Azerbaidján pretende reescribir la historia de Sumgait
Sumgait es la tercera ciudad en tamaño de Azerbaidján. Su historia es relativamente nueva pues recién fue considerada una urbe allá por los años cincuenta. Previamente era un suburbio más de Bakú de la que su ubica a pocos kilómetros. Treinta años atrás fue el escenario de los pogromos organizados contra los armenios que dejaron como resultado decenas de muertos y heridos, además de miles de desplazados que tuvieron que huir para proteger sus vidas.
La prensa soviética se refirió ampliamente a los trágicos hechos por lo que la veracidad de las noticias no puede ser puesta en duda. Es más, Moscú decidió enviar un gran contingente de tropas debido a que el pequeño destacamento local fue sobrepasado por la violenta acción de las turbas alentadas desde el poder oficial.
Azerbaidján tiene experiencia en esto de falsear la historia. Durante la guerra de liberación de Artsaj el episodio de Khodjalú fue aprovechado por la propaganda azerí para acusar de “genocidio” a las tropas armenias. Por supuesto que dicha acción es una total patraña urdida con el solo fin de amortiguar el saldo negativo que le produjeron los voluntarios armenios quienes en inferioridad de medios empujaron al enemigo a refugiarse en Bakú y sus cercanías. Existe un testimonio clave dado por el expresidente azerí Ayaz Mutalibov quien culpó a sus oponentes políticos por los crímenes de Khodjalú. En 1992 durante una entrevista dada al periódico ruso Nezavisimaya Gazetta se preguntó: “El corredor por donde pasaron los civiles de Khodjalú había sido abierto por los armenios. ¿Por qué tendrían ellos que abrir fuego? Todo fue organizado por los opositores con el fin de tener motivos para forzar mi renuncia. Algunas fuerzas actuaron para desacreditar al presidente”.
El hecho de que los habitantes de Khodjalú fueron víctimas de la feroz lucha política interna por el poder en Azerbaidján fue confirmado también por Karayev, otrora presidente del Consejo Supremo de Azerbaidján, su sucesor Mamedov, el activista de derechos humanos azerí Yunusov y otros dirigentes de la época. De acuerdo a un informe dado a conocer también en 1992 por el diario azerí Bilik-Dunyasi, Heydar Aliev, entonces candidato a la presidencia de Azerbaidján, declaró: “El derramamiento de sangre nos beneficiará. No debemos interferir en el curso de los acontecimientos”.
La permanente inversión económica que hace Azerbaidján para mantener vivo el mito del “genocidio” de Khodjalú también llegó a nuestras latitudes. Días atrás, un docente argentino, el Prof. Paulo Botta, coordinador del Departamento de Estudios de Azerbaidján en el Instituto de Relaciones Internacionales de la Universidad de La Plata, se hizo eco públicamente de la posición azerí sobre la cuestión de Khodjalú adhiriendo por supuesto a la falsa teoría que impulsan quienes financian su espacio en esa casa de altos estudios.
En la Universidad de La Plata también existe la Cátedra Libre del Pensamiento Armenio creada hace algunos años y que en la actualidad -de acuerdo a informaciones recogidas de la web- tiene también la participación de conocidos referentes académicos de nuestra comunidad. Sin embargo, la inactividad de ese estrado universitario es evidente y le facilita el camino a quienes esparcen sus mentiras sin oposición, al menos en la ciudad de La Plata.
Ahora, Aliev y sus esbirros van por otro intento de torcer la realidad de la historia. En una publicación semioficial aparecida en el sitio azvision.az (que se ofrece en ocho idiomas entre ellos el español y el armenio) se afirma que el pogromo de Sumgait en realidad fue provocado por activistas armenios que hablaban fluidamente el idioma azerí, intentando instalar la versión de que todo fue idea de las víctimas. En otro pasaje de la misma nota, su autora se desdice y asevera que quien fue responsable de las persecuciones y muerte de los armenios fue en realidad Moscú, transcribiendo una supuesta declaración de Vladimir Kryuchov, presidente del entonces Comité de Seguridad del Estado de la URSS.
Las cifras oficiales de los muertos armenios del pogromo de Sumgait son sospechosamente bajas, pero lo cierto es que las estimaciones que hacen los expertos, basadas en el testimonio de los sobrevivientes sitúan las víctimas mortales por arriba de los dos centenares.
Es evidente que la construcción político-diplomática del estado azerí está basada en la ocultación y/o deformación de la verdad. A despecho de los informes de varias agencias de derechos humanos internacionales que colocan al régimen de Aliev como uno de los más represores de la libertad de expresión, el mandatario azerbaijano, que aspira a perpetuar su dinastía en el poder, mandó una nota a un congreso de prensa que tuvo lugar en Bakú. Allí dijo textualmente: “Después de obtener la independencia del estado en los años 90 del siglo pasado, nuestro país ha abierto amplias oportunidades para el establecimiento de una prensa libre y democrática”.
Realmente es difícil comentar objetivamente esta afirmación teniendo en cuenta la cantidad de hombres de prensa encarcelados por reclamar justamente la libertad de expresión pregonada por Ilham Aliev.
Los medios económicos que el jefe de estado azerí dilapida a costillas de su pueblo son tan cuantiosos que alcanzan para comprar voluntades a lo largo y ancho de nuestro planeta. Pero tan vergonzante como esa práctica corrupta es someterse al vil dinero y transformarse en cómplices de un déspota que algún día la historia sabrá ubicar en el lugar que realmente merece.
“Las ideas no se matan” dijo alguna vez un escritor francés. Sarmiento la popularizó entre nosotros haciendo referencia justamente a la libertad de palabra. Pero en Azerbaidján ese brillante pensamiento no es tomado en cuenta porque las ideas se persiguen, se encarcelan y hasta se silencian con la muerte. Y si es necesario se les compran a los mercaderes de la palabra siempre dispuestos a vender su conciencia por unas monedas.
Jorge Rubén Kazandjian