Desde aquel día terrible
Hay una fecha crucial en la larga y compleja historia de Armenia. Los cronistas bizantinos lo describen como aquel día terrible. Es el 26 de agosto del año 1071, cuando los turcos selyúcidas provenientes de las estepas de Asia central libran su batalla decisiva para entrar en Asia Menor. En Manazguerd, cerca del lago Van, el ejército bizantino sufre una grave derrota. Bizancio no logra defender el reino de Aní, ocupado y anexionado a su imperio dos décadas atrás. Como consecuencia, la mayor parte de Armenia es arrebatada por los guerreros de Alp Arslán y la caída del bastión armenio en el este abre el camino hacia occidente. Casi cuatro siglos después, el 29 de mayo de 1453, Constantinopla -la capital del Imperio Romano de Oriente- cae en manos de los turcos otomanos…
Así pues, aquel día terrible a finales del siglo XI las tribus turcas penetran por primera vez en la ya entonces milenaria patria histórica armenia. Un dato de suma importancia teniendo en cuenta que los turcos se autoadjudican el status de “pueblo autóctono” de la región. A la ocupación selyúcida seguirá la de los mongoles y más tarde la de los turcos otomanos. A mediados del siglo XVII Armenia se encuentra dividida bajo el yugo otomano y persa. Es cuando se consolida definitivamente la división establecida desde antaño, la que conocemos como Armenia occidental y oriental. A partir del siglo XIX con el avance de la Rusia zarista hacia el sur, se transformará en Armenia turca y Armenia rusa, hasta que en 1918 se establece la República de Armenia.
Desde que se echan las bases del primer estado armenio contemporáneo, la caótica situación social y la crisis humanitaria son las prioridades a resolver. Como consecuencia del Genocidio en las llamadas provincias o vilayetos armenios del Imperio Otomano, la Armenia occidental se vacía de su población autóctona. Los que no perecen en los destierros y en las caravanas al desierto sirio, se refugian en la Armenia oriental. Son más de trescientos mil los refugiados que esperan regresar a sus hogares y veinte mil los huérfanos…
El otro gran tema que enfrenta la incipiente república es el de coordinar esfuerzos con la delegación nacional de Boghós Nubar en París, para presentar ante la Conferencia de Paz los reclamos territoriales armenios. Citando a Jadisian, “Ereván se convierte en el centro político para todos los armenios y debe reunir a su alrededor todos los territorios y toda la población armenia sin distinción. Así, en febrero de 1919, el congreso de los armenios occidentales decide la unión con la Armenia del Cáucaso. La ceremonia oficial y la proclamación de la Armenia unida se lleva a cabo el 28 de mayo de ese año, con desfiles militares y celebraciones en las calles de la capital. Doce parlamentarios que representan a la Armenia occidental se suman a la asamblea legislativa”.
A pesar del objetivo común –la reunificación en un territorio nacional único- las desavenencias entre las dos delegaciones armenias en París es un hecho. Vencida en la Gran Guerra, Turquía está políticamente debilitada y las potencias aliadas decidirán a su antojo cómo repartirse el Imperio otomano. Ante esas circunstancias, ¿qué territorios reclamar?, he ahí la cuestión. La delegación de la República de Armenia tiene instrucciones precisas de su gobierno: trabajar en colaboración con la delegación nacional para exigir los territorios ocupados por Turquía –los llamados seis vilayetos- y garantizar el acceso de Armenia al mar Negro, sin especificar el lugar. Por su parte, la delegación de Boghós Nubar tiene una postura maximalista: una Armenia del Mediterráneo al Mar Negro. Así, exige además Cilicia y la provincia de Trebisonda. A pesar del acuerdo alcanzado entre ambas representaciones en este último sentido, Jadisian reconoce que “por desgracia se cometió un gran error en lo relacionado a las fronteras, ya que tuvimos grandes expectativas y no calculamos cuáles eran nuestras propias fuerzas ni tuvimos en cuenta las circunstancias internacionales. Al exigir Cilicia se hizo imposible no sólo llegar a un acuerdo con los turcos, sino también con las grandes potencias involucradas. Con relación a los territorios exigidos, Ereván mantuvo una actitud mucho más moderada que la de nuestras comunidades representadas por la delegación nacional en París”.
Finalmente, la cuestión de la delimitación de las fronteras de Armenia con Turquía queda en manos del presidente estadounidense Woodrow Wilson. Analizado y estudiado hasta el último detalle, el trazado del límite entre ambos países es una realidad con la firma del Tratado de Sevres en 1920. El hecho de haber quedado en el papel no le quita mérito. Es la única base jurídica internacional que crea una Armenia de 160 mil kilómetros cuadrados, en la que se incluye la mayor parte de la patria histórica.
¿Es ahora el momento de reclamar? es la pregunta que se impone. Obviamente, no. Pero eso no debe ser una justificación que conduzca al olvido y a la renuncia de nuestros derechos. Turquía pretende que Armenia renuncie a sus territorios ancestrales como condición previa al establecimiento de relaciones bilaterales y a la apertura de las fronteras actuales. Una cosa es no presentar reclamos y otra muy distinta es renunciar definitivamente a ellos. ¿Quién puede asegurar que no habrá más cambios en el mapa de la región? Cuando la misma Turquía es la que pone en entredicho el Tratado de Lausana de 1923 y habla de “patrias perdidas” en alusión a ciudades e islas que formaban parte del Imperio otomano, ¿por qué habríamos de renunciar nosotros al Tratado de Sevres?
Con el Ararat del otro lado de la frontera, las consecuencias de aquel día terrible siguen siendo nefastas para el pueblo armenio. Pero está claro que la historia no comienza en 1071 ni en 1453. Además, está demostrado que las “utopías” muchas veces se han vuelto realidad. La liberación y recuperación de Artsaj es el vivo ejemplo y el primer paso hacia esa Armenia unificada por la cual han luchado y se han sacrificado generaciones enteras. Y aún al día de hoy, la lucha continúa.
Dr. Ricardo Yerganian
Exdirector del Diario ARMENIA
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