A un año de la Guerra de los Cuatro Días
Tal vez el gobierno de Armenia haya resuelto realizar las elecciones parlamentarias un 2 de abril como homenaje a quienes cayeron defendiendo los límites de Armenia y Artsaj un año atrás. La suposición es algo más que eso porque al conocerse la fecha definitiva de estos comicios un sector de la comunidad hizo saber su disconformidad por considerar que ese día debía ser de recogimiento y homenajes. Pero hay que reconocer que es también un enorme homenaje convocar a la ciudadanía a votar por la constitución del nuevo Parlamento como inicio de un nuevo sistema de gobierno pensado para quitar el poder a un solo individuo y en oposición a ello trabajar en la reconstrucción del país a través de una labor parlamentaria honesta y responsable.
El 2 de abril de 2016 quedará en la memoria de los armenios porque una vez más la adversidad golpeó las puertas de nuestra nación travestida en un enemigo que no nos da tregua y cuyo principal objetivo no es la recuperación de Artsaj sino la eternización en el poder de un déspota que llegó al poder de Azerbaidján únicamente por ser el hijo de Heydar Aliev, un viejo jerarca comunista que conquistó el liderazgo azerí a costa de la sangre de los suyos. Es que nadie puede argumentar que va a la guerra para recuperar algo que jamás fue suyo sin antes crear una fabulosa historia de mentiras y mezquinos designios. A eso se refieren Jodjalú y la fábula de un genocidio inexistente, utilizado para ocultar el verdadero rostro de una autocracia que amenaza con volverse dinastía.
Hace un año más de un centenar de soldados y civiles armenios dieron su vida en la defensa de nuestras fronteras. El hecho de que el enemigo haya sufrido pérdidas mayores no nos regocija ni nos compensa las enormes pérdidas propias sufridas. La pérdida de solo una vida armenia es ya motivo de desconsuelo y dolor. Dolor que el heroísmo de los caídos transforma en orgullo de sus padres y amigos. Dolor que la nación armenia vive desde el mismo momento en que el sable turco comenzó a abatirse sobre la cabeza de nuestros antepasados.
El soldado, cualquiera sea su nacionalidad, sabe que cuando va a la guerra su vida queda en manos de Dios. En el frente de batalla son su propia capacidad y entrenamiento que decidirán su suerte al término del combate. Pero qué destino cruel es el que se ensañó con los civiles, en especial con los niños y adolescentes como aquel alumno que fue alcanzado por los disparos azeríes mientras se dirigía a su escuela.
Lo cierto es que esos más de cien armenios se inscribieron en la lista de los que ofrecieron su vida para sostener un estado que es propiedad de todos nosotros. Lucharon y murieron por nuestra nación al igual que otros muchos miles en la historia moderna de los armenios.
La Guerra de los Cuatro días no solo ocasionó la pérdida de valiosas vidas sino también puso al desnudo una realidad que estaba oculta detrás del léxico de muchos militares que sostenían que el alto nivel de preparación de nuestras tropas era la garantía de seguridad de nuestras fronteras. Ese argumento seguramente válido, no tenía correlato con el equipamiento que un ejército moderno requiere. El ataque azerí generó muchas dudas y temores que una vez más fueron superados por la valentía de los jóvenes soldados y el espíritu patriótico de los miles de voluntarios que se enrolaron para acudir a la línea de frontera y combatir por la defensa de nuestro suelo.
Cuando se enfriaron las armas merced a la intervención de Rusia principalmente, los mandos armenios comenzaron a analizar lo sucedido y comprobaron el tremendo déficit que padecían nuestras fuerzas armadas no solo en armamentos y pertrechos, sino también en planeamiento y logística, dos ítem que no pueden no tener la máxima atención de quienes tienen a su cargo esas responsabilidades.
Pronto rodaron cabezas de generales y otros altos oficiales que fueron despojados de sus cargos y sujetos a investigaciones militares por supuestas irregularidades cometidas en ejercicio de sus funciones.
Fueron varias las lecciones aprendidas de esa breve guerra, pero jamás serán incluidas en los libros de texto militares porque causarían la deshonra de propios y ajenos. Hablamos de esa guerra en pasado como si la misma hubiera concluido algo muy alejado de una realidad cotidiana que aun se cobra la triste cuota de soldados muertos y heridos en el frente de batalla.
Nuestras fuerzas armadas enfrentaban a los azeríes con armas heredadas del ejército soviético, muchas de ellas en un estado que las hubiera habilitado a transformarse en chatarra con la honrosa excepción de unas pocas destinadas a un museo que no sabemos si existe.
Puede decirse que nuestros hermanos combatieron con las “manos desnudas”, con solo su arrojo y sin embargo una vez más lograron vencer al enemigo. El término “manos desnudas” surge de la comparación de la diferencia de armamentos, vestimenta y apoyo estratégico que pudo observarse en el terreno de los acontecimientos. Las armas capturadas son el mejor testimonio de ello.
Y cuando hablamos de lección aprendida, nos referimos a la rápida acción protagonizada por el gobierno armenio que omitió la intervención de viejas estructuras castrenses y finalmente concretó la adquisición de aquel armamento prometido y nunca antes comprado. Existía la financiación y la voluntad política, pero quien sabe qué intereses retrasaban la operación. Hoy no podemos decir que nuestros efectivos están en igualdad de condiciones con sus oponentes, pero tenemos la seguridad que sus manos ya no están “desnudas”,
La Guerra de los Cuatro Días ya es pasado y sus héroes entraron en el historial de los mártires de la patria. Hombres y mujeres valerosos que murieron regando con su sangre una tierra que ya se transformó en sagrada y a la que jamás abandonaremos a su suerte.
Un año después la emoción embarga nuestras almas al recorrer sus jóvenes rostros agrupados en un mural que combina el dolor de la pérdida con la esperanza de un futuro en paz y armonía.
Su recuerdo será nuestro compromiso, sus imágenes renuevan nuestro patriotismo. No los olvidemos.
Jorge Rubén Kazandjian