El genio de los Pakraduní y la eterna Aní

25 de junio de 2022

Así como el monte Ararat es el símbolo de la nación amenia, la ciudad-fortaleza de Aní es su capital histórica por excelencia. Sin desmedro de Erepuní-Yereván y de tantas otras ciudades capitales a lo largo de la historia, Aní tiene algo de particular, de mágico. Así como los cuentos de las mil y una noches, es la de las mil y una iglesias. Y así como el majestuoso Ararat, también Aní se encuentra hoy del otro lado de la frontera. Muy cerca, a tiro de piedra... pero del otro lado (*).

¿Quiénes y cuándo la fundaron? ¿Qué rol desempeñó en su época y cuál fue su destino? Es lo que nos proponemos analizar en esta nota. Porque a pesar de los altibajos que se puedan señalar, no cabe duda alguna de que gracias al genio político de los Pakraduní, la creación de ese reino independiente con su espléndida capital constituyen uno de los hitos de la historia armenia.

Ubiquémonos en el contexto histórico: la partición inicial del reino de Medz Haykse produce en el año 387 d.C.. Bizancio y Persia son los poderosos vecinos de turno y se dividen la “manzana” de la discordia. Aún así, el reino armenio de los Arshakuní (Arsácidas) logra subsistir hasta el 428. Ese año marca la caída de la dinastía y la partición definitiva de Armenia entre el Oriente persa y el Occidente bizantino.

A partir de allí tendrán que transcurrir largos 458 años para recuperar la independencia perdida. Así pues, en la segunda mitad del siglo IX, allá por el 886, en pleno Medioevo, la dinastía Pakraduní logra arrebatar la oportunidad que la coyuntura regional e internacional le ofrece. Armenia se debate a la sazón entre la presión bizantina y el yugo árabe y sabrá sacar partido de la situación a favor de los intereses nacionales.

Poco más de 150 años serán suficientes para que el reinado de los Pakraduní –el más corto de la historia armenia- se transforme en símbolo del renacer político, económico y cultural y deje su imborrable huella. Prueba irrefutable: la Catedral de Aní, obra maestra del genial arquitecto Drtad, que a pesar de saqueos, seísmos y vandalismos, aún hoy mil años después se mantiene en pie...

Las sublevaciones contra el invasor árabe

Los Pakraduní son una de las familias “nobles” o feudales armenias más antiguas. Sus orígenes nobiliarios se remontan al siglo IV, cuando una ley escrita les otorga el título hereditario de asbet (jefatura de la caballería) así como el privilegio de coronar a los reyes Arshakuní en la ceremonia de advenimiento al trono. Pero su protagonismo disminuye durante el dominio de los persas y en los albores de la dominación árabe (mediados del  siglo VII) siguen sin tener la autoridad que por entonces todavía mantienen los Mamigonian o los Reshtuní.

Lo que diferencia a los Pakraduní de sus pares feudales es que no son dueños de un najararutiun (principado) unificado y homogéneo. Por el contrario, sus dominios se hallan diseminados en distintas zonas no concatenadas territorialmente entre sí.

Esta dispersión de sus dominios los vuelve menos vulnerables ante el contrincante de turno: “cuando se enfrentaban a los árabes, tenían la oportunidad de refugiarse en sus fortalezas de Sber sobre el río Yoroj, cerca de Baberd, a los límites de Bizancio. Y cuando las cosas no iban bien con los bizantinos, podían retirarse a sus tierras en el valle del Araks y buscar el apoyo de los árabes...” (1).

Pero la “viveza criolla” de los Pakraduní se enfrentaba a un enemigo no menos astuto. Durante la ocupación de Armenia, los árabes aplicaron una hábil política tendiente a la confrontación de los principados armenios entre sí. Como resultado, aniquilaron a los más poderosos de entre ellos.

Los Pakraduní -junto con los Ardzruní- fueron los que más se beneficiaron de esa política. Una vez eliminados física y políticamente los Mamigonian y los Gamsaragán, los dominios de estas familias en las zonas del Éufrates, del Arax y de Kars (Aní incluída) pasaron a manos de los Pakraduní.

Es justo señalar que a diferencia de los Ardzruní quienes casi siempre apoyaron a los árabes, los Pakraduní les hicieron frente en múltiples ocasiones. De hecho, es un Pakraduní (Sahag) el que encabeza la primera gran sublevación contra el invasor árabe a principios del siglo VIII. Pero hay que decir también que posteriormente, durante la segunda sublevación, no se unen a los Mamigonian cuando éstos intentan liberar Armenia (citando el lenguaje de la época, el emirato de “Arminiya”). Por el contrario, los abandonan a su suerte y se benefician del botín...

En cuanto a la tercera –y no vencida- sublevación contra los árabes en el año 774, las opiniones de los historiadores son dispares: unos afirman que cuenta con la participación de los Pakraduní y otros sostienen que son nuevamente los Mamigonian (al mando de Mushegh) los que asumen el liderazgo y la carga del levantamiento armado.

Lo cierto es que desde el inicio de la ocupación árabe hay dos posiciones contrapuestas entre los principados armenios: Ashod Pakraduní –el sbarabet (comandante en jefe)- está convencido de que con sus reducidas fuerzas los armenios no lograrán resistir por mucho tiempo al poderoso ejército invasor. Además, ya que Bizancio es reacio a apoyar a Armenia,  lo conveniente según su opinión es mantener una política de acercamiento con los árabes. Para los herederos de Vartán Mamigonian esta postura equivale a traición. Y Bizancio aprovecha estas rencillas internas para instigar a los Mamigonian –sus aliados tradicionales- a sublevarse contra los árabes. Un verdadero intríngulis.

Una vez más, la coyuntura política internacional...

Las primeras décadas del siglo IX traen aires de cambio: la fuerte conciencia nacional de los pueblos iranios no les permite seguir soportando el yugo árabe y comienzan a sublevarse contra los califas de Bagdad. Un príncipe persa de nombre Babek levanta a los suyos y durante 24 años lidera una lucha de liberación nacional. Los árabes envían todas sus fuerzas contra los sublevados en Persia, entre ellas, los efectivos apostados en Armenia. El debilitamiento del califato Abásida es un hecho.

Ni lento ni perezoso, Pakrad Pakraduní aprovecha la partida del vostikán (gobernador) árabe de Armenia y hacia el año 850 ocupa y domina las regiones centrales del país, salvo la región de Vaspurakán -sede del principado Ardzruní- y la actual Zanguezur, propiedad de los príncipes Syuní.

“Dividida en varios principados, no existía entre los nobles de Armenia un verdadero patriotismo nacional. Ellos no tenían la idea de una patria unificada o de un Estado armenio. Para ellos, la patria eran sus principados. Por ellos se sacrificaban. Su patriotismo era netamente local y no había un vínculo polítco que los entrelazara. Ese vínculo eran sólo las costumbres, el idioma y la religión, los que por sí solos nunca han alcanzado para crear una nación”, explica J. Laurent (2).

Pero ahora las cosas han dado un giro importante y en lugar de esos principados existe una fuerza unificadora que tiene todos los visos de un Estado que abarca casi toda Armenia: “los dominios Pakraduní se extienden desde el monte Ararat, lazo de los armenios con las viejas tradiciones bíblicas, hasta la región de Darón (Mush) donde dio comienzo la vida cristiana de Armenia y hasta el valle del Araks, región especialmente querida por los armenios y centro del poderoso reino Arshakuní, en el cual se encuentran los más sagrados sitios religiosos” (3).

Así, siendo dueños de un vasto territorio perteneciente al antiguo reino de Armenia, los Pakraduní se convierten en los herederos del mismo. No se trata ya de un patriotismo localista sino de un logro conseguido gracias al paciente trabajo de reunificación del territorio nacional durante los casi dos siglos de dominación árabe. Es el genio político de los Pakraduní lo que permite recrear o refundar la Armenia independiente, gracias a una hábil lectura de la coyuntura y un accionar perseverante.

“Príncipe de príncipes”: el primer paso hacia la independencia

Volvamos al año 850.

Una vez aplastada la sublevación persa de Babek, los árabes intentan reconquistar Armenia. Pakrad opone resistencia, se autoproclama “Príncipe de príncipes” y exige que el califa árabe reconozca la autonomía armenia. Es la época de la epopeya de Sasún y del sable heroico de Sasuntsí Davit...

El califa abasí Mutawákkil envía al general Yusuf para aplacar los ánimos independentistas armenios. Mediante artimañas, el militar árabe engaña a Pakrad y lo envía prisionero a Bagdad, donde muere víctima de las torturas. Su hijo Ashot toma las riendas de los Pakraduní y vence a los árabes en Khlat, cerca del lago Van. Sin darse por vencido, Mutawákkil despacha esta vez al general turco Bugha contra los sublevados armenios. Durante diez años las tropas de éste asolan el territorio armenio pero finalmente son vencidas.

Ahora sí, Mutawákkil cede: le reconoce a Ashot el título hereditario de “Príncipe de príncipes” y por ende la autonomía de Armenia. Es el año 862. Si bien el califa acepta no mantener ejércitos de ocupación, la soberanía árabe sobre Armenia no se pone en duda e impone a Ashot el deber de recaudar impuestos para él.

Es evidente que detrás de esta decisión del monarca árabe se esconde un interés político: el Imperio bizantino ha dado señales de fortalecimiento con la dinastía macedonia (con varios emperadores de origen armenio) y ha enviado claros mensajes de acercamiento hacia Armenia. El debilitado califa no puede permitir que los armenios se alíen con los bizantinos y le declaren la guerra o peor aún, su independencia. De ahí que es mejor tenerlos contentos con sus príncipes y su autonomía...

Pero los Pakraduní no se duermen en los laureles: conscientes de la política árabe de apaciguamiento hacia Armenia, proclaman rey a Ashot en el año 869. Los árabes cometen el error de enviar al general Ahmet para sojuzgar la rebelión y son vencidos por las huestes armenias.

El califa vuelve a ceder: acepta ahora la existencia del reino independiente de Armenia y en 886 envía una corona a Ashot, lo que equivale a reconocerlo oficialmente como rey. Para no ser menos y con el mismo sentido, el emperador bizantino Basilio I también le envía una corona. La “resucitada” independencia de Armenia es un hecho... y Ashot I -¡con dos coronas!- es reconocido como primer rey de la dinastía Pakraduní con el título de “rey de reyes” (“Shahnshah Armen”).

Pero los emires árabes y especialmente los emperadores bizantinos, aún no han dicho su última palabra...

“Divide y vencerás”

Esta histórica frase que se atribuye a Julio César, era sin duda de pleno conocimiento tanto para los árabes como para los bizantinos. Ambos vecinos no dudaron en ponerla en práctica con los príncipes armenios. Y a decir verdad, obtuvieron sus buenos resultados...

A Ashot I lo sucede su hijo Smbat quien reconquista casi todos los territorios pertenecientes al reino Arshakuní y los reunifica bajo el dominio Pakraduní. Receloso del poder que acumula el nuevo reino de Armenia, el emir árabe Yusuf se gana la amistad y la confianza de los Ardzruní y en el año 908 –con corona del califa mediante- proclama al príncipe Gaguik rey de Vaspurakán (**).

Poco tiempo después, los ejércitos conjuntos de Yusuf y de Gaguik Ardzruní se lanzan contra Smbat, quien es tomado prisionero y decapitado por el árabe. Armenia vuelve a ser devastada y la hambruna se generaliza. Es el momento de Ashot II, hijo de Smbat, quien durante siete años se enfrenta a los árabes y a quienes vence finalmente a orillas del lago Sevan. No por nada los armenios lo apodan “Ashot Yergat” (fierro).

A partir de aquí se inicia un período de casi cien años de paz y de renacer económico y cultural. Es la época de “oro” que marca el apogeo de los Pakraduní y de su flamante capital Aní, durante el reinado de Gaguik I quien gobierna treinta años y no baja la guardia ante árabes y bizantinos, con un ejército de 50 mil soldados al mando del sbarabet Vahram Pahlavuní.

Pero no todo es color de rosa. El factor externo sumado a las divisiones internas no permiten que el reino Pakraduní de Aní se extienda y se fortalezca. Más allá del mencionado accionar de los Ardzruní, los Syuní crean en 970 su propio reino. Pero a diferencia de los primeros, éstos defenderán su feudo ante el avance y los ataques de los selyúcidas.

Por su parte, el mismo reino Pakraduní se divide en otros dos “sub”reinos familiares: el de Kars fundado en 961 y el de Lorí en 972. Si bien estas subdivisiones atentan contra la unidad y el poder central ejercido desde Aní, los Pakraduní saben imponer su voluntad sobre las ramificaciones más pequeñas, obtener tributo de ellas y soldados en caso de guerra. De hecho, los “reyes” de estos feudos paralelos no son más que los najarar (príncipes) de la época Artashesian y Arshakuní.

La nueva capital de los Pakraduní

Hablemos ahora sí, de la magnífica Aní. Su fundación en el año 961 se debe al rey Ashot III, bautizado por los armenios como “Ashot Voghormadz” (el de las buenas acciones, “Misericordioso”) artífice además de la construcción de los hasta hoy turísticamente renombrados monasterios de Haghbat y Sanahin.

Se trata de una fortaleza antigua a orillas del río Ajurian (que hoy marca el límite entre Turquía y Armenia) que va creciendo con el correr de los tiempos. Rodeada de anchas y decoradas murallas, la Aní “de las cuarenta puertas” se transformará pronto en una pujante ciudad de más de cien mil habitantes, repleta de residencias, edificios públicos, palacetes e iglesias. Y con un gran mercado al aire libre, punto de encuentro de las caravanas de los comerciantes de oriente y occidente.

Armenia se encuentra en el llamado “camino de la seda” y por ende Aní, Kars y Dvin se transforman en importantes centros comerciales donde se pueden comprar y vender mercancías y objetos de lo más variados: desde telas, alfombras, cueros y herramientas hasta pescado salado y frutos. Sin olvidar el famoso vortán garmir, pigmento extraído de cochinillas (insectos autóctonos) que se utiliza para teñir las telas del preciado color carmín.

Junto al comercio proliferan los oficios: los que realizan las mismas tareas van concentrándose en calles y barrios que más tarde se convierten en centros de joyeros, herreros, vidrieros y talabarteros. Es el comienzo de las uniones (sindicatos) creadas para defender los derechos e intereses de sus miembros...

Cabe señalar que al convertirse Aní en la capital política central de los Pakraduní, la Iglesia y sus máximos representantes -que habían dejado Dvin en el 931 para asentarse en Aghtamar (Lago Van)- trasladan su sede a la ciudad capital del reino.

“En Europa –escribe Jacques de Morgan en su “Historia del pueblo armenio”- existen varias ciudades que todavía mantienen sus fortificaciones medievales. Baste recordar Avignon y Carcassone en el sur de Francia. Pero ninguna se compara con Aní y con la impresión que le deja esta ciudad muerta al visitante de nuestros días, perdida en un paisaje desértico y con sus heridas aún abiertas.

“En la época de los Pakraduní Aní era una ciudad grande y hermosa, con numerosas iglesias, palacios y murallas construídas con piedra volcánica de distintos colores. Junto a las principales iglesias dedicadas a los Apóstoles, a San Esteban, a San Gregorio Iluminador, a San Salvador, se erigían tal númeo de capillas menores que los habitantes tenían por costumbre jurar en nombre de las mil y una iglesias de Aní.

“Esas ruinas todavía siguen en pie, mientras que las construcciones particulares han desaparecido bajo los escombros. Las generaciones anteriores habían visto Artashat, Tigranakert, Dvin y otras ciudades capitales florecientes. Pero todas ellas habían desaparecido o caído en manos extranjeras. Los Pakraduní le dieron al pueblo armenio un centro, un hogar que en ese entonces creyeron eterno. Aní era el corazón de Armenia...” (4).

Para no abusar de la paciencia del lector en una sola nota, la continuación de la historia sobre cómo se perdió Aní, sobre el avance de los pueblos turanios y sobre la herencia cultural de los Pakraduní, en la próxima...

Ricardo Yerganian
Exdirector de Diario Armenia

Notas

(*) El monte Ararat nunca ha formado parte del Imperio otomano. Fue cedido hace apenas cien años, luego de la firma de los tratados de Moscú y de Kars en 1921. Por este último tratado, la región de Kars, Ardahán y las ruinas de Aní también fueron incorporadas a Turquía.

(**) El reino Ardzruní de Vaspurakán se mantuvo hasta el año 1021. En lugar de defender su reino ante al avance de los turcos selyúcidas, el último rey Ardzruní Senekerim decidió entregar su feudo a Bizancio para obtener a cambio la región de Sebastia, más segura y protegida. Nunca antes en la historia armenia un príncipe había decidido abandonar -motu proprio- sus tierras ancestrales...

(1) J. Laurent, “L’ Arménie entre Byzance et l’Islam”, París, 1919, p.98

(2) Laurent, óp. cit. p.69

(3) Laurent, óp. cit. p.22

(4) Jacques de Morgan, “Histoire du Peuple arménien”, París, 1981 

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