Desde hace casi 32 años años, el ruido de la metralla y los misiles no cesa en Artsaj. Un conflicto en equilibrio dinámico, que no empeora pero tampoco se resuelve en forma definitiva.

Artsaj: un conflicto en estado de hibernación

05 de noviembre de 2019

Siempre se afirmó que la ubicación geográfica de Armenia jugó a lo largo de toda su historia, por cierto más de 4500 años que no es poca cosa, como un factor determinante en su desarrollo político, económico y social. Pero durante siglos, su emplazamiento también se constituyó en una amenaza a la seguridad nacional.

En este juego de riesgos y oportunidades, Armenia tiene hoy una vida política independiente, con condicionamientos, y también los habitantes de Artsaj buscan su destino, apelando al derecho de autodeterminación de los pueblos reconocido por la jurisprudencia internacional.

Pero las acechanzas también están a la orden del día, y queda claro con observar lo que ocurre a diario en Artsaj. Las amenazas a la seguridad y hasta la supervivencia como nación, no son novedad para los armenios.

Sólo por mencionar algunos casos históricos, la llegada de las primeras hordas turcomanas desde el Asia Central hacia Occidente, allá por el siglo XI, dio lugar a un primer choque de civilizaciones, tomando el concepto acuñado por Samuel Huntington (1993).

En esa colisión de interés geopolítico, en algunos aspectos los armenios prevalecieron (cultura, religión) pero en otros fueron dominados (territorio, influencia política, economía). La relevancia regional actual de la República de Turquía, en parte, explica este fenómeno.

Otro tanto ocurrió con el auge de la influencia persa en la zona. Entre los siglos XVI y XVIII los persas chiítas y los turcos sunnitas se disputaron el predominio regional, con los armenios jugando un delicado equilibrio –no exento de costos- entre ambos bloques hegemónicos.

Desde el siglo XVIII en adelante, se incorporó también la influencia geopolítica primero de la Rusia zarista, y más tarde de los bolcheviques, que impulsaron la sovietización forzada en 1920. La tutela rusa fue, lógicamente, notoria durante la vigencia de la República Socialista Soviética de Armenia (1920-1991). Esa influencia no cesó, aunque se transformó en una suerte de soft power tras la reinstauración del estado independiente, en los albores de la década del 90 del siglo XX.

Un conflicto secular

Para comprender este delicado juego de intereses a escala regional, conviene observar la situación de Artsaj (Nagorno Karabaj), un territorio histórico de Armenia incluso desde la era precristiana.

En 1921 una orden del entonces Comisario del Pueblo de Asuntos Nacionales, Josef Stalin, estableció que las regiones autónomas (oblast) de Nagorno Karabaj y Najicheván quedaran bajo administración de la República Socialista Soviética de Azerbaiyán. La razón subyacente fue “castigar” a Armenia por su supuesta rebeldía y oposición a la sovietización del año anterior.

Hoy en Artsaj se mantiene un precario cese al fuego, en base al relativo equilibrio del poderío militar entre armenios y azeríes. Los frecuentes ataques de Azerbaiyán a posiciones armenias son repelidos con igual intensidad de este lado de la frontera. No obstante, hay una situación que podría quebrar el equilibrio del poder de fuego.

Un reciente informe del centro de estudios Eurasianet, destaca la diferencia existente en el presupuesto mlitar entre Azerbaiyán y Armenia. Citando un relevamiento del Stockholm International and Peace Research Institute (SIPRI), señala que entre 2008 y 2018 Azerbaiyán destinó US$ 24.000 millones al presupuesto militar, sólo superado entre las ex repúblicas soviéticas -salvo Rusia, claro- por Ucrania. En contraste, Armenia invirtió en ese rubro un monto seis veces menor, superando apenas los US$ 4.000 millones.

Rusia, uno de los principales exportadores mundiales de armas, le vende a los dos países, aunque Armenia, en su calidad de miembro de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva, liderada por Moscú, puede acceder a equipamiento militar con precios diferenciales.

Por su parte, Azerbaiyán está diversificando sus fuentes de aprovisionamiento de armas. Solo a Israel le compró en los últimos años US$ 4.850 millones, país del que es su principal proveedor de petróleo.

Más allá de la fortaleza militar que aducen ambos países, lo cierto es que el conflicto está básicamente estancado en la arena diplomática. Si bien desde 1992 hay conversaciones entre Armenia y Azerbaiyán en el marco del Grupo Minsk de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), copresidido por Rusia, Francia y Estados Unidos, lo cierto es que hasta ahora no se ha pasado de la retórica, constructiva en lo discursivo pero ineficaz en la acción.

En ese contexto, el statu quo se mantiene desde mayo de 1994, cuando se logró un alto el fuego a partir de la superioridad militar marcada por Armenia, tras tomar el control de Shushí y Stepanakert (1992), y Agdam, Karvachar y Fizulí (1993).

El juego regional

Para Benyamin Poghosyan, Director Ejecutivo de la Asociación de Ciencias Políticas de Armenia, “el actual statu quo es absolutamente inaceptable para Azerbaiyán y, al mismo tiempo, es la mínima situación aceptable para Armenia y Artsaj”. Pero en un reciente análisis para la revista New Eastern Europe, Poghosyan explica que Armenia tampoco tiene un panorama despejado. Mucho menos, considerando la amenaza azerí desde Najicheván.

“La distancia promedio entre la frontera Najicheván-Armenia y Ereván es menos de 50 km, y el moderno armamento desplegado en Najicheván hace posible que Azerbaiyán ponga a Ereván bajo fuego”, asegura el experto.

En este contexto, Artak Beglaryan, Ombudsman de los Derechos Humanos de Artsaj, considera que el juego de intereses cruzados en torno a Nagorno Karabaj, es el que sostiene el presente statu quo.

Estados Unidos pretende la paz en la región para no perjudicar sus proyectos energéticos, en especial los oleoductos Bakú-Tbilisi-Çeyhan (pasa a sólo 15 km al norte de Artsaj) y Bakú-Tbilisi-Erzerum. Además, Azerbaiyán está en un corredor aéreo por el que cada año llegan a Afganistán unos 5000 vuelos estadounidenses.

Rusia, por su parte, provee “un paraguas de seguridad a Armenia y balancea su relación con Azerbaiyán para mantener la dependencia de ambos” de Rusia, indicó Beglaryan. “La presente situación de no war, no peace (sin guerra y sin paz) es beneficiosa para Moscú”, enfatizó.

Además, una desestabilización de la región genera condiciones para nuevos focos de conflicto como hubo con los rebeldes chechenos, el resurgimiento de los nacionalismos en el Cáucaso sur, así como Al-Qaeda, ISIS y otros grupos fundamentalistas, que actuaron en el conflicto del lado azerí.

Para Poghosyan es importante considerar que la decisión de reiniciar la guerra depende de múltiples aspectos. “Los factores clave son el balance militar y la configuración de una situación geopolítica regional favorable”, señala. Y concluye: “Actualmente, ninguno de los dos favorece que Azerbaiyán inicie la guerra”.

El cuadro geopolítico regional ya fue abordado más arriba. En cuanto al balance militar, el gasto presupuestario no garantiza quebrar la tendencia. “Azerbaiyán no tiene ventaja abrumadora sobre Armenia y Karabaj para aplastarlos definitivamente”, explica Poghosyan. Y los líderes de Azerbaiyán entienden que un conflicto prolongado en el tiempo, con decenas de miles de muertos y heridos, además de un enorme daño económico, “pueden desencadenar fuertes movimientos antigubernamentales, que podrían resultar en un golpe de estado o una revolución”, conjeturó.

Carlos Boyadjian
Periodista
coboyadjian@yahoo.com.ar

Azerbaiyán o el arte de forzar la interpretación histórica

Para Azerbaiyán la pulseada por el enclave armenio de Artsaj no se juega sólo en el plano militar. El pasado 17 de octubre en el Centro Heydar Aliyev de Bakú, el gobierno de ese país organizó una muestra sobre el Janato de Ereván, que según las autoridades de Bakú, muestra el esplendor del pasado musulmán en el territorio que “ahora es la capital armenia”.
La apertura de la muestra estuvo a cargo de Leyla Aliyev, hija del presidente azerí (foto). Allí se exhiben unas 300 piezas, incluyendo pinturas, miniaturas y otros bienes culturales del Palacio Sardar, la sede del poder del janato.
Si bien el Janato de Ereván existió entre 1747 y 1828 como principado turco en el Imperio Persa, el gobierno de Azerbaiyán no ceja en su empeño por tergiversar los hechos históricos. Hablan de una ciudad con pasado azerí durante los siglos XVI a XIX, dato falso, y olvidando que los janatos eran parte de la división administrativa del Imperio Persa.
En los 2801 años de historia de Ereván, fundada como Erepuní por el rey Arkishtí I en 782 antes de Cristo, el período musulmán, persa para más datos, es limitado en el tiempo. Sin embargo, Ilham Aliyev lo utiliza como parte de una guerra psicológica y cultural.
El año pasado Aliyev se mostró amenazante al nombrar a Ereván y otros territorios de la actual Armenia como “tierras históricas de Azerbaiyán” y señaló que los azeríes deberían “retornar” a ellas.

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