntos con los que nos distribuíamos “el mercado”:
Los chicos del actual Nor Arax, sin duda nuestros mejores herederos, que arrancaron desde la Primaria con el soporte del loco lindo de Martín Torossian y siguen hoy dando muestras de su amor por la música de nuestros mayores.
En el “lejano” Mekhitarista, el querido Edgardo Sarian que apoyado por el Padre Jorge inició su “Kurkén Alemshah”, gran grupo hoy de nuevo entre nosotros.
El “Conjunto Sasún”, formado por compañeros un par de divisiones más arriba que la nuestra y con los que por ende, la competencia era…, digamos menos amable.
En San Gregorio el “Conjunto Erepuni”, que entre otros queridos amigos integraban Josecito Tabakian y Dicrán Margossian.
Los Balassanian Bros. en el “Guiliguiá”. Con un dato que no puedo omitir citar: resultaron buenos en la música armenia, sólidos. Pero su antecedente había sido un grupo de rock que se animaron a “intitular” como “Máquina Infernal” (la enorme Oriort Madlén Arissian los gastaba traduciéndolos como “Tyojkaín Mekená”!). Mi crítica musicalfraternal (ojo, que igual todo está prescripto), es que cuando tocaban y Juancito Sarrafian cantaba “Rasguña las Piedras”, éstas directamente se partían…
TRES ACTUACIONES “ÉPICAS”: EL GRAN CASAMIENTO O MEJOR, EL “SÚPER” CASAMIENTO
Arrancábamos 3er. Año, ya con instrumentos electrónicos y en la primer visita a una familia que pensaba contratarnos para animar el casamiento de sus hijos, fuimos juramentados en “ser duros en el tema precio”; “hacernos respetar” y “fijarlo sí o sí en $100.” (por favor, con los años transcurridos y los vaivenes de la economía nacional que se sigue ensañando contra cada uno de nosotros, no pretendan que recuerde de qué “pesos” estábamos hablando en el verano del '74).
Nuestra decisión fue, para decirlo sutilmente, inútil. No conseguimos que nos tomaran en serio ni en una sola ocasión. Su interés exclusivo y excluyente era que tocáramos toda la noche y cuando intentábamos traer a la mesa el crucial tema del “monto a cobrar”, la respuesta era que de eso no nos preocupáramos.
Y bueno, como era previsible dimos el ok y fuimos a la fiesta.
Cargamos todos los equipos en un flete Rastrojero destartalado, viajamos más de una hora agarrando fuerte los bafles para que no se golpearan y/o cayeran al asfalto y finalmente arribamos a destino.
Primera sorpresa.
El salón no era precisamente un salón. Para traer la imagen a la actualidad ingresamos a un símil súper chino grande dividido a la mitad con mamparas, de un lado abigarrada toda la mercadería y del otro apretadas las mesas y el escenario que teníamos que ocupar.
Segunda sorpresa.
¡Estaban todos locos! ¡Nunca habíamos visto tanta gente bailando sin parar y TIRANDO BILLETES A NUESTROS PIES SOBRE EL ESCENARIO!
Sólo imagínense seis pares de ojos desorbitados con sus dueños cual Reyes Midas tocando los instrumentos y “convirtiéndolos” en dinero y más dinero.
Y así seguimos y seguimos hasta pasadas las 6 de la mañana.
¿Cuánto terminamos cobrando?
Permítanme la misma vaguedad del comienzo sobre el signo monetario y la exactitud numérica, sólo les aseguro que nuestros pretendidos “100” terminaron siendo más de “no sé qué $1.000.”, y a las 8 de la mañana volvimos a Alsina en el mismo Rastrojero hecho bolsa pero con nuestra bolsa llena como nunca habíamos soñado.
CARNAVAL JRIMIAN 1975
Sólo quienes tuvimos la fortuna de vivirlos podemos entender la movida que se generaba en todos los clubes y entidades sociales durante varios fines de semana de cada febrero, en los famosos “Bailes de Carnaval”.
Un dato sirve como muestra: los que más gente y recursos reunían, contrataban a “pichis” como Sandro; Palito Ortega; Sergio Denis…
Nuestro Jrimian no estaba exento de semejantes festejos. Muy por el contrario, los lideraba en la comunidad armenia!
Eran tan populares y populosos que bien justificarían un análisis dedicado exclusivamente a ellos desarrollado por sus responsables.
Para no alejarnos del objetivo de este artículo, sólo permítanme no dejar de destacar los exquisitos shish de carne repletos de cebollitas de verdeo metidos directamente desde el fierrito a la media figaza árabe, que preparaba de a miles en los enormes “mangals” la tropa de sacrificados colaboradores encabezados por el querido Negro Agustín Mordjikian. ¡Ese olor y ese sabor resultan imposibles de olvidar!
Terminada la degustación mental, volvamos al “Armen Seván”: en ese verano de 1975 nos convocaron para ser el número central del sábado más fuerte en convocatoria.
Arrancamos la tarde con una meriendita de pizza y balones de cerveza en Yacaré (nótese “la madurez” del grupo en su paso del licuado de banana del fin de curso 73 a la Quilmes Imperial del 75), todos vestidos (iba a escribir disfrazados) como los tiempos requerían: lo mío fue una remera roja apretada más un Levis azul eléctrico que aun cuando media mi actual metro 82 pero pesaba 72 kilitos no me dejaba respirar cómodo por lo ajustado hasta las rodillas, desde donde se abría hasta formar una botamanga lo suficientemente ancha como para tapar los zapatones 43 bordó con plataformas. De verdad a ojos de hoy, un ajjjco, pero la moda fue y es tirana, sobre todo para con los “artistas”…
Y así llegamos a la noche, una de las grandes noches del Conjunto.
Mi incapacidad para hacer números es una de las razones de mi profesión de abogado, pero quienes caminaron el Cole estimen cuántos miles de comensales podían ocupar el patio descubierto (la cancha de papifutbol y básquet) y los dos patios cubiertos del “tprotz”.
Todas esas personas se transformaron en danzarines durante larguísimas tres entradas a nuestro cargo.
Sin dudas debe haber sido la presentación donde hicimos felices bailando, saltando y tarareando nuestros temas al mayor número de personas.
FESTIVAL DE LA MÚSICA ARMENIA 1975
Otro hito imborrable en la historia del “Armén Seván”.
El Grupo llegó a esa fiesta del Teatro Ópera como el último que actuó antes del cierre de siempre a cargo de nuestros ídolos montevideanos del “Conjunto Electrónico Armenio”.
Yo ya me había bajado de la formación un tiempito antes y “lo vi desde la tribuna”, pero puedo asegurar que la interpretación frente al público que colmaba las instalaciones resultó sublime, el Conjunto sonó más pleno y sólido que el de los admirados orientales.
Y el regalo impensado vino minutos después.
En un gesto de enorme humildad que definió su grandeza, el mismo Coco Boudakian destacó la actuación del “Armén Seván” y DECLARÓ A MIS COMPAÑEROS, ANTE EL TEATRO LLENO, COMO “SUS HEREDEROS”.
El sueño más ambicioso hecho realidad. Sólo nos quedaba llorar de emoción.
LA CREACIÓN DE UN GRUPO FOLKLÓRICO EN BUENOS AIRES, NACIÓ Y FUE DEBUT Y DESPEDIDA: EL ORIGINAL “NAIRÍ”
Ya egresados y antes de que Riki Yerganian y Sergio “Zavén” Kniasian fueran convocados al servicio militar obligatorio (léase, la famosa “colimba”), se nos ocurrió junto a Sergio una idea buenísima, que duró lo que un suspiro pero sostengo que eso no inhabilitó su validez:
Conformar un ”Shiraz” o un “Kusán” porteño.
Armar un grupo que se dedicara a difundir el folklore armenio, como había sido en “Armén Seván” sin fines de lucro, pero, a diferencia de éste, a conciencia de la casi nula posibilidad de que alguien nos contratase y pagara por escucharnos.
Nos juntamos el acordeón de Riki; mi hermano Miguel tocando un ton de batería cual si fuera un dhol; Sergio que hacía sus pininos con un saz el único ejemplar en el país; en canto Uruguay Boghossian, compañero que llegado de Montevideo cursaba un año inferior (y loco por la música al punto de recorrer los pasillos del Cole entonando a voz en cuello su “Gars Gars Gars, hairenik Gars, ierp bidí tun Mair Haiasdán shud veratarnás…”); el suscripto desempolvando su mandolina; más dos pluses, músicas de verdad: la canonista Armenuhí Dobradjian y la violinista Flora Fermadjian, ambas profesionales arribadas desde Armenia.
Ante la falta de equipos y por la hermandad con los chicos del “Armen Seván”, ensayábamos usando los suyos, hasta que a Sergio se le ocurrió una de sus tantas genialidades:
Por primera vez se acababa de conformar un grupo de danzas patrocinado por HOM, y en su reunión fundacional dos de nuestros integrantes, Armenuhí y Uruguay, no tuvieron mejor idea que sugerir, cuando entre los participantes buscaban un nombre a adoptar, precisamente el que con Sergio habíamos elegido como el de nuestro conjunto musical: ¡NAIRÍ!
Después de “felicitarlos” por la ocurrencia, la idea decantó solita: nos acercamos a las Señoras directivas de la Entidad de Beneficencia y con un formal petitorio escrito como correspondía entonces en armenio, les ofrecimos ser el grupo musical soporte de su conjunto de danzas, requiriéndoles adquirieran los equipos que necesitábamos para poder actuar y nos habilitaran la posibilidad remota pero con ella soñábamos de presentarnos usando esos equipos si en algún momento se nos contrataba con independencia a la actuación del ensamble de baile.
¿Qué respuesta obtuvimos? Descarten todo parecido con la de dulces “medzmairígs” recibiendo a sus nietos pródigos. La compra era un tema a analizar, pero el permiso para actuar por nuestro lado quedaba literalmente denegado.
Conclusión y aprendizaje: huimos para nunca más volver con la iniciativa, y transcurridos más de 40 años el excelente Conjunto de Danzas Nairí nunca tuvo grupo musical que en vivo lo respaldase.
Y la enseñanza que nos quedó, y doy fe que quienes de nosotros al crecer ocupamos roles dentro de las organizaciones comunitarias en particular de las educativas, cumplimos y seguimos hoy transmitiendo, es: nunca rechacen ni generen obstáculos a un joven que se acerque con alguna iniciativa por él imaginada en la creencia de que puede ser útil a la armenidad.
Abrácenlo, arrópenlo, no dejen que se escape. Después vean cuánto de esa idea es útil o realizable. Pero estarán frente un tesoro y eso no pasa de manera frecuente…
Pero volvamos al tema esencial que nos convoca, para cerrar no melancólicos.
Nuestro “CONJUNTO FOLKLÓRICO MUSICAL NAIRÍ” tuvo finalmente su actuación “inicial”, sin sospechar que terminaría siendo casi su despedida (sólo llegamos a tocar dos veces más, ese mismo año: un almuerzo en el San Gregorio, en el salón en el que hoy se realizan los “Shish de los Viernes”, y una cena en nuestro querido Jrimian).
En esa primera actuación, convocados precisamente por HOM evidencia de que en momento alguno nos enemistamos con la entidad, nos tocó ser el número principal en un importante “Té de Gala” que se desarrolló en el entonces top Plaza Hotel de Buenos Aires.
La actuación fue buena, sólida, parejita.
Lo imborrable pasó un ratito antes de tocar:
La manera en que devoramos las más finas masas finas que nos sirvieron tras bambalinas fue digna de un ataque de marabuntas pasadas de dieta.
Nos reíamos y tragábamos como nenes, ya siendo pedazos de críos de 18/19 añitos.
Pero el ataque más fuerte le agarró a Sergio, minutos antes de descorrerse el telón. Su planteo fue: “Vamos a tocar reivindicando el folklore armenio; eso queremos empezar a difundir y así diferenciarnos de las propuestas musicales que en la Ciudad se ofrecen”.
Con Armenuhí y Flora él no veía problemas, en definitiva eran las dos armenias de Armenia.
Pero los demás…
¿Cómo presentarse como Juan Ricardo; Sergio; Miguel; Jorge y… Uruguay?
Pues bien, encontró la solución transformándose en un Bautista ipso facto y así después de las chicas fuimos anunciados como “Hovannés Yerganian”; “Zavén Kniasian”; “Mikael Samvelian”; “Kevork Samvelian” y, con el sutil ardid de reemplazar un río sudamericano por otro arménico, el cantante esa tarde fue “Hraztán Boghossian”.
De seguro el Libro Guinness necesita un agregado como éste.
Juro que si busco un poco, hay muchas más vivencias de nuestro paso por el bendito Jrimian que justificarían sumarse.
Pero eso, eso es otra historia.
Jorge E. M. Samouelian
Promoción Jrimian 1976