El infierno son los otros
Pocos pueblos saben más de odio que el nuestro. Porque nos odiaron nos mataron. El odio lleva a eso: a aniquilar una nación entera como la armenia.
Etimológicamente, odio procede de odium, un término latino cuyo verbo es defectivo; es decir que carece de presente y por lo tanto ha de emplear el pretérito para suplir esta falta. Entonces, el odio bien pudiera ser la consecuencia en el presente de algo cuyo origen se remonta tiempo atrás. Y se me ocurre que quizá esa sea la razón por la cual muchos de nuestros compatriotas levantan el odio como bandera.
Como trabajadora de la comunicación he publicado en casi todos los diarios de nuestro país y como crítica cultural, he recibido todo tipo de epítomes furiosos. Uno de tantos: “Por textos como los suyos se justifica el genocidio armenio”. Así, sin más. Porque no me gustó un libro. Bien merecido tuve el genocidio.
¿Por qué es el odio el más terrible de todas las pasiones? Nosotros podemos contestarlo: porque con ella pueden aniquilarse pueblos enteros. Según el alemán Max Scheler, el hombre posee la facultad de decir no; así llegó a la conclusión de que el aborrecimiento no es abstracto. No se odia a la maldad como término genérico sino al sujeto “malo”, al que ejerce el mal. Por ende, el odio se encarna dentro de un sentido material. En términos más claros, se odia al enemigo.
Con el odio in crescendo, que trae aparejado un sentimiento de resentimiento del que difícilmente se vuelva, se erigen componentes constitutivos de identidades. Se está “en contra” de otro, cuya existencia se considera excluyente pero paradójicamente forma parte de la nuestra. Esto es: se odia a personas como puede odiarse lo que representan. Así se odian pueblos o ideologías. Se demoniza al corpus que es, para el odiador, esencialmente malo.
En La dialéctica del amo y el esclavo, Hegel dice que lo esencial en el hombre es la voluntad de ser reconocido por el otro, para lo cual es necesario que no exista la paridad entre esos dos. La lucha por el reconocimiento es la raíz del odio mortal y la voluntad de poder es la fuente de la aversión. Clarísimo.
El personaje que representa Charles Aznavour en “Ararat”, la película de Atom Egoyan, dice en un momento: ¿”Sabés qué duele, hijo? No aquellos que perdimos, ni la tierra. Es saber que pudieron odiarnos tanto”.
Cumplimos un nuevo aniversario, siempre triste, siempre con dolor, del genocidio cometido contra el pueblo armenio. Peor aún, en estas condiciones que no nos permiten poner el cuerpo al frente: salir a manifestarnos, gritar a viva voz en la embajada de Turquía que todavía necesitamos reconocimiento de la verdad. La verdad es que nos mataron porque nos odiaron, como decía más arriba. Entonces, hoy, desde nuestros espacios, nos pronunciamos. Los que escribimos lo seguimos haciendo en cuanto espacio se nos dé lugar, frente a una cámara reclamando justicia, invitando a toda persona de bien que se una a nuestra causa (eso es al menos de lo que nos ocupamos desde los medios), celebrando cada apoyo, agradeciendo cada gesto.
Yo misma recuerdo estar cursando el secundario en San Gregorio en la década del 80 y ver personalidades tan disímiles como Alfonsín y Menem pasando por la Asociación Cultural Armenia apoyando la causa. Y se aplaudía rabiosa y orgullosamente a ambos. El odio no es político, es partidario, por eso los comentarios en redes rebosantes de odio de nuestros compatriotas sobre uno u otro personaje que se suma a nuestra causa, son lamentables.
Lala Toutonian
Periodista
latoutonian@gmail.com