Consolidar la democracia, superar la polarización política en Armenia
A las elecciones extraordinarias del 20 de junio pasado en Armenia les siguió un mes de demandas por las múltiples irregularidades que las fuerzas políticas de la oposición a la Corte Constitucional. Previsiblemente, la Corte desestimó las demandas.
En el interino, confiando en su renovada legitimidad del 54% de los votos que obtuvo en las elecciones de las cuales participó solo el 50% de los ciudadanos registrados, el Gobierno de Nikol Pashinyan multiplicó el accionar policial/jurídico contra referentes de la oposición, en particular intendentes y autoridades locales deteniendo a varios; el lawfare que ya se había puesto en marcha antes de la Guerra de los 44 días en nombre de la “lucha contra la corrupción”, promete continuidad.
Paralelamente, el asalto para la captura de las instituciones estatales para su dominación absoluta de parte del partido Contrato Civil de Pashinyan -el partido de vanguardia de la “Revolución de (color) Terciopelo” de abril de 2018; después del vaciamiento del Ministerio de Defensa y la desatención al imperativo de reorganizar las Fuerzas Armadas después de la derrota y repensar la seguridad nacional en las fronteras del país, el asalto revanchista del círculo rojo de Pashinyan se concentró en el Ministerio de Relaciones Exteriores y el cuerpo diplomático profesional.
El expresidente de la Comisión de Seguridad Nacional, Armen Grigoryan, cuyo fracaso en advertir las señales de una guerra inminente nunca se investigó como se supone que se debería hacer en el más común sentido de tratar de entender las causas del conflicto bélico, la ineptitud militar-diplomático de la gestión gubernamental en los 44 días de furia y la derrota humillante, asumió el rol de esta “depuración” del Ministerio acusando de “traición” a toda una generación de diplomáticos con experiencia para allanar el camino al nombramiento político en puestos claves de personalidades cuya experticia es nunca fallar en demostrar su lealtad de Pashinyan. El nombramiento de una total inexperimentada Lilit Magunts como Embajadora de Armenia en un lugar tan estratégico como Washington como una de las primeras medidas del nuevo Gobierno de Pashinyan es el anuncio de lo que viene. Y quizá una señal de los diplomáticos profesionales en ejercicio de saber cómo comportarse…
A esta degradación de la democracia ya en sí defectuosa de Armenia y la usurpación partidaria de las instituciones estatales en el triste período de posguerra de los pasados ocho meses se le sumó la creciente presencia de la amenaza militar de Azerbaiyán en las fronteras de Armenia. Bakú pretendió/pretende, y ante la persistente actitud capitulante del Gobierno de Armenia obtuvo/obtiene, mayores concesiones territoriales, conexión directa con Turquía y la absorción/liquidación final de la existencia de Armenia en el proyecto panturquista. Incapaz de organizar una estrategia de contención y disuasión de la agresión del enemigo; preocupado más en la justificación de sus fracasos culpando a los gobiernos anteriores o mapas de la época soviética; ensayando un discurso de pacifismo cada vez más ridículo y vacío de contenido; apuntando a la violación de Azerbaiyán del triste acuerdo tripartita del 9 de noviembre de 2020 como si fuera una gran novedad que escandalizaría al resto del mundo; apelando al cansancio a Rusia y los países firmantes del Tratado de Seguridad Colectiva a asumir su “responsabilidad” sin preocuparse por el mensaje equivocado que, probablemente, esté mandando al único aliado estratégico de Armenia -o quizá con la intención de mostrar su incapacidad en respetar su compromiso y, por lo tanto, justificando una movida de locura que sería pedir a la OTAN, incluyendo a Turquía, un involucramiento en una misión de pacificación en un área geoestratégicamente sensible para la seguridad de Rusia…; el Gobierno de Pashinyan perdió un precioso tiempo para generar un consenso interno en el control de daños que se imponía en la inmediata posguerra en la política de seguridad y exterior de un pequeño país derrotado, y tener esperanza en revertir la situación.
Como consecuencia de esta actitud monstruosamente irresponsable del Gobierno, la amenaza azerí ya se transformó en un preludio de una probable renovación de la ofensiva militar con el objetivo ya de tener a Ereván al alcance de sus cañones. Los enfrentamientos ya dentro de las fronteras de Armenia en los inmediatos días previos a la inauguración de la octava sesión de la Asamblea Nacional nuevamente electa recuerdan la Guerra de los Cuatro Días de abril de 2016, o, peor, el ensayo de ofensiva de julio de 2020.
El nombramiento de Pashinyan como Primer Ministro por decreto de parte del Presidente Armen Sarkissian, quien después de unos intentos de asumir un rol protagónico en la inmediata posguerra ya se acomodó muy rápidamente en su confortable rol protocolar; la elección del Presidente de la nueva Asamblea Nacional el 2 de agosto por el voto unánime de la mayoría absoluta de la fuerza gobernante del partido de Pashinyan en la Asamblea Nacional mientras los dos grupos parlamentarios de la oposición, la Alianza Armenia y Tengo el Honor, abandonaron la sala; y la sesión misma que se convirtió en la escena de la confrontación política lamentablemente no auguran ninguna novedad. La derrota normalizada por Pashinyan generó un contexto de desencuentro y confrontación en la política interna en la posguerra.
Luego de su fracaso en generar una movilización popular tan potente como para obligar al Gobierno de Pashinyan a renunciar, la oposición, desunida, demostró su respeto al orden constitucional y aceptó ir a las elecciones extraordinarias, y las perdió. Otra demostración de respeto al orden constitucional de parte de la oposición fue aceptar los mandatos parlamentarios y confrontar a la mayoría absoluta del partido de Gobierno. Ninguna de estas señales ha sido una llamada de atención para Pashinyan; en vez de tener la sabiduría de buscar inclusión, la campaña electoral del Contrato Civil terminó de quemar todos los puentes con una retórica de polarización extrema, ensayo de creatividad en la vocación de insultar al rival, y promesas de revanchismo violenta simbolizadas con el triste episodio del martillo que levantó Pashinyan en la campaña. Frente a la poca y nada predisposición del Gobierno de tender una mano de reconciliación, a la oposición quizá no le queda otra que creer que realmente que no habrá salvación sin la renuncia de este Gobierno y actuar en la lógica de confrontación permanente que impuso el Gobierno.
Sí será un consuelo para aquellos que entienden el ejercicio de la democracia a través de una oposición activa y organizada, crítica al Gobierno y comprometido con su rol de balance y chequeo al poder ejecutivo, la nueva Asamblea Nacional está dotada de una oposición y no el ridículo simulacro que fueron el Partido Armenia Próspera y el Partido Armenia Ilustrada durante los dos primero años del Gobierno de Pashinyan, y no fueron más que facilitadores de la hegemonía de la “Revolución de (color) Terciopelo”. En la nueva Asamblea Nacional no hay oportunismo; hay una oposición radical y determinada. Cabría ver si su actuación mejorará la calidad de la democracia en Armenia y llevará al Gobierno a buscar un entendimiento nacional en cuanto a la política de seguridad y exterior de Armenia de la cual depende ahora más que nunca la supervivencia del país.
Desde la independencia, la clase política en Armenia se mostró muy reticente en la inclusión de la diáspora en los procesos de toma de decisión gubernamental. La diáspora vivió una década triste en los 1990s cuando después de la victoria en la primera guerra de Artsaj en 1994, el Gobierno de Levon Ter-Petrosyan se embarcó en la política de dividir y reinar, y encontrando eco en la vanidad egocéntrica y el oportunismo de algunos dirigentes en las comunidades armenias en el mundo alentó las rupturas internas y desaprovechó el momento histórico del entusiasmo que había generado la liberación de Artsaj y la independencia de Armenia. Aun así, la seguridad y prosperidad de Armenia, los derechos legítimos de Artsaj y el reconocimiento y reparación del Genocidio fueron temas de compromiso firme de la diáspora. Más aún, independientemente del posicionamiento en torno del Gobierno de turno en Armenia y el curso de su política interna, las organizaciones de la diáspora siempre buscaron evitar la confrontación con la política exterior armenia; al contrario, buscaron colaborar, cooperar y complementar el accionar estatal con la movilización comunitaria. La única ruptura se provocó con el aventurismo de los Protocolos del Gobierno de Serzh Sargsyan.
A la gran movilización sui generis de la diáspora durante la Guerra de los 44 días le siguió una triste apatía resultado tanto del impacto shoqueante de la derrota como de la propia ineptitud de la clase política en Armenia de tratar de incluir en una forma más activa a la diáspora más allá de las expectativas de una participación en la reparación de daños en forma de ayuda humanitaria. Pero de la triste experiencia de los 1990s, aparentemente, la diáspora aprendió la necesidad de apostar a la priorización de la búsqueda de espacios de encuentro, organización y movilización más allá de todas las diferencias de distintas índoles. El consenso en torno del triple imperativo de la seguridad y prosperidad de Armenia, los derechos legítimos de Artsaj y el reconocimiento y reparación del Genocidio debe seguir firme más que nunca en la diáspora en tiempos de extrema polarización política en Armenia y más allá de las posturas ideológico-partidarias que cada organización en las comunidades armenias puede tener. Estas últimas pueden y tienen que ser temas de debates donde se refleje tanto el acuerdo de disentir, pero respetar, así como la preocupación de estar al día con los acontecimientos en Armenia. El primero, parte de un consenso básico, debe ser un compromiso de trabajo.
Comité Central de la FRA – Tashnagtsutiún Sudamérica