Breves lecciones de historia armenia: hitos, mitos y leyendas

21 de agosto de 2021

¿Por qué estudiamos historia? Es la pregunta de rigor el primer día de clase. Y una vez analizada  la(s) respuesta(s) a este díscolo interrogante, comenzamos con la historia que nos ocupa: la de Armenia y los armenios.

Enseñar historia a niños de primaria no es tarea fácil. Y más cuando se trata de abarcar los 3.000 años de historia armenia, desde los albores de Urartú allá por el siglo ΙΧ aC hasta nuestros días. Lo cierto es que uno no se cansa de contar la misma historia una y otra vez. La historia está para eso, para ser contada y escuchada. Y eso a los niños les apasiona.

¿Y qué contarles? Pues de acuerdo a la edad y para los más pequeños, algo así:

Allá lejos y hace tiempo, érase una vez un hermoso país llamado Hayasá-Nairí, luego Urartú y más tarde Medz Hayk o Hayastán. Una enorme meseta bordeada de ríos y cordilleras, alejada de mares y océanos pero con tres magníficos lagos azules. Y una montaña de dos picos, alta, muuuy alta en la que según cuenta la Biblia descansó el arca de Noe después del diluvio universal. Era una gigantesca barca de madera llena de parejas de animalitos...

Ya en los grados superiores, la leyenda da paso a la historia analítica. Uno se anima a decirles por ejemplo que Mesrob Mashdots no “descubrió” las letras del alfabeto armenio gracias a una “luz divina” que descendió sobre sus pergaminos, sino a un trabajo de hormiga que llevó a cabo recorriendo pueblos y ciudades. O que el parto Gregorio el “Iluminador” no convenció muy cristianamente a los armenios con su prédica, sino a sangre y fuego y sin dejar templo pagano en pie...

La historia “oficial” de los gigantes, hercúleos y valientes héroes armenios está muy presente en los manuales de los alumnos y en los discuros festivos escolares. Es la historia para dibujar, pintar, recortar y armar.

Pero está también la otra, la que habrá que investigar seriamente no ya en un intento revisionista de la historia-leyenda de Jorenatsí (el “Heródoto armenio”), sino con el objetivo de comprender y comprehender todo aquello que permitirá a los ya adolescentes y adultos, una visión más amplia y esclarecedora de los hechos históricos y de sus infaltables paralelismos y consecuencias hasta nuestros días.

Así pues, la tarea que nos hemos propuesto apunta a discernir entre los hitos, las leyendas y los mitos (*) de una historia milenaria y apasionante, estrechamente ligada con el presente. Se trata de una línea histórica que comienza en algún momento y lugar allá a lo lejos –lejísimo- y que se prolonga hasta hoy en una sucesión de hechos, personajes e intrigas -internas y externas- que no dejan de sorprendernos por su semejanza con la actualidad.

Una de las respuestas a la pregunta de por qué estudiamos historia, es justamente para aprender de los errores de nuestros antepasados y no repetirlos. Decididamente, no hemos terminado de aprender las lecciones. Y no aprobar historia implica necesariamente no entender el presente ni (pre)ver el futuro.

El bolillero de la historia

Para no aburrir al lector comenzando cronológicamente con la leyenda de Hayk y Pel, hemos decidido abordar un tema extraído del hipotético bolillero de la historia. Tres vueltas y la bolilla cae en... la batalla de Avarayr, más conocida como la “gesta heroica de Vartanants”. Uno de los innegables hitos de nuestra historia.

Para ser claros: no vamos a venir con aquello de la “victoria moral” sobre los persas. Las exageraciones en los manuales son tales, que ante la pregunta de “si fue una victoria o una derrota para los armenios”, los alumnos no dudan en gritar lo primero. Pero ¡qué victoria ni que ocho cuartos! Créanme, quedan anonadados al escucharlo.

Y ¿por qué entonces la fiestita escolar (en el hemisferio norte) cada año un jueves de febrero? ¿Masoquismo emocional colectivo? Bueno, a ver: fue una derrota en el campo de batalla pero los armenios mantuvieron su fe cristiana a pesar de los intentos del zoroastrista y malvado rey persa Hazkert II, bla-bla-bla...

A mediados del siglo V de nuestra era, Armenia ha perdido su reino Arshakuní y se debate, como de costumbre, entre Oriente y Occidente. A la sazón, entre los persas (orientales) y los bizantinos (occidentales).

A falta de rey y dividido su territorio desde el 428 entre aquellos dos poderosos vecinos, los armenios están –nuevamente- ante una encrucijada. ¡Recórcholis, Vartán! ¿Y ahora, quién podrá ayudarnos? Ese interrogante que se ha presentado frecuentemente a lo largo de los siglos...

La cuarta parte de Armenia está ocupada por el poderoso imperio Bizantino, mientras que el resto del territorio –gobernado de hecho por autónomos señores feudales- se ha transformado en una provincia del imperio Persa, bajo la administración de un gobernador (marzbán) designado a dedo. En ese momento el cargo lo ocupa un tal Vasak Syuní, noble (najarar) armenio quien ha hecho buenas migas con los persas.

Los ánimos de las familias feudales armenias están caldeados: el rey persa Hazkert II -fanático zoroastrista- quiere asimilar a los revoltosos vecinos que se han volcado de lleno a la nueva religión cristiana. Pero el asunto va más allá de lo puramente religioso. El decreto real de 449 por el cual se obliga a todos los súbditos a convertirse en adoradores del fuego, del sol y de la luz, tiene un claro objetivo político: terminar definitivamente con la autonomía –sobre todo la militar- que todavía gozan los Mamigonian, los Gamsaragán, los Rshtuní, los Knuní, los Syuní, los Ardzruní, los Pakraduní y el resto del linaje armenio. Tener –y mantener- ejército propio nunca ha sido moco de pavo.

Sin entrar en los detalles de los sucesos previos a la contienda bélica, digamos que los obispos armenios se oponen categóricamente a reconocer el poder del soberano persa más allá de las cuestiones temporales. Y no sólo eso, sino que descargan toda su furia eliminando a los clérigos-magos zoroastristas que pretenden hacerse cargo de sus funciones. Hazkert no tarda en tomar cartas en el asunto y el conflicto armado está servido. 

Los Mamigonian son -por una ley escrita antigua-  los comandantes (sbarabed) del ejército. Es el turno de Vartán, como antes lo había sido el de Vaché o después será el de Vahán. La aplastante mayoría de la nobleza armenia no tiene más opción que cerrar filas en torno al sbarabed para enfrentar al enemigo externo. Aunque el equilibrio de fuerzas es claramente favorable a los persas, la decisión está tomada.

Por su parte, Vasak Syuní se encarga de buscar aliados externos. Vecinos cristianos al norte, los georgianos también son víctimas de los caprichos zoroastristas del rey persa y por ende se unen a la causa común... Y paren de contar amigos.

Una delegación encabezada por Hemayak Mamigonian –hermano de Vartán- se dirige a Constantinopla para buscar el apoyo de los bizantinos. Los Mamigonian nunca han ocultado sus contactos y su preferencia con y por Bizancio. Al fin y al cabo, se trata nada más ni nada menos que del imperio romano de Oriente, cristianizado por Constantino el Grande. Además, hay que tener en cuenta que Vartán Mamigonian había sido general del ejército bizantino durante el reinado del emperador Teodosio II.

Los armenios se vuelven con las manos vacías: el emperador Flavio Marciano no tiene interés en apoyar a los sublevados contra el rey persa. En primer lugar, porque eso alentaría a los nobles armenios de la Armenia ocupada por Bizancio a levantar cabeza. De hecho, se les prohíbe toda participación en ayuda de sus pares contra Hazkert. En segundo lugar, porque las tropas bizantinas están ocupadas luchando contra los guerreros hunos de Atila cerca del Danubio (un enemigo peligroso al que lograrán desviar hacia occidente, donde finalmente será vencido en Galia). Más aún, según algunas fuentes, Bizancio envía mensajeros a Persia avisando acerca de los preparativos militares armenios...

Sin drones ni tanques, pero con elefantes

En la primavera (boreal) de 451 los ejércitos persas entran en Armenia. Los historiadores medievales armenios han vertido ríos de tinta en cuanto al número de combatientes en ambos bandos: de 200 a 300 mil las huestes del rey de reyes y de 60 a 66 mil los soldados de Vartán. No hay duda de que se trata de exageraciones que rozan con la leyenda.

Ni Jorenatsí (allegado a los Pakraduní), ni Ghazar Parbetsí (cercano a los Mamigonian) ni el mismo Yeghishé (crónico por excelencia de la batalla de Vartanants) han tenido en cuenta que “en un país montañoso como Armenia, donde los ejércitos se ven forzados a penetrar por pasos obligatorios, no era posible concentrar en un campo de batalla a más de 20 o 30 mil hombres”. (**)

Sea como fuere, el 26 de mayo de 451 (o el 2 de junio según otras fuentes) el ejército persa armado hasta los dientes, encabezado por el cuerpo de elite de los “Inmortales” y dotado de un contingente de elefantes de guerra que siembran zozobra, se enfrenta a los armenios en la planicie de Avarayr, a orillas del río Dghmud (cerca de Julfa en Najicheván).

Al final del día el desenlace es el previsto. Vartán cae junto a 1036 combatientes, 8 de los cuales son oficiales. Todos son santificados posteriormente por la Iglesia, que decide conmemorarlos cada año en el calendario religioso. Vartanants queda a lo largo de quince siglos como el símbolo de la resistencia armenia contra el enemigo opresor.

La victoria persa es pírrica, pero victoria al fin. Así y todo, los armenios no se quedan de brazos cruzados: continúan con una guerra de guerrillas encabezada por Vahán Mamigonian -sobrino de Vartán- que al cabo de tres décadas llevará a la firma del Tratado de Nvarsag por el cual se reconocen finalmente los derechos armenios de autonomía y de culto propio. A la larga, la lucha armada logra doblegar al poderoso imperio.

Como en toda historia, aquí también hay un traidor. O al menos eso es lo que la mayoría de los historiadores afirma acerca de la actitud de Vasak Syuní. En efecto, al comprobar que la ayuda externa es casi nula, el marzbán decide hacer mutis por el foro. Es cierto que trata previamente de convencer a sus pares feudales sobre la inutilidad de ir a la guerra y de buscar otras alternativas. Pero sus palabras caen en saco roto.

Se dice también, que Vasak Syuní no actúa sólo sino con el consentimiento de cierto número de miembros pro-persas de la nobleza y que toma esa decisión instigado por Hazkert, quien le promete el oro y el moro a través de un edicto de tolerancia... 

Las ambiciones políticas de Vasak de mantener sus bienes y privilegios y hasta la de coronarse como rey de Armenia bajo la tutela de Persia, quedan truncas. Los persas destituyen al gobernador de sus funciones, lo toman prisionero y finalmente muere en prisión devorado por las alimañas. Hasta el día de hoy, ninguna familia armenia bautiza a su hijo varón con el nombre Vasak.

Qué hacer ante la amenaza externa, dónde buscar aliados y cómo enfrentar situaciones in extremis, he aquí algunas de las lecciones de Vartanants. La historia no es una sucesión de hechos separados en compartimentos estancos. Por el contrario, se trata de vasos conductores que a través de los siglos nos traen su contenido de errores y aciertos. El resto depende de nosotros. 

Ricardo Yerganian

Exdirector del Diario ARMENIA

(*) Los hitos son acontecimientos de relevancia que marcan un punto de referencia en el pasado. Son hechos -o bien personajes- que sobresalen por su importancia histórica y se destacan del resto marcando un antes y un después. Por su parte, las leyendas mezclan sucesos reales e irreales; tienen una base real histórica protagonizada por personajes también reales que existieron en su momento, aunque como recurso narrativo y para magnificar los acontecimientos, se añaden elementos ficticios. En los mitos, todo es irreal.

(**) H. Pastermadjian, “Hayots Badmutiun”, pág. 160

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