Héctor Vezirian, un armenio en la selva amazónica

06 de noviembre de 2021

Héctor Vezirian se dedica al turismo de aventura y supervivencia en la selva amazónica del Perú donde se estableció en 1999. Diario ARMENIA lo entrevistó telefónicamente para que nos cuente su forma de vida y alguna de sus experiencias.

—¿Cómo nació esta vocación de aventurerismo?

—Primero nace en mí la pasión por los animales. Me acuerdo que de niño, al lado de la casa de mis viejos en Valentín Alsina, había un terreno baldío con plantas inmensas que se veía como una selva impenetrable. Había insectos, arañas que capturaba en frasquitos y los observaba por largo tiempo. Eso me daba mucho placer. Miraba todo tipo de programa que tuviera que ver con la temática de animales. Fui creciendo y mi interés seguía. Iba a la calle Corrientes a buscar libros relacionados a fauna, enciclopedias, guías, expediciones al Amazonas, Congo o Nueva Guinea. Hice varios cursos y luego se me despertó el interés por las aves rapaces, no solo en lo teórico, sino también en lo práctico. Tuve águilas, halcones y búhos. Me hice amigo de gente que los entrenaba y formamos la Asociación de Cetrería Argentina. Estudiábamos el comportamiento de estos animales. Me llamaron de varias producciones de programas de televisión como La Peluquería de Don Mateo o a lo de Chiche Gelblung donde llegué a llevar un águila, por ejemplo. También entrené a un perro para la película Un argentino en New York. En el año 2004 abrí Amazon Explorer, una agencia que se especializa en turismo de aventura, expediciones y supervivencia en la selva amazónica. Me apasiona ir a lo extremo, a lo desconocido. A esta altura ya viajé bastante al interior de la selva. En la actualidad lidero viajes de 15 días en adelante en los que puede haber alguna sorpresa. Los viajes cortos de 3 o 5 días los derivo a guías que hablan inglés o español porque sé que no va a haber nada que me vaya a sorprender.

—¿Cuánto duran las expediciones?

—Tenemos diferentes categorías. Una es al Parque Nacional de la Reserva de Pacaya Samiria, que es un Parque Nacional a 150 km de aquí y son viajes turísticos de 2 a 3 días. Después tenemos Tribus amazónicas, que ya son expediciones un poco más extremas, en las que se hace turismo vivencial con nativos. Hay expediciones extremas que son más en busca de fauna amazónica como Expedición Jaguar o Anaconda, que duran alrededor de 20 días. Tenemos Desafíos, que son programas más intensos de 30 a 60 días.
También ofrecemos cursos de supervivencia en la selva de 3 a 5 días, que en algunos casos lo damos con militares. El Amazon Survival son más extremos, duros y reales. Llevamos al participante al medio de la selva y le enseñamos las técnicas de cómo construir un refugio, buscar alimento, conseguir agua. Después los dejamos aislados, aunque con nuestra supervisión, y tienen que buscar su alimento, pescar, conseguir agua, armar su refugio. Siempre se los ayuda, pero la exigencia es al límite. Participo personalmente junto a nativos de mi confianza. Nos trazamos un desafío como atravesar una selva virgen de 100 km, cruzando ríos o pantanos. Esas pueden durar hasta 30 días. En estos casos tenemos que formar un equipo y lograr el objetivo que nos proponemos.

—¿Cómo es Iquitos, la ciudad a la que no se llega por tierra?

—La verdad es que soy un amante de la selva y no de la ciudad o de los pueblos. A Iquitos llegué en 1999 y hasta 2004 fue una ciudad bastante tranquila. Ahora se vive el cambio: hay asaltos, algo que antes no había. Los lugareños, por lo general, son gente muy tranquila y holgazana. Generalmente cuando viene la gente de la sierra pone su negocio y prosperan más que los de acá. Son gente alegre, viven de fiesta. Si ganan diez, gastan los diez. Hay mucha pobreza y una marcada diferencia social: hay empresarios (petroleros) que ganan mucho y mucha gente que tiene bastantes necesidades. El centro es muy chico y es por eso que nos conocemos con lugareños y extranjeros residentes. Los conozco y me conocen. Nos reunimos con amigos, a tomar café, almorzar o cenar. Aquí convivo con Carol, mi mujer, que es peruana y estudia Psicología. Con ella empezamos a rescatar animales de la calle y ahora tenemos 38 gatos y cinco perros. Dimos muchas mascotas en adopción.

—¿Cómo son los nativos del Amazonas?

—Para ver la cultura de indígenas auténticos se necesitan unos 10 días de travesía en barco o en lancha desde Iquitos. Cuando tengo un viaje para esas zonas vuelo una hora en avión militar hasta un pueblo fronterizo con Brasil. Ahí me espera la gente matsés que trabaja conmigo para ir hasta sus comunidades en un bote a motor durante unas ocho horas de navegación.
Muchas agencias ofrecen ver nativos a media o una hora de la ciudad pero son un engaño, un show para los turistas aunque mantengan su cultura y tradiciones. El próximo 20 de noviembre haremos una expedición con un ruso. Tenemos rastros e indicios de dónde podemos encontrar a indígenas auténticos. Si bien no quiero hacer contacto directo por los peligros que nos puede ocasionar, llevaremos drones para ver si podemos tener una primicia en la filmación de estos nativos. Los nativos con los que más contacto tengo son los matsés. Trabajo con dos personas de mi plena confianza, Denis y Armando Reina. Son cazadores y rastreadores por naturaleza. Antes de trabajar con Amazon Explorer mataban todo. Su instinto es matar para comer o por miedo. Yo los concientizo de que no hay que matar esto o lo otro y ellos lo difunden este aprendizaje a sus paisanos.
Con Amazon Explorer hicimos viajes junto a National Geographic de Alemania y de Australia. Antes de la pandemia vino un grupo de coreanos en un programa de intercambio de culturas. Los llevé a las comunidades matsés y después quisieron llevarse dos matsés a Corea. Yo viajé con ellos.

Los matsés realizan varios rituales. El que más predomina y más éxito tiene entre los turistas es la ayahuasca: un brebaje preparado por un chamán (un maestro en plantas medicinales) que le da a beber al participante para curarlo. Va acompañado de una dieta especial. Tiene que ver mucho con la espiritualidad.
Otro ritual es la ceremonia del sapo: capturan una rana de color verde, le atan las patas y la empiezan a molestar. Cuando empieza a retorcerse despide sus toxinas que juntan con un palito para secarla y utilizarla. Esto lo realizan los cazadores más viejos. Queman una ramita y hace unas ampollas en el participante. El chamán pela las ampollas y coloca la toxina seca. Con su saliva y raspando esa toxina hace una pasta. Hecho esto, el participante se retira a un lugar tranquilo y ahí empieza a tener vómitos, se te tapan los oídos y se te acelera el corazón. Después de esto quedás en un estado muy relajado.

—¿Cómo es la selva tropical?

—Hay distintos tipos de selva, la alta, la baja, la inundable, etc. Para mí hay dos: la turística y la no turística. Trato de volcarme a esta última. Claro que en los programas de 4 o 6 días no lo puedo hacer. A mí me apasiona hacer los viajes en áreas remotas. Hacemos la búsqueda por satélite, mapa militar o con la colaboración de la gente nativa que trabaja conmigo que conoce bastante el terreno. Hace poco, con una deportista suiza, hicimos un área que ni los matsés conocían. Caminamos unos 90 km. por una selva no explorada. Eso para mí es maravilloso. Disfruto mucho de esos viajes. Ahora estoy haciendo fotografía de la fauna. La selva profunda te puede sorprender con cualquier cosa. Sentís el misterio como lo sentían los antiguos conquistadores. Si vas a la selva contaminada que va el turismo ¿qué te puede sorprender?

—¿Cómo vivís tu armenidad? ¿Te encontraste con armenios?

—La armenidad es un sentimiento. Acá estoy un poco alejado pero siempre tengo mi grupo. Mis mejores amigos son los del Colegio Armenio Jrimian donde estudié gran parte de la secundaria. Cuando voy a Buenos Aires nos reunimos y casi siempre vamos a lugares armenios. Durante la guerra estuve atento a lo que pasaba, seguí las noticias por internet a través del Diario ARMENIA, los comentarios en los grupos de whatsapp y de hablar con mi hermana. Acá nunca me encontré con armenios, pero sí tuve clientes turcos. Ojalá en algún momento se dé.

Anécdotas: anaconda, malaria, dengue y amenaza de muerte

Dos veces fui corrido y amenazado de muerte por nativos. Una en 2008 en el sector de los jíbaros, en la frontera con Brasil. En ese entonces había muchos petroleros en el área y cuando llegamos nosotros éramos iguales ante sus ojos. Un jefe, que estaba un poco alterado, nos expulsó a la noche y nos dijo”‘salgan de mi río o los voy a matar”. Tuvimos que navegar 12 horas para irnos con el temor de que nos ataquen. Por suerte todo salió bien.

En el año 2001, sin tener la agencia, hice mi primer viaje a los matsés. Fuimos con dos nativos por un camino desconocido. Bien adentro de la selva, nuestros “guías” se asustaron y no quisieron seguir. Decidimos seguir el camino con mi socio. Estuvimos una semana perdidos, sin comida. Bajé como diez kilos. Tomábamos agua del río. Unas hormigas nos comieron el mosquitero. Tuvimos que volver a Buenos Aires. Después de unos meses empecé a tener síntomas de malaria. El análisis dio positivo. Luego del alta tuve síntomas de dengue. En definitiva luego de esa expedición contraje malaria, dengue y tuve parásitos intestinales.

Otra: cuando caminas por la selva, sin caminos, a veces estás a menos de medio de las serpientes venenosas. Tuvimos la suerte de nunca ser atacados aunque sí con una anaconda. La había capturado una para una foto, pero logró soltarse y cuando intenté capturarla de vuelta me tiró el mordisco y me desgarró el dedo. Era de 5 metros aproximadamente.

Los gusanos de la selva son otro tema. Son como unos tábanos que te pican. En este último viaje lograron introducir su larva en mi cuerpo y tuve uno en mi espalda y otro en la pierna. Sentís un cosquilleo. Si no te das cuenta el gusano va creciendo. Por suerte los nativos me lo pudieron sacar por una especie de forúnculo que se forma en el cuerpo.



En un viaje que hicimos con una empresa italiana, nos agarró la noche en el bote y tuvimos que llegar para acampar. Para llegar a tierra firma teníamos que subir una lomita por medio de una raíz. Cuando agarro la raíz, esta se corta y cuando caigo de espalda se introduce la punta de una rama que me atravesó el brazo. Tuve suerte.

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