El juego de las bestias
El juego de las bestias, así lo llamaba mi mamá. Lo hicimos una vez por mes durante casi un año. Yo tenía 8 años cuando comencé a jugarlo.
Mi papá corría la mesa de la cocina y mi mamá sacaba la alfombra que había debajo. Ahí aparecía el cuarto invisible, así lo llamaba mi tía. Bajábamos las escaleras y nos sentábamos en el piso. La poca luz que había se filtraba por los pequeños espacios que había entre tablón y tablón del piso de la cocina.
Cuando todos estábamos adentro, el amigo de mi papá cerraba la puerta y colocaba nuevamente la alfombra y la mesa. Mientras esperábamos la llegada de las bestias, mi mamá me hacía repetir las reglas del juego: nadie podrá salir, ni hacer ruido y menos, hablar.
Las bestias llegaban dando un portazo, yo jamás los vi, pero mi mamá me contaba que eran altos, tenían orejas grandes para oír muy bien y pies anchos que tapaban la luz del cuarto invisible. Eso no me daba miedo, pero sí su súper poder, ya que podían lanzarnos rayos y hacernos perder el juego. Por suerte, siempre les ganábamos.
Un día, cuando las bestias se estaban yendo, mi prima empezó a llorar. Mi tía rápidamente le tapó la boca. En ese momento los rostros de mis papás parecían congelados. Inesperadamente, se escuchó abrir y cerrar la puerta de la casa.
Mientras mi papá y mi mamá sonreían y se besaban, escuchamos que se movían la mesa y la alfombra.
Mi abuela se paró y empezó a subir las escaleras, pero de pronto, se abrió la puerta y aparecieron dos bestias que comenzaron a tirarnos una lluvia de relámpagos. Luego del ataque, me quedé dormido. Horas después, al despertarme, vi que toda mi familia había perdido. Estaba a punto de salir del cuarto, vencido, cuando de repente, oí el llanto de mi prima. Caminé en la oscuridad y lo tomé de los brazos de mi tía para calmarla. Cuando salí del cuarto, supe que las bestias nos habían ganado aquella noche, pero ahora, contándoselo a ustedes... creo que el ganador fui yo.
Basado en el relato de Esteban Pamboukdjian, sobreviviente del Genocidio Armenio.
Agustín Tokatlian