La Cruz de Cristo
Es común ver “cruces” en todas partes: templos, cúpulas, joyerías, hogares. Aunque en la antigüedad los romanos la usaban como un instrumento de tortura, con la muerte de Jesús, hoy encontramos el verdadero significado de la cruz para la humanidad.
Nosotros no adoramos la cruz, pero sí adoramos al Cristo de la cruz que murió, fue sepultado y resucitó al tercer día. De esta manera, la cruz que nos presenta el Evangelio, finalmente, es la que se representa sin la figura de Jesús.
1- En la cruz de Cristo encontramos el perdón de nuestros pecados.
Dice la Biblia: “Y todo esto proviene de Dios quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados”.
2- En la cruz de Cristo tenemos victoria espiritual.
El diablo se opuso permanentemente a la obra redentora de Jesús. Aún hoy trata de impedir que el propósito de Dios se cumpla en los creyentes.
Dice la Biblia: “Jesús vino para destruir por medio de su muerte, al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo. Y nosotros somos más que vencedores por medio de Aquél que nos amó”.
3- En la cruz de Cristo encontramos la santidad.
La vida cristiana es una lucha constante. En la conversión Dios nos da vida eterna pero nuestra tendencia humana carnal no desaparece. Para vencerla contamos con el poder y la presencia del Espíritu Santo. Dice la Biblia: “Los que son de Cristo, han crucificado la “carne” con sus pasiones y deseos”.
Conclusión: Aún hoy sigue vigente la invitación de Jesús: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”. En su profundo significado espiritual, cuando tomamos la cruz de Cristo, la hacemos nuestra porque nos identificamos con Él, recibiéndolo en nuestros corazones como Salvador y Señor de nuestras vidas.
Pastor Enoc Elmassian
Soneto al Crucificado:
No me mueve, mi Dios, para quererte el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido, muévanme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, y en tal manera, que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera, pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Anónimo
Probable autor.: Santa Teresa de Jesús – (Siglo XVI)