Pogromo de Sumgait: Informe elevado por Armenia al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas
El 26 de febrero de 2003, al cumplirse el 15° aniversario del sangriento pogromo antiarmenio provocado por Azerbaidján contra los residentes de la ciudad de Sumgait en febrero de 1988, el Gobierno de Armenia elevó una nota al entonces Secretario General de las Naciones Unidas Javier Ricardo Pérez de Cuéllar con el pedido de que dicho memorando fuese incluido en como documento de la Asamblea General en relación a los temas inherentes a la cuestión en el programa y del Consejo de Seguridad de la ONU.
La nota fue presenta por el embajador Movsés Abelian* quien por entonces era el representante de la Misión permanente de Armenia en las Naciones Unidas.
"Cuando se cumple el 15º aniversario de los pogromos antiarmenios en Sumgait (Azerbaidján), ha llegado el momento de evaluar con todo rigor la gravedad de esos trágicos sucesos para el pueblo armenio.
Los sucesos de Sumgait fueron una consecuencia natural de la existencia de un ambiente de total ilegalidad en que los líderes de Azerbaidján instigaban a los fanáticos del país y los incitaban a cometer atrocidades como las que ocurrieron Sumgait. Aguijoneadas hasta que alcanzaron un estado de histeria nacionalista, las masas ofuscadas perpetraron despiadados delitos, hasta el extremo de quemar vivas a personas, demostrando la facilidad con que multitudes enteras pueden quedar desprovistas de todo vestigio de humanidad y muchos centenares de personas pueden convertirse en sádicos sanguinarios.
Sin embargo, tal vez más monstruoso que esos actos de barbarie sea el modo en que unos ciudadanos cabales a los que se habían confiado las riendas del poder en la república y en el país hicieron lo posible para ocultar la verdad sobre Sumgait y para proteger a los culpables de la acción de la justicia.
La impunidad de que disfrutaron los instigadores y organizadores del pogromo de Sumgait prueba que el propio Estado les brindó su protección. El curso de los acontecimientos en Azerbaidján demostró de forma palmaria que los métodos aplicados en Sumgait para saldar las cuentas entre grupos étnicos habían de convertirse en los métodos predilectos. Ya en mayo de 1988, a iniciativa del Comité del partido en el distrito de Shushí, se inició el proceso de deportar a los armenios del distrito.
En septiembre, a raíz de los sangrientos sucesos en la aldea de Khojaly, se expulsó de Shushí a los últimos armenios. En noviembre se produjeron pogromos en todo Azerbaidján. Sin embargo, ninguno de esos actos tuvo respuesta, ni política ni judicial. Reinaba un ambiente de total impunidad, en que se sucedían sin cesar las instigaciones a perpetrar nuevas matanzas como las cometidas en Sumgait.
Por su parte, las autoridades de Azerbaidján no hacían más que envalentonar a los que demostraban mayor ensañamiento. Los sucesos de Sumgait se organizaron con objeto de silenciar y ocultar el problema de Nagorno-Karabagh. Una ola de manifestaciones antiarmenias recorrió todo Azerbaidján en febrero de 1988, pero se decidió que el azote más contundente fuera dirigido contra los armenios de Sumgait, los más indefensos.
Se trasladó a Sumgait en autobuses a grupos de activistas llegados de otras regiones, mientras funcionarios locales elaboraban listas de los armenios del lugar. Varios miembros de los círculos más poderosos del país -el Primer Secretario del Comité Central y el Presidente del Consejo de Ministros de Azerbaidján- también se trasladaron a Sumgait. Se hicieron todos los preparativos posibles: incluso se llevaron a la ciudad cargamentos de adoquines.
Lo único que no habían calculado los organizadores de los sucesos de Sumgait era que entre los propios azeríes podía haber personas honradas y valientes que se negaran a sucumbir a la histeria que se estaba provocando. Si no hubiera sido por ellos, la totalidad de la población armenia de la ciudad habría sido masacrada sin piedad.
Lo acontecido en Sumgait estaba destinado a transformar el problema de Nagorno Karabagh y la voluntad de su pueblo en uno de los conflictos étnicos más implacables del mundo.
Sumgait representó la culminación de la política de genocidio aplicada por los líderes azeríes contra los armenios, uno de cuyos resultados inevitables fue la “limpieza” de población armenia a que se sometieron la región de Najicheván y otros territorios históricos armenios.
A lo largo de tres días de febrero de 1988, prácticamente todo el territorio de la ciudad, con una población de un cuarto de millón de personas, fue escenario de pogromos a gran escala y sin límite contra la población armenia. Docenas de personas resultaron muertas, de las que muchos fueron quemados vivos tras haber sido golpeados y torturados.
Hubo centenares de heridos, muchos de los cuales quedaron discapacitados de por vida. Se produjeron violaciones de mujeres y niñas. Hubo más de doscientos hogares destrozados y saqueados, multitud de automóviles quemados o destruidos y docenas de talleres, tiendas, quioscos y locales sociales devastados y desvalijados. Miles de personas se convirtieron en refugiados.
Sin embargo, cabe preguntarse si la cantidad de personas asesinadas en la ciudad o el número de hogares devastados y saqueados bastan para dar la medida de la tragedia. Las pérdidas morales fueron incalculables, no sólo para las víctimas de la tragedia, sino también para el pueblo en cuyo nombre se cometieron esas atrocidades.
En una carta abierta a los amigos en Armenia, unos académicos de Moscú escribieron que “desde las barbaridades del estalinismo no había ocurrido en el país un suceso que significara un retroceso mayor de la civilización al estado salvaje”. Lo ocurrido en Sumgait transformó a dos pueblos vecinos, armenios y azerbaijanos, en enemigos abiertos e irreconciliables y acarreó consecuencias de extrema gravedad para sus relaciones recíprocas en el futuro.
Esos sucesos demostraron por primera vez que, en un Estado multiétnico que alardeaba de tener entre sus principios más sagrados la amistad entre los pueblos, podían morir personas asesinadas por el simple hecho de pertenecer a la nacionalidad equivocada.
La primera “concentración” en Sumgait no tuvo un apoyo demasiado importante, pero la segunda, organizada un día más tarde, el 27 de febrero, congregó a millares de personas, muchas de las cuales habían sido enviadas a la plaza de la población por orden de sus jefes y supervisores.
Entre las consignas para convocar la concentración, proferidas no sólo por los instigadores sino también por ciudadanos de Sumgait tan prominentes como el director de la escuela secundaria No. 25 y una conocida actriz del Teatro Arablinsky, había referencias a las “atrocidades” armenias y a los “mártires” de Kafan, la cuestión de Karabagh y la necesidad de castigar a los armenios, matándolos o expulsándolos de Sumgait y de Azerbaidján en general.
El estribillo constante de muchas arengas y el eslogan más repetido de esos días era “¡Mueran los armenios!”. Aparte de las palabras, también se emplearon otros medios de agitación, como el vodka y las drogas que se distribuyeron directamente a la muchedumbre desde camiones, en grandes cantidades y de forma gratuita.
En la tarde del 27 de febrero las “concentraciones” habían degenerado en violencia en gran escala. Los primeros asaltos y pogromos se sucedieron hasta bien entrada la noche, y al día siguiente, centenares de personas que habían participado directamente en esos delitos se reunieron para su próxima “concentración”, como si nada hubiera ocurrido. Este es un detalle de extrema importancia, porque de este modo se dio a los participantes en el pogromo la certeza definitiva de que gozaban de impunidad.
La “concentración” culminó el 28 de febrero cuando Muslim-zade, Primer Secretario del Comité del Partido en la ciudad de Sumgait, tomó la bandera de la República Socialista Soviética de Azerbaidján y condujo hasta la Plaza de Lenin a la enorme muchedumbre que se había congregado tras él. Allí, la multitud se dispersó y, ya equipada con armas, inició sus ataques contra los hogares de los armenios.
La sangrienta tragedia que se desarrolló en Sumgait abarcó todos los delitos y sufrimientos humanos imaginables. No se puede evitar la estupefacción ante las dimensiones que alcanzaron el pogromo, la impunidad de que disfrutó y el cinismo y la brutalidad con que se llevó a cabo. Los crímenes de aquellos días parecen casi inconcebibles si se tiene en cuenta que las bandas que los perpetraron no estaban integradas por asesinos profesionales ni por sádicos, sino por ciudadanos corrientes, en su mayoría jóvenes.
Para hallar una explicación es necesario retroceder en la historia y tener en consideración ciertas particularidades ideológicas y psicológicas.
La matanza de armenios de 1918 en la ciudad de Bakú, la masacre de 1920 en Shushí, la expulsión sistemática, que al final se logró al 100%, de los armenios nativos de la República Socialista Soviética Autónoma de Najicheván, innumerables delitos por motivos étnicos, la constante y apenas disimulada discriminación de la población armenia en toda la República de Azerbaidján, la profanación de monumentos de la historia y la arquitectura armenias, el odio a los armenios inculcado a los niños desde su más tierna infancia: todo ello debe tenerse presente para entender cómo un estudiante de una escuela politécnica o un obrero industrial que nunca antes habían hecho nada especialmente reprensible, personas completamente normales con sus intereses particulares, gente de familia, de repente se muestren capaces de obedecer en determinado momento a quienes los instigan a matar a conciudadanos suyos absolutamente inocentes de cualquier delito, a cometer asesinatos y a perpetrar esos actos con una brutalidad tan morbosa que consternó a los propios expertos forenses.
Aun así, por muy monstruosos que fueran sus desmanes, no fueron ellos los principales culpables, sino aquellos que con sutileza y habilidad fueron capaces de transformarlos en monstruos. En vista de que no se expresaron condenas ni se dictó castigo alguno, los crímenes de Sumgait fueron seguidos por docenas de pogromos de mayor o menor intensidad contra la población armenia de la República Socialista Soviética de Azerbaidján, en particular en la capital, Bakú, donde se derramó la mayor cantidad de sangre armenia.
Con el paso del tiempo, incluso en Sumgait, donde ya no quedaba población armenia, se organizaron persecuciones contra los que habían salvado a armenios en aquellos días infernales de febrero, mientras que en las concentraciones de Bakú se vitoreaba a los carniceros de Sumgait como poco menos que héroes nacionales.
Las consecuencias de la complicidad están a la vista de todos. En su carta abierta a los amigos en Armenia, los académicos escribieron que Sumgait se convirtió en un detonador de nuevas tragedias y derramamientos de sangre: “Si bien la sangre de Sumgait puede haber manchado las manos de quienes organizaron y llevaron a cabo esa bacanal, la responsabilidad de lo que siguió reside en todos los que no respondieron debidamente a la magnitud de la tragedia, que no entendieron y siguen sin entender aún que nadie, ya sea lituano o judío, bashkir o ruso, ningún pueblo ni persona alguna en particular podrán sentirse seguros mientras se permita que queden impunes los delitos de esos asesinos”.
Los organizadores y los perpetradores de las atrocidades de Sumgait deben ser castigados. Los pueblos del mundo deben saber la verdad sobre la crueldad y brutalidad de las autoridades azerbaijanas y los criminales responsables de ese delito abyecto".
*Movsés Abelian es hoy Subsecretario General del Departamento de la Asamblea General y de Gestión de Conferencias. Fue nombrado por el Secretario General de la ONU Ban Ki-moon en enero pasado.