El último aliento de Artsaj

04 de mayo de 2022

Las tropas de Azerbaiyán ingresaron a Stepanakert. El resto del territorio de Artsaj fue rodeado, mientras se procedía a la transición de las fuerzas pacificadoras de Rusia por las del país vecino.

Hace apenas dos días, la población comenzó su exilio. El tiempo de aviso fue breve. En una semana, los habitantes debían juntar sus pertenencias y trasladarse hacia Armenia. Algunos decidieron quedarse en su afán de no abandonar sus hogares, pero aún nadie sabe a qué costo.

La disputa a partir de la última guerra derivó en idas y venidas entre los mandatarios de los países involucrados y otros actores internacionales como Rusia y la Unión Europea. El pacto final reconoció a Artsaj como parte del territorio de Azerbaiyán. La comunidad internacional marcó su aprobación. El Grupo de Minsk, cuyo funcionamiento hoy es una incertidumbre, no intervino en este proceso.

Una larga fila de autobuses había estacionado frente a la estación. Los primeros vehículos estaban llenos y al final de la vereda, personas con grandes bolsas envueltas con cinta adhesiva cargaban sus pertenencias en la bodega del autobús y se acomodaban en los asientos.

La caravana de soldados azeríes ya estaba presente en los pueblos que habían sido desalojados previamente y estaba a la espera de que el último civil se marchara para ingresar a Stepanakert. Ese había sido el pacto con las fuerzas rusas, pero el corredor de Berdzor-Lachin ya estaba bajo el control de Azerbaiyán. La conexión terrestre entre Armenia y Artsaj pasó a ser historia. El contacto visual a través de las ventanillas entre los refugiados y los soldados azerbaiyanos, a los que solo se le veían los ojos, corrió el cerrojo de una leyenda inconclusa.

Las tropas rusas instaladas en Artsaj desde noviembre de 2020 intentaban garantizar el exilio seguro de los habitantes. A partir de la firma del nuevo acuerdo, contaban con un mes para desmontar sus bases militares incluyendo armamentos, tanques y defensa antiaérea.

Unos días atrás, tres de los vehículos blindados rusos estaban estacionados en la Plaza del Renacimiento de Stepanakert y más de una decena de funcionarios sacaban cajas herméticamente cerradas de la Casa de Gobierno y la Asamblea Nacional con documentos relevantes archivados por más de 30 años desde la declaración de la independencia. Aquellos funcionarios aún guardaban la esperanza de que esa realidad era un delirio catastrófico y en el corto plazo volverían a caminar sobre el sendero de una república firme.

Sobre la vereda del canal estatal Artsakh TV posaban cámaras, luces y todo tipo de aparatos propios de la producción televisiva. Gran parte de ese equipamiento había sido donado por el empresario Eduardo Eurnekian en 1998 luego de que fueran utilizados en el mundial de Francia. Los empaquetaron con precaución y los enviaron a Yerevan.

En los pueblos de Martuni, Martakert y Askeran los aldeanos que lograron agrupar todas sus pertenencias se perdieron en los bosques en busca de hojas verdes, granadas y pequeños frutos rojos y ácidos. Mientras cargaban sus canastos, aseguraban que “nada es mejor que los frutos y las hierbas de Artsaj”.

El banco Artsakhbank transfirió las cuentas de sus clientes a bancos de Armenia y cerró sus puertas. Karabakh Telecom canceló los números telefónicos. Se desmontaron monumentos y estatuas completas para salvarlos del vandalismo azerí; luego se verá si encuentran algún lugar para ser instalados en Armenia. Otros habitantes irrumpieron en los cementerios y sacaron las tumbas de sus familiares. Las obras de construcción de viviendas para las familias desalojadas de Hadrut y Shushi fueron abandonadas; también sus ilusiones de tener un nuevo hogar en Artsaj.

Durante toda la semana, la ruta hacia Armenia estuvo colapsada. Circulaban grandes camiones que cargaban desde libros hasta pupitres de las escuelas y además, tractores que venían de campos cultivados. También, mobiliarios de empresas y proyectos de inversión de capital extranjero, mercadería de negocios y reliquias de museos. La Cruz Roja era la única organización internacional que funcionaba en el terreno y del mismo modo, fue desalojada. De ahora en más, su labor se orientaría a la asistencia de refugiados artsajíes en Armenia. Este capítulo era el reflejo de cómo desalojar un país en siete días.

Los últimos autobuses partieron hacia Yerevan. Gran parte de los pasajeros eran refugiados por segunda vez; los recuerdos se apoderaron de su memoria. Reflexionaban sobre lo que vendría del otro lado de la frontera con Armenia. Imaginaban el destino de aquellos que eligieron quedarse. Atravesaron Shushi y vieron por última vez el despliegue excesivo de banderas azeríes y turcas. Luego cruzaron Berdzor, donde el cartel con la inscripción “Artsaj libre e independiente les da la bienvenida” era removido por soldados azerbaiyanos. Quisieron evadir la realidad, pero las ruedas ya giraban. Aquél fue el último aliento de Artsaj.

*Las escenas descriptas en esta crónica no corresponden a la realidad. Artsaj aún existe como una república libre e independiente. Las fuerzas de paz rusas permanecen en sus bases militares distribuidas por todo el territorio.
A la luz de los rumores de un acuerdo de paz con Azerbaiyán, que reconocería la integridad territorial del país vecino e iniciaría el proceso de demarcación y delimitación de las fronteras, Artsaj transita por una etapa de agonía. Su pueblo asegura que, mientras se pueda sentir su pulso, no hay nada perdido. El destino se resuelve hoy.

Betty Arslanian
Periodista

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