Europa no tiene vergüenza
Una vez más los intereses político-económicos prevalecen sobre los derechos humanos de quienes sufren por la guerra o las desigualdades generadas muchas veces por las mismas potencias que ahora están por expulsar del territorio europeo a centenares de miles de refugiados provenientes de Siria u otras áreas de conflicto regionales.
Veintiocho países conforman hoy el entramado del acuerdo que se estableció en 1993 y que se llamó pomposamente Unión Europea. Su acta fundacional establece entre otros preceptos que se promoverá la integración continental mediante la articulación de políticas comunes que abarquen distintos ámbitos de acción, esencialmente económicos y progresivamente extensibles a terreno político. “La Unión Europea es una organización abierta al mundo, fundada sobre valores comunes de libertad, democracia, Estado de derecho y respeto a los derechos humanos”, dice un párrafo que puede leerse en el sitio web de la UE.
Pero poco de lo que allí se afirma es verdad. En primer lugar jamás hubo en su ámbito igualdad entre sus componentes, las potencias como Alemania, Gran Bretaña y tal vez en menor medida Francia, siempre trataron de imponer sus propias reglas de juego. Esa política se tradujo muchas veces en un humillante destrato a países miembros que como Grecia padecieron crisis político-económicas internas, pero con muchos ingredientes aportados por los organismos monetarios del continente.
La Unión Europea jamás se preocupó realmente por los derechos humanos, pues si lo hubiera hecho realmente, no existirían hijos y entenados en su territorio.
Producida la crisis de Siria donde mucho tuvo que ver Turquía con el apoyo brindado primero a sectores opositores, luego con el envío de mercenarios y armamento buscando derribar al régimen de Bassar al Assad, para establecer un gobierno afín a sus intereses panturquistas.
La guerra se desmadró con la irrupción del ISIS y nuevamente Ankara apostó apoyando a ese grupo terrorista para lograr sus objetivos. Pero una vez más todo salió mal porque la conflagración se extendió generando el triste éxodo de centenares de miles de personas que buscar huir de una muerte segura.
Esos refugiados se dirigieron a Europa por distintas vías, pero la mayoría de ellos, especialmente aquellos de menores recursos, intentó llegar a la tierra prometida a través del territorio que gobierna el sultán Erdogan. Turquía se aprovechó entonces de las necesidades de esos asilados imponiendo esa materia en su agenda con la Unión Europea.
Primero pactó recibir una suma de varios miles de millones de euros, luego exigió mucho más bajo la amenaza de liberar sus fronteras y empujar a los desposeídos hacia Europa.
¿Y qué hizo esa Europa que se vanagloria de sus elevados valores democráticos y humanitarios? Sólo permitió el asilo a un pequeño porcentaje de quienes buscaban cobijarse en su seno. Pero poco duró también esa instancia, ahora los jefes de las “democracias” europeas acaban de decidir la expulsión de todos aquellos que “osaron” poner un pie en territorio europeo.
Qué podemos esperar entonces de un continente que sólo presta atención a su bienestar, producto muchas veces de la expoliación que sus “progresistas” países llevaron a cabo en sus colonias. Nada, sólo la confirmación que la desvergüenza también es patrimonio de Europa.
Jorge Rubén Kazandjian