¿Realmente está cerca la firma de un tratado de paz con Azerbaiyán?
El intercambio de prisioneros de este miércoles y algunas declaraciones alientan la esperanza del acuerdo. Pero Armenia debería tomar nota de los antecedentes históricos y garantizar por cuenta propia su defensa y seguridad.
Durante la última semana hubo reiteradas referencias a la posibilidad de firmar un tratado de paz con Azerbaiyán, tanto de funcionarios de alto rango de Armenia como del vecino país, incluidos el canciller azerí, Jeyhun Bayramov, y el presidente Ilham Aliyev.
Tal vez sea cierto que se han dado algunos pasos importantes en el diálogo bilateral, lo que gatilló el acuerdo de intercambio de 32 prisioneros de guerra armenios, retenidos en cárceles de Bakú desde hace más de tres años, por dos militares azerbaiyanos, capturados en territorio armenio el año pasado haciendo tareas de sabotaje ilegal.
También el canciller armenio Ararat Mirzoyan mencionó que se está hablando del retiro,, en espejo de fuerzas militares de ambos países de la frontera, pero por ahora no hay nada concreto en ese sentido. Todo depende de la construcción de confianza entre las partes, y todavía se está lejos.
Pero un punto de inflexión es que el canciller azerí Jeyhun Bayramov, sugirió la posibilidad de llegar a un tratado de paz con Armenia antes de fin de año. En rigor, la idea de alcanzar un entendimiento entre los dos países no es nueva. Al menos desde mediados de año se sucedieron expresiones de deseo, en general de parte de funcionarios armenios, de llegar a un acuerdo en 2023.
En el medio, no se puede desconocer que ambos países tuvieron una cruenta guerra de 44 días hace sólo tres años, un conflicto que incluyó un bloqueo genocida en Artsaj por más de nueve meses desde fines de 2022 hasta septiembre pasado, el bombardeo a civiles por parte de Bakú y la limpieza étnica de la población nativa armenia.
Juego perverso
Y al gobierno de Azerbaiyán corriendo el arco permanentemente con nuevas demandas y jugando al “policía bueno y policía malo”, con el tándem Aliyev-Bayramov.
Mientras el canciller azerí busca tender puentes y mantiene los buenos modales, el autocrático presidente azerí acaba de declarar que incluso la firma de un tratado de paz no es suficiente para garantizar que no habrá una nueva guerra.
“Espero que no tardemos mucho en llegar a un acuerdo", dijo el pasado 6 de diciembre Ilham Aliyev durante un encuentro que tuvo lugar en Bakú, bajo el sugestivo título de “Karabakh: regreso a casa después de 30 años, logros y desafíos”.
En su lunática visión del conflicto los armenios estarían anidando un “revanchismo” y se estarían armando para volver a recuperar Artsaj por la fuerza. Y en ese contexto, diversos países europeos y Estados Unidos estarían jugando un papel, incitando a los líderes armenios a actuar en ese sentido.
Tampoco se privó de lanzar dardos contra Francia y la India por venderles armamento a Armenia, buscando incluso ridiculizar el poder de fuego del equipamiento francés, tildándolo de “obsoleto”. No dijo nada del armamento sofisticado que le proveen a su país Turquía, Israel e incluso Rusia. Una vez más, doble vara para juzgar a unos y otros.
Como un boxeador que se ríe cuando sintió el golpe, Aliyev menosprecia a los nuevos proveedores de armas de Armenia y amenaza con terminar el trabajo (de tomar todo Armenia) si se lo propusiera. Pero sin dudas, desde que Armenia avanzó en esa línea creció la preocupación en Azerbaiyán.
Una paz inverosímil
¿Qué clase de tratado de paz se puede alcanzar con un país gobernado por semejante personaje? Claramente, el gobierno de Armenia pagó caro sus errores y además fue “traicionado”, una vez más, por Rusia, como en numerosas oportunidades desde que las tropas del Ejército Rojo entraron a Ereván el 29 de noviembre de 1920, abarcando toda la época soviética y la etapa de independencia tutelada bajo la sombra de Moscú.
Ahora el juego parece ser otro y el resultado es incierto. Pero parece que Aliyev no sólo reaccionó a la movida de piezas que hicieron París y Nueva Delhi. También la Unión Europea empezó a dudar de continuar con el acuerdo gasífero con Bakú alcanzado en 2022.
Y Estados Unidos empezó a jugar, frenando en el Congreso la asistencia militar a Azerbaiyán. Es a través de la llamada Sección 907, la Ley de Apoyo a la Libertad, que prohíbe cualquier tipo de ayuda directa de Estados Unidos al gobierno de Azerbaiyán.
Lentamente también la administración Biden comenzó a inclinar la balanza a favor de Armenia, por haber sido víctima de la agresión militar azerí y también por la política de defensa de la democracia y la cuña que pretende meter en el patio trasero de Rusia, donde Georgia ya es un aliado.
Armarse para la paz
En este contexto, el gobierno de Armenia, en una muestra de pragmatismo tal vez inusual en los diversos gobiernos desde la independencia de 1991, parece inclinarse por ese viejo dicho inglés que recomienda “esperar lo mejor, pero prepararse para lo peor”.
En la estrategia del gobierno armenio alcanzar un tratado de paz con Azerbaiyán -al costo que decida pagar- equivale a ganar tiempo para prepararse para un nuevo intento de invasión, que suponen, tarde o temprano se puede materializar.
La retórica belicista de Aliyev y el huevo de la serpiente que anidó en la sociedad azerí, con un profundo sentimiento revanchista y de armenofobia, es incompatible con una paz duradera.
Desde que se desencadenó la guerra de los 44 días en septiembre de 2020 se le pueden adjudicar numerosos errores de diagnóstico al gobierno armenio y su consecuente acción en sentido incorrecto, pero hay al menos dos cosas que hizo bien.
Por un lado, buscar nuevos proveedores de equipamiento militar. Por el otro, una consistente campaña de difusión del conflicto a nivel internacional y acciones diplomáticas concretas buscando visibilizar la intención de Bakú de atacar Syunik e incluso Ereván.
Esa estrategia diplomática incluye las acciones en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, en el Consejo de Europa y fundamentalmente ante la Corte Penal Internacional de La Haya, contra Azerbaiyán como Estado, pero también contra Aliyev y otros funcionarios a título personal y con consecuencias penales, que incluyen delitos de lesa humanidad y por lo tanto, imprescriptibles.
Estas acciones llevan su tiempo, pero finalmente caen como una fruta madura. Si no que lo digan la decena de líderes africanos y de países asiáticos enjuiciados, algunos condenados.
Putin aparece en escena
En este contexto, la Cancillería rusa tampoco es ingenua y busca no perder influencia en la región. E incluso hay que leer en clave rusa la propia declaración de Bayramov, sobre la supuesta cercanía de un acuerdo que termine en un tratado de paz en sólo unos días.
El próximo 26 de diciembre tendrá lugar en San Petersburgo un encuentro informal de los presidentes (o primeros ministros) de la Comunidad de Estados Independientes (CEI).
En los últimos años es una política del gobierno ruso y del presidente Vladimir Putin generar ese ámbito, para plantear temas ríspidos y avanzar en acuerdos informales, pero que luego se llevan a la mesa de negociaciones formal. Una especie de “marcar la cancha” para mostrar quién tiene el poder en ese bloque, del que, por cierto, participan tanto Armenia como Azerbaiyán, en tanto son dos de las exrepúblicas soviéticas.
Dada la influencia que está adquiriendo Occidente en Armenia, a la luz de la mirada geopolítica del gobierno de Nikol Pashinyan, no es descabellado pensar que se buscará acercar posiciones entre Ereván y Bakú, con la idea de recuperar protagonismo en un conflicto aún irresuelto.
En los últimos tres años Moscú pasó de mediador y garante de la paz en el conflicto de Artsaj a hacer la vista gorda durante nueve meses de bloqueo genocida y facilitar también el bombardeo de Stepanakert en septiembre pasado, solo con el finde de “castigar” a Armenia por sus posiciones de política internacional.
Habrá que ver si ahora la cancillería rusa busca posicionarse como fiel de la balanza y buscar una paz justa para ambas partes o sigue jugando su juego de matón del barrio, con aspiraciones imperialistas.
Carlos Boyadjian