Después de la mentira, la censura
Nunca se miente tanto como antes de una elección, durante una guerra, o después de una cacería, ha dicho Otto Bismarck.
El gobierno de Nikol Pashinyan ha sido el argumento empírico de la comprobación de los dos primeros enunciados del dicho de Bismarck: mintió antes de las elecciones extraordinarias en 2019 prometiendo que la vida de los ciudadanos armenios mejoraría, le creyeron al carismático líder de la movilización social de abril de 2018 que supo capitalizar la bronca social contra la clase oligárquica que había monopolizado toda la economía para, luego, manipular la polarización social y transformarla en una polarización política -una “grieta” en su variante armenia que simplificó el proceso político en términos de Pashinyan o los corruptos.
Sin ningún logro sustancial para mostrar en la supuesta lucha contra la corrupción que prometió, con indicadores económicos engañosos acerca de crecimiento real e inversiones y un panorama aún más sombrío en la posguerra después de la humillante derrota que sufrió Armenia, las mentiras preelectorales de Pashinyan están expuestas.
“!Venceremos!”, fue la mentira que escuchamos durante los 44 días de la guerra y, por ingenuidad patriótica, inconsciente autoengaño o simplemente confianza, creímos que era la verdad. Tampoco había alternativa; argumentando la guerra y la necesidad tanto de mantener firme la fe y determinación de la victoria, así como el prudente manejo de la información mientras seguían las operaciones militares, el gobierno de Pashinyan había establecido un control férreo sobre el flujo de información y prohibido cualquier debate público en torno de las operaciones militares.
Los ejemplos de mentiras durante la guerra abundan: Nasser en 1967 durante la Guerra de los Seis Días o Galtierri en 1982, ninguno un gobierno democrático o aspirando a ser un ejemplo de gobernanza democrática… Hoy, aún sin una comisión de verdad para investigar el curso de la guerra y su desenlace tan infeliz para los armenios, se sabe que tan pronto como el cuarto día del inicio de la ofensiva turco-azerí, los altos mandos de las fuerzas armadas armenias le habían informado a Pashinyan, el “comandante general” como se autodefinió una vez, de la insustentabilidad del frente y de la tremenda asimetría de las fuerzas que hacía que fuera imposible ganar la contienda bélica.
Pero el gobierno, por razones aún oscuras, decidió seguir la guerra. La guerra reveló aún otra mentira cínica de Pashinyan: nunca se había llevado adelante una reforma de la modernización de la capacidad de defensa de Armenia. El gobierno que se jactaba que había mejorado la condición de los conscriptos al servicio militar asegurando que tengan frutillas en su alimentación (literalmente…) había comprado los SU-30 de Rusia sin misiles que no volaron y sirvieron tan solo para una selfie del Primer Ministro, y que había dejado todo el cielo de Artsaj indefenso contra los drones turco-azeríes…
No sabemos si este gobierno es aficionado a la caza para asegurar que dará prueba empírica también del tercer enunciado en el dicho de Bismarck; lo cierto es que después de la mentira preelectoral y la mentira durante la guerra quiere legalizar la censura. Sin aun haber levantado el régimen de emergencia pese a la finalización de la guerra hace más de tres meses, diputados de la coalición de Mi Paso al poder presentaron un borrador de leyes que, según informa Aravot el 2 de febrero, diputados de la coalición oficialista Mi Paso empezaron una campaña en sus muros del Facebook pidiendo prohibir la difusión de cualquier información cuya fuente no se revela, argumentando que el consumidor no compra un producto cuyo origen ignora… A esta campaña le siguió la iniciativa de presentar dos proyectos de ley para introducir modificaciones en legislación sobre los medios de comunicación masiva que permitirían al poder ejecutivo prohibir la difusión de noticias sin fuentes relevadas (los textos de los proyectos de ley en armenio se encuentran aquí y aquí).
La ironía de la situación se radica en el hecho en que los autores de los proyectos de ley, ellos mismos experiodistas, eran fervientes defensores de la libertad de expresión… De alguna forma la censura oficial está con la continuidad del estado de excepción que el gobierno declaró durante la guerra y no lo ha levantado aún sin realmente explicar la razón de su persistencia. Más aún, la censura la ejerce el Ministerio de Defensa en la región de Syunik donde se dificulta el trabajo de reporteros que fueron para informar acerca de la situación de las fronteras, el avance de los azeríes en la anexión territorial y la desolación y desesperanza de la población abandonada por el gobierno.
Queda bastante claro que con la censura disfrazada bajo el pretexto de prohibir el “tráfico ilegal de la información” el gobierno derrotista de Pashinyan quiere seguir mintiendo acerca de su accionar en la posguerra cuando por su incompetencia no solo falla en el control de daños, sino que sigue entregado a la manipulación turco-azerí que quiere llevar la derrota hasta sus últimas consecuencias. Esperemos que si se instala la ley de censura en Armenia no se traduzca por la autocensura en la diáspora que por mala costumbre, impotencia, inercia o cálculos de interés se limita, cuando directamente no se permite, en cualquier crítica hacia el gobierno de Armenia.