Carta a un amigo entrañable

10 de marzo de 2015

Querido Tito Zakian:

 Hace unos días que quería escribirte estas líneas. Me demoré porque no encontraba las pTito-Zakian-1alabras adecuadas para trasmitirte mis sentimientos. Un torbellino de frases y metáforas daban vueltas en mi mente, hasta que finalmente pude ordenar  mis pensamientos y amalgamarlos con la realidad material y espiritual que conforma al ser humano. Y, aquí estoy frente a la computadora tratando de plasmar las ideas que quiero compartir contigo.

 Una frase popular, muchas veces utilizada entre las personas que se aprecian y quieren es: “hasta que la muerte nos separe”. Yo me pregunto: ¿La muerte separa a las personas?, y yo mismo me respondo “NO”. Lo que separa a las personas es el olvido. En definitiva la muerte es parte de la vida o el fin de la vida. La vida, un viaje que un día emprendemos y que inexorablemente algún día llega a su fin. Y cuando ese fin llega, el entorno familiar, laboral, comunitario, de amistad, sufre por la pérdida material del ser querido, del ser apreciado. Y frente a esta situación buscamos frases de consuelo para mitigar el dolor.

 Es aquí que quiero detenerme y profundizar en la búsqueda de los recuerdos. Los recuerdos y las vivencias compartidas con el que ya no está materialmente entre nosotros, como vos, pero que espiritualmente colmaste nuestros corazones. Y es aquí que vuelvo a retomar la idea del viaje que antes te mencioné. Hay personas que transitaron por este mundo, sin dejar rastros de su humanidad y como mejor premio han recibido el olvido de sus allegados. A esos, seguramente, “la muerte los separó”.

 En cambio hay otros individuos que transitaron por este mundo dejando un sello indeleble que el paso del tiempo no podrá borrar jamás. Y ese es tu caso, querido Tito. Vos tuviste la sabiduría y la nobleza de enriquecernos moral y espiritualmente, durante tu paso terrenal. Tu familia, tu comunidad, tus amigos, tus relaciones laborales y comerciales, jamás te olvidarán. Estarás siempre entre nosotros y seguramente, ante los diversos obstáculos y desafíos cotidianos de la vida, vamos a hurgar en tu ejemplaridad, para encontrar la fortaleza necesaria para seguir transitando por esta vida, “hasta que la muerte nos una”.

 Te confieso, querido amigo Tito, que esto es más difícil de lo que pensaba. Pero te escribo con emoción y satisfacción, y si una lágrima se desprende, en última instancia somos humanos. Te cuento que por aquí son muchos los que sufren con tu ausencia, yo también. Pero me reconforto pensando que me diste la oportunidad de compartir contigo momentos inolvidables, no sólo en el aspecto laboral y profesional, o comunitario, sino mucho más allá de todo eso. Me abriste las puertas de tu casa. Me hiciste partícipe de muchos momentos relevantes de tu vida familiar. Y esa es una riqueza que no necesita cajas de seguridad para custodiarla, esa riqueza se guarda en lo más profundo del corazón. Un corazón dolido, para el cual el mejor bálsamo será tu recuerdo imperecedero.

 Querido Tito, fuiste un faro que nos guiaste con tus resplandecientes rayos de luz. Un faro que nos indicó el camino más seguro para alcanzar los objetivos de la vida. Esos objetivos que vos abrazaste con pasión y que son y serán un ejemplo para las futuras generaciones. Un faro que no se extinguió con tu partida. Todo lo contrario, un faro que, hoy más que nunca, esparce  y esparcirá sus destellos de ejemplaridad, de ética y de moral, sobre todos nosotros.

 Te confieso que todo esto quería decírtelo el día de tu despedida, pero seguramente el llanto hubiera ahogado mis palabras. Un fuerte abrazo y hasta siempre, querido Tito.

 

Abraham Aharonian

 

 

 

 

 

 

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