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Entre el honor y la vergüenza: entendiendo la corrupción política de Armenia

27 de marzo de 2018

corrupciónEreván (Nersés Kopalyan para evnreport.com).- En una cultura masculina definida por el honor, la lealtad y una devoción desenfrenada a la dignidad, la sociedad armenia exalta su apego por la familia, la hermandad, los parientes y, en esencia, la realidad que los rodea. La “armenidad”, por su propia disposición, es una cultura que eleva los lazos familiares, la fidelidad del clan (concepto en armenio entrelazado con el de familia) y el sacrificio por el honor como interpretaciones idealizadas de lo que implica ser un verdadero armenio.

En el ámbito privado esta cultura ha sido inmensamente importante en la preservación de un pueblo que, históricamente, ha estado sometido a la ocupación, la persecución, la opresión y el genocidio. La cultura armenia es lo que ha preservado la identidad armenia, ya que su realidad histórica ha requerido una devoción interna a la esfera privada. La esfera pública, es decir el ámbito jurídico-político, históricamente ha sido una anatema para el mundo armenio. Sometida a un gobierno extranjero, la cultura armenia, como mecanismo de defensa y supervivencia ha requerido el dominio de la esfera privada sobre la esfera pública.

En este caso, los preceptos culturales han definido el comportamiento sociopolítico, y no las leyes y los estándares del ámbito público. Entonces, ya sea bajo el espectro legal del Imperio Otomano o del comunismo soviético, los armenios siempre nos hemos mantenido subconscientes hacia la esfera pública: en síntesis nuestra cultura nos ha incrustado una desconfianza de este sector.

¿Cuáles han sido las repercusiones de esto para la cultura armenia postsoviética y cómo ha contribuido a los problemas en la esfera pública del país? Más específicamente, ¿es la corrupción inherente a la cultura política postsoviética?, y de ser así, ¿esto hace que esta cultura sea incompatible con los valores democráticos?

Existe una enorme cantidad de literatura académica, análisis en los medios, notas en los diarios y encuestas de opinión pública que así lo demuestran: Armenia sufre de corrupción. La mayor parte de los discursos sobre el tema giran en torno a las causas, resaltando el legado del sistema soviético, el sistema político actual y su liderazgo, las oligarquías y el hipercapitalismo, los burócratas, el nepotismo y el subdesarrollo económico.

Sin embargo, todos estos motivos consideran a la corrupción como un fenómeno de arriba hacia abajo y del propio sistema. Lo que quiero considerar en este punto expresa lo contrario ¿Es la corrupción un problema cultural que atañe no solo a aquellos que están en el poder, sino también a gran parte de la sociedad armenia? Dado que la cultura popular da forma a la cultura política, se puede pensar que la corrupción se instituye desde arriba, pero se sustenta con una forma de vida que refuerza gran parte de la sociedad. En este contexto, la corrupción de abajo hacia arriba como síntoma de la corrupción de arriba hacia abajo. En consecuencia, a diferencia de las democracias desarrolladas, Armenia sigue teniendo un bajo nivel de confianza hacia las instituciones estatales, lo que aumenta la apatía y la desensibilización hacia la injusticia y, como la cultura política está determinada por la forma en que los individuos piensan y sienten sobre el sistema político, Armenia carece, en gran medida, de los valores democráticos que son promovidos en este último caso.

Mientras que la corrupción vertical ha sido ampliamente documentada y expuesta, ofreciendo así una descripción mucho más exacta de las deficiencias del sistema político, existe muy poco material que explique la corrupción de abajo hacia arriba, inherente a la cultura política armenia. ¿Cómo puede el ciudadano promedio, que no se considera corrupto, participar voluntariamente en un comportamiento que es fundamentalmente malo según los parámetros democráticos? La afirmación hecha aquí es que la gran mayoría de los armenios no consideran que su comportamiento refuerce o participe de la corrupción sistemática, sino que simplemente se unen a una conducta que es culturalmente normal y justificada. Para entender este fenómeno, abordaré las interacciones sociales, políticas y económicas que dan forma a la sociedad armenia.

Las relaciones socioculturales armenias están definidas por cuatro conceptos principales: badiv / պատիվ (transcripto como una fusión de honor y dignidad), jatr / Խաթեր (un favor obligatorio estipulado en las relaciones familiares y sociales más cercanas), amot / ամոթ (sentido de la vergüenza, especialmente la pública) y harkank / հարգանք (respeto). Estos conceptos están construidos, formados y definidos por costumbres culturales, que se superponen al comportamiento mismo del individuo. En este contexto, independientemente de las consideraciones legales, políticas o institucionales, estos estándares reemplazan, moralmente, lo que constituye una conducta "correcta" o "incorrecta".

En esta línea, los preceptos culturales y legales se separan fuertemente: lo que es "correcto" o "incorrecto" no tiene nada que ver con lo que es legal o ilegal. Dentro de la sociedad armenia, es la cultura la que determina lo moral, y en este sentido, algo está bien o mal basado en los preceptos culturales, no en las leyes establecidas de la sociedad. Entonces, solo porque hiciste algo ilegal no significa que hayas hecho algo malo, en realidad hasta puedes hacer algo correcto haciendo algo por fuera de la ley.

Debido a que la legalidad es considerada como moralmente vacía, ya que es un producto de las propias instituciones que carecen de legitimidad y confianza a ojos del ciudadano, la misma falla en su rol ser una fuente del comportamiento moral o ético. Es por esta razón que los armenios no relacionan ser respetuosos de la ley con ser moralmente correctos. La ley es algo que se debe dejar pasar o evitar de la mejor forma posible.

Estas cuestiones nos permiten entender mejor por qué el ciudadano armenio promedio no tiene reparos en violar las normas y tener conductas que en la mayoría de las democracias desarrolladas serían aborrecidas por ser un proceder corrupto. Su comportamiento está formado por normas culturales, no por normas legales. Citando un ejemplo: Las relaciones socioculturales en Armenia dependen en gran medida del concepto de jatr / Խաթեր, ya que esta noción de favor obligado hacia familiares o amigos (dzanotutiún / ծանոթութիւն), se espera que sea cumplida, pero también que sea correspondida por todos. Por lo tanto, si se solicita jatr a alguien, este precepto cultural reemplaza cualquier obligación legal o profesional que se espera que el individuo acate: si uno puede cumplir con un jatr, entonces se espera que lo haga. Rechazarlo por una cuestión normativa sería incoherente para el armenio promedio.

Esta forma de nepotismo cultural se refuerza con tres conceptos: harkank/ հարգանք, badiv / պատիվ, y amot / ամոթ. En síntesis, ninguna persona de honor que sea respetada -harkank y badiv- rechazara un jatr, ya que hacerlo se considera en sí mismo deshonroso e indigno.

Piense, por ejemplo, en un oficial de policía o en un empleado o funcionario público. Ahora, supongamos que cualquiera de estos individuos, según las normas culturales y los valores en los que han sido criados, son abordados por su dzanot / ծանոթ pidiendo un jatr. Según las expectativas culturales estas personas deben priorizar este pedido por sobre obligaciones legales y éticas profesionales. Negarlo, si uno tiene la capacidad de cumplirlo, sería considerado moralmente insostenible. Priorizar la ley sobre el jatr, harkank, badiv y amot sería entendido como anmartkayin / անմարդկային (inhumano).

Este conjunto de costumbres culturales son fundamentalmente las formas de interacción socialmente aceptadas y esperadas, es decir, gran parte de la corrupción en Armenia se inicia de abajo hacia arriba. Sin embargo, dicha forma de comportamiento no se considera una forma de corrupción: es decir, en teoría, la mayoría admitirá que tal vez sea problemática, pero en la práctica seguirán priorizando el jatr por sobre la ley.

El hecho de que estas costumbres culturales estén insertas en el sistema político es una conclusión inevitable. La cultura de Armenia, por su propia estructura, perdona estas prácticas contradictorias con los valores democráticos. La hipocresía está en el hecho de que la mayoría piensa que es aceptable para ellos involucrarse en esta forma de comportamiento, pero si otros lo hacen sí es una forma de corrupción. Esta incoherencia permanece en el corazón de la incompatibilidad cultural de Armenia con los valores democráticos.

Vale destacar que mi argumento de ninguna manera considera conceptos como jatr, badiv, harkank, amot o dzanotutiun, como intrínsecamente problemáticos o culturalmente defectuosos, ni que deban ser erradicados o rechazados. Por el contrario: sostengo que estos preceptos son extremadamente importantes para los aspectos de la sociedad armenia, para la coherencia y la cohesión cultural; y además, estos preceptos deben ser preservados y elevados. Lo que sugiero es algo distinto, una separación convincente: la sociedad armenia debe establecer una clara distinción entre la esfera pública y la privada. Esta separación es fundamental si la cultura política armenia tiene alguna posibilidad de evolución, si es posible una cultura cívica que promueva los valores democráticos, y si el sistema político y sus instituciones, a los ojos del pueblo, tienen posibilidades de alcanzar la confianza y la legitimidad.

Al separar la esfera pública de la esfera privada, la cultura política de Armenia no solo reforzará una cultura cívica saludable, sino que, al mismo tiempo, mantendrá los preceptos consagrados por la tradición cultural. A su vez, el jatr, badiv, harkank, amot, dzanotutiun, etc., si se mantienen en la esfera privada, siguen siendo cruciales para la cohesión de las relaciones familiares y las interacciones sociales. Sin embargo, cuando estos temas se cruzan a la esfera pública, inherentemente niegan la meritocracia, perpetuando así el nepotismo y el clientelismo, que a través de la difusión se vuelven sistémicos y generalizados: es decir, la condición exacta en la que Armenia se encuentra.

Mi punto aquí, entonces, es absoluto: la esfera pública debe definirse, moral y éticamente, por la legalidad. Si esto no está separado de la esfera privada, entonces las conductas y costumbres se superponen a la esfera pública, ya sea en la burocracia política o en las relaciones comerciales del sector económico. Esto, creo, es evidente para todos: las cuestiones conflictivas en Armenia, ya sean comerciales, políticas, monetarias o sociales, casi siempre se resuelven dentro de las reglas culturales de la esfera privada. Los asuntos públicos se redefinen como asuntos privados y, por lo tanto, se tratan por fuera de la ley; el proceso legal está despriorizado de los métodos de resolución de conflictos y problemas interpersonales, o interempresariales. En raras ocasiones, estos problemas se resuelven a través de los canales legales correctos, ya sean los tribunales o la policía. Sin embargo, en estos casos se encuentra la solución a través de reuniones, con la inserción de elementos pseudocriminales, o la interferencia de un poderoso dzanot.

Como tal, las cuestiones conflictivas que deben resolverse en la esfera pública casi siempre se resuelven en la esfera privada. Es esta fusión de ambos sectores lo que sofoca el desarrollo de una cultura política democrática.

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