¿Es posible “Parar de Sufrir”?
Cuando la religión ofrece eliminar el sufrimiento, simplemente miente. Apela a un modelo de pensamiento mágico, donde “lo que quiero, lo tengo”. ¡Pare de sufrir! Esa es la consigna que opera a modo de eslogan publicitario.
Según la Real Academia Española, el eslogan (del inglés slogan), se define como “una fórmula breve y original, utilizada para la publicidad, propaganda política, etc.”.
¿Cómo funcionan los eslóganes?
- Son atractivos: apelan a una necesidad que anhelamos resolver.
- Son frases cortas: de fácil transmisión y retención.
- Metafóricas: refieren a la realidad analógicamente, es decir, que no sabemos exactamente que quieren decir, porque no son precisas, pero apelan a nuestros sentidos dándonos una sensación placentera.
- Son difíciles de objetar: porque no son cuestionables analíticamente.
- Funcionan como dogmas de fe: su aceptación implica compromiso con la causa y sentido de pertenencia.
La religión y sobre todo la política, están llenas de estas improntas que buscan un efecto en sus oyentes. Porque a fuerza de ser sinceros, ¿a quién no le gustaría “parar de sufrir?
El problema es que no se puede… La sola idea es casi un insulto a personas que han sufrido pérdidas irreparables y humanamente inexplicables. Nos convierte en niños caprichosos que le exigimos a Dios (del modo que esos niños exigen a sus padres) que nuestros deseos se cumplan. Pero la vida es bastante más complicada que eso.
El sufrimiento es parte constitutiva de la vida. Dios nunca prometió que iba a eliminar el sufrimiento en nuestra vida terrena. Es más, cuando se hizo humano en la persona de Jesús, vivió y sufrió las necesidades de los hombres y terminó injustamente en una cruz, y allí, sufrió en soledad.
Lo que Jesús hizo en esa cruz por nosotros, ganó la posibilidad de perdón y acercamiento a Dios, no la inmunidad al sufrimiento. La cruz sí nos permite que a la hora del sufrimiento, no suframos solos. No podemos parar de sufrir, aunque sí podemos parar de sufrir solos.
Hay una paz en medio del sufrimiento que proviene del consuelo de Dios a nuestros corazones que nos enseña que más allá de que nosotros no tengamos el control de la situación, El sí lo tiene.
Eso también nos impulsa a la fe: cuando todo está oscuro y no sabemos qué hacer, ni por qué suceden las cosas, Dios está allí dándonos la certeza de su presencia. En medio del sufrimiento se moviliza nuestra esperanza. Es en esos momentos en que no vemos salida, cuando levantamos nuestra mirada a Dios y esperamos “un cielo nuevo y una tierra nueva”. A lo largo de la historia, miles de mujeres y hombres enfrentaron el martirio más injusto, sostenidos por esa misma esperanza.
La vida también tiene muchas cosas para disfrutar, muchas más de las que a veces disfrutamos en realidad. Es cierto que nos cuesta vivenciar el disfrute de los pequeños placeres cotidianos, sumergidos, como estamos, en el estrés diario y las presiones.
Es un gran desafío que aprendamos a disfrutar. Pero también es necesario que aprendamos a sufrir. En realidad, sufrir, vamos a sufrir igual, aprendamos o no, le guste o no a los que nos prometen falsos sueños. Con aprender a sufrir, me refiero a encontrar esos recursos de paz, fe. Esperanza, compañía y amor en medio del dolor. Cuando Encontramos esos tesoros, el sufrimiento no es el mismo; tal vez las situaciones sean desesperadas, pero interiormente, nuestra vida se afirma para enfrentar la tormenta.
A esta altura, creo que cambiaría el eslogan “pare de sufrir”, por este otro: “pare de huir”.
La sociedad huye permanentemente de las tensiones y luchas cotidianas, que se le hacen insoportables. Las adicciones son una muestra acabada de esto. En contraposición, recuerdo las palabras del Salmista: “Aún si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta” Salmo 23-4.
En estas palabras, no hay huida; hay valor y serenidad en medio del dolor. Dejemos de huir; aferrémonos a la ayuda, el consuelo y el amor de Dios. Si estás atravesando momentos difíciles, esos que son difíciles en serio, te animo a que levantes tus ojos; Dios está lo suficientemente cerca como para escuchar tu ruego.
Lic. Gustavo Valiño