El liderazgo de Pashinyan: un catalizador para la decadencia de Armenia
En el comienzo de 2025, Armenia se encuentra en una encrucijada crítica, lidiando con profundos desafíos de política exterior y cuestiones existenciales sobre su futuro. La nación está atrapada en una marcada dualidad: las crecientes amenazas externas de Azerbaiyán y una parálisis interna marcada por la complacencia, una alarmante falta de visión y una postura peligrosamente pasiva. Esta convergencia de crisis externas e internas subraya la urgente necesidad de claridad, estrategia y liderazgo valiente para sacar al país de su atolladero actual.
Azerbaiyán proyecta una larga sombra sobre la política exterior de Armenia. La derrota militar de 2020 en la guerra de Nagorno Karabaj y la toma total de la región por parte de Azerbaiyán en 2023 han reconfigurado la dinámica de poder en el Cáucaso Sur. Aprovechando las maniobras diplomáticas y la influencia económica, Azerbaiyán ha logrado amplificar una narrativa que presenta a Armenia como una amenaza regional, un agresor e incluso un “estado fascista”. Es inquietante que los dirigentes de Armenia no hayan sabido contrarrestar esta imagen de manera eficaz, mientras Azerbaiyán lleva a cabo actos atroces: la ocupación y limpieza étnica de Nagorno Karabaj, incursiones territoriales en Armenia, toma de rehenes de ciudadanos armenios y destrucción del patrimonio cultural armenio.
Las exigencias de Azerbaiyán exponen aún más las vulnerabilidades de Armenia y las ambiciones expansivas de su adversario. Entre ellas figuran el desarme del ejército armenio, el reasentamiento de 300.000 azerbaiyanos en Armenia, el establecimiento de un corredor que una a Azerbaiyán con su enclave de Najicheván, el desmantelamiento del Grupo de Minsk e incluso cambios constitucionales en Armenia, por nombrar solo algunas. Esas condiciones plantean amenazas existenciales a la soberanía y la identidad de Armenia, pero el gobierno armenio ha ofrecido poco en términos de una estrategia coherente para resistir o responder. Esta resignación a las presiones de Azerbaiyán refleja un fracaso más amplio en el gobierno de Armenia: falta de previsión, incapacidad para anticipar los movimientos de Azerbaiyán y una incapacidad preocupante para construir alianzas significativas o inspirar confianza nacional.
El desorden en la política exterior de Armenia no tiene precedentes. Las iniciativas de política exterior de Pashinyan han tenido más que ver con el teatro político que con la sustancia, y apuntan a distraer y manipular al público con falsas esperanzas y expectativas irreales. Por ejemplo, la aprobación hoy por parte del gobierno de un proyecto de ley que inicia el proceso de adhesión de Armenia a la Unión Europea (UE) está totalmente desvinculada de la agenda real de la UE. De manera similar, el reciente anuncio de un inminente acuerdo de “cooperación estratégica” con los Estados Unidos se ha visto socavado por la aparente ignorancia del Departamento de Estado de los Estados Unidos sobre tales acontecimientos. La descripción que hace Pashinyan de Armenia como una “encrucijada de paz” también suena hueca; ya se han planificado y finalizado corredores de comunicación regionales, que pasan por alto completamente a Armenia.
Los desafíos de la política exterior de Armenia pueden clasificarse en tres niveles distintos. El primero es la disfunción interna, ejemplificada por la administración de Pashinyan, que ha presidido pérdidas significativas, alianzas tensas y una posición internacional disminuida. El segundo es la amenaza directa que plantea Azerbaiyán, envalentonado por sus éxitos desenfrenados. El tercero es la compleja interacción de dinámicas regionales y globales, que exigen resiliencia y adaptabilidad, rasgos que brillan por su ausencia en el liderazgo actual.
Un fracaso particularmente evidente del mandato de Pashinyan ha sido su incapacidad para influir, y mucho menos dictar, la agenda a favor de Armenia durante negociaciones críticas. Si bien no se espera que ningún líder controle unilateralmente las discusiones, la ausencia total de esfuerzos para dar forma a la narrativa revela una preocupante falta de competencia y visión estratégica. Desde el final de la guerra de 44 días, Armenia se ha mantenido a la defensiva, reaccionando a los acontecimientos en lugar de definir proactivamente sus prioridades. Las discusiones sobre Nagorno Karabaj, la integridad territorial, la demarcación de fronteras y las garantías de seguridad se han inclinado abrumadoramente en contra de los intereses armenios, lo que ha dejado a la nación con poco margen de maniobra.
Hubo un tiempo en que la diplomacia de Armenia inspiraba respeto y ofrecía resultados tangibles. Los aliados se mantenían firmes en su apoyo, e incluso los adversarios reconocían la posición de Armenia. Hoy, esa época parece un recuerdo lejano. La política exterior del país ahora se parece a un barco sin timón atrapado en una tormenta, a la deriva en medio de intereses conflictivos y lealtades cambiantes, con un liderazgo paralizado por la indecisión. Esta incompetencia ha llevado a la disminución de la posición de Armenia, dejándola vulnerable a un ciclo implacable de crisis que la administración actual parece incapaz de abordar.
A este sombrío panorama se suma la erosión de la confianza en el liderazgo de Armenia entre los actores globales y regionales clave. Rusia e Irán albergan un profundo escepticismo hacia Pashinyan, Turquía sigue siendo escéptica y Azerbaiyán abiertamente antagónico, e incluso el compromiso de Occidente parece transaccional en lugar de genuino.
Lo que Armenia necesita sobre todo es un liderazgo prudente, competente, valiente y racional. La administración actual ha demostrado ser incapaz de satisfacer estas demandas. La nación debe dejar de lado su parálisis y superar el temor perpetuo a la guerra. El principio rector de Armenia debe ser su interés nacional, definido no por la rendición sino por el ajuste estratégico. Después de todo, la política internacional consiste en reconciliar intereses en conflicto a través de la diplomacia, no en un juego de suma cero de compromiso inevitable o guerra.
Armenia debe recalibrar su estrategia geopolítica, renovando alianzas basadas en nuevos entendimientos y ampliando las asociaciones con los centros de poder globales. Este enfoque requiere un delicado equilibrio entre la adaptación a las nuevas realidades regionales y la preservación de los derechos fundamentales, la identidad y la condición de Estado de Armenia. Esta estrategia no tiene como objetivo únicamente la supervivencia, sino recuperar la autonomía y dar forma al futuro de Armenia.
Vartan Oskanian
Ex Ministro de Asuntos Exteriores de Armenia
Coordinador del Comité sobre la Cuestión de Nagorno Karabaj