Opinión

La Diáspora, un convidado de piedra

30 de noviembre de 2020

Nuestra Diáspora triplica en número a sus hermanos de Armenia y Artsaj. Esta trilogía es realmente la Nación de todos los armenios. A lo largo de la historia reciente, o sea luego de perpetrarse el genocidio de 1915, los sobrevivientes huyeron de su victimario desparramándose en los cuatro puntos cardinales del mundo.

Algunas décadas después y cuando las heridas de los refugiados comenzaron a restañar y las comunidades tomaban forma en muchos países, todavía no había un vínculo directo con la Madre Patria. Ese lazo comenzó a materializarse en a mediados de los años sesenta cuando el régimen soviético que gobernaba Armenia creó lo que se dio en llamar Gabi Gomidé (Comité de Enlace) . Este organismo realizó una importante tarea de intercambio y comunicación, obviamente con las limitaciones impuestas por el contexto político de ese momento. Con el advenimiento de la recuperación de la independencia la presencia del Gabí Gomidé se fue desdibujando hasta prácticamente dejar de existir en 1998.

Diez años después se creó el Ministerio de la Diáspora cuya primera y única titular fue Hranoush Hakobyan, una funcionaria con extenso recorrido en la política de Armenia y mucha experiencia ministerial. Su trabajo al frente de ese organismo revitalizó la relación de las comunidades con la Madre Patria. Hakobyan permaneció al frente de esa cartera hasta la llegada al poder de Nikol Pashinyan. Apenas unos días después fue designado Mekhitar Hairabedian, un joven funcionario que pretenciosamente prometió a la comunidad armenia durante un encuentro que tuvo lugar en los días del Centenario del 28 de Mayo de 1918 que las relaciones con las comunidades no iban a decaer, al contrario tomarían nuevo impulso.

Desafortunadamente y por motivos que nadie se ocupó de explicar el Ministerio de la Diáspora fue disuelto y en su lugar se estableció una anodina oficina denominada Alto Comisionado de la Diáspora cuyo titular Zareh Sinanyan sigue al frente todavía hoy.

Más de dos años después de ser investido el nuevo responsable todavía no le conocíamos el rostro en la Argentina y no porque nos haya visitado, sino porque no habíamos tenido contacto alguno con él, ni con su oficina. Recién tuvimos la oportunidad de tener un muy breve encuentro virtual unos días después de comenzada la guerra. Luego, nuevamente el silencio total.

Y para que tener idea clara del perfil del “comisionado” Sinanyan, basta visitar su perfil de Facebook y ver los videos amenazadores de supuestos soldados que prometen volver del frente y hacer justicia con los opositores del gobierno.

Volviendo a la cuestión, lo real es que todo intercambio cultural, educativo y hasta artístico desaparecieron con todo lo que ello significa.

Claramente al nuevo gobierno la Diáspora, o al menos la porción de la misma que se encuentra en Sudamérica y que tal vez esté compuesta por al menos doscientos cincuenta mil integrantes, no le interesa. No está en su agenda. Cuando por largos años las comunicaciones entre el Ministerio y nuestras instituciones eran casi diarias, no tengo memoria de haber recibido contacto alguno ni cuando todavía era director del Diario ARMENIA, ni después cuando estoy registrado como periodista en sus registros profesionales.

Nada es casual, los esfuerzos por integrar realmente la diáspora a la vida social, económica, cultural y hasta política de Armenia cayeron en saco roto. No hay más viajes de estudio de los alumnos ni congresos que reunan a todas las profesiones en Ereván, el aislamiento es total.

Obviamente es una decisión del partido gobernante que deja atrás no solo a las primeras generaciones, sino que también se aleja de los nuevos integrantes de las comunidades, aquellas que desde hace veinte años dejan su Madre Patria en busca de otros horizontes. Es más, se anuló la posibilidad de emitir el voto de los ciudadanos armenios que vivan en el exterior, porque -como dijo un político de Mi Paso- no podemos permitir que ideologías extrañas a nuestras costumbres lleguen al país. Ridículo.

Estalla la guerra y lo primero de que se acuerdan las autoridades es de esos “hermanitos” que dan pelea por su identidad armenia en el resto del mundo y los exhortan a contribuir al Fondo Armenia para solventar los gastos sociales y humanitarios de la conflagración. Por supuesto, nadie protestó porque el sentimiento armenio no se mezcla con ningún gobierno ni facción política. Todos colaboraron para poder asistir con lo que fuera necesario. Cada vez que se necesitó a la Diáspora, ésta dijo presente. Hay muchos ejemplos, comenzando por el terremoto.

Pero, todo se limita ahora al aporte económico, no hay programa conocido que convoque a médicos, economistas, matemáticos, arquitectos o ingenieros entre otras profesiones que podrían ser muy útiles en el desarrollo del país. No y no, parece que no son necesarios. A esta desconcertante política hay que agregar el déficit inmenso de su política exterior. Sin hablar de otras regiones, puedo afirmar que al menos en Sudamérica la actividad diplomática es muy reducida, casi inexistente diría. Salvo alguna honrosa excepción los embajadores armenios vienen a nuestros países a ver cómo caen las hojas de los almanaques. Sin embargo, la responsabilidad no es de ellos, sino de quienes los designan porque no hay una política de relación establecida para llevar adelante. No hay vínculo entre los países más que eventual y eso perjudica enormemente.

En cuanto a la capitulación ofrecida por el ministro Pashinyan, quiero decir que me parece una decisión absurda, errónea y muy perjudicial para los armenios. Pero qué podría haber hecho el premier si ni siquiera nos registra a los sudamericanos. Argentina hizo ley el reconocimiento del genocidio en 2007, pero el agradecimiento oficial de Armenia tardó largos años en llegar. Por qué habría de ser distinto si el embajador de aquel momento no quería siquiera ir al Senado para presenciar la votación que se avecinaba y que ya se anticipaba como positiva (finalmente fue por unanimidad).

Ahora vienen otros tiempos donde la Diáspora será una vez más protagonista principal en su rol de aportante económico para encarar la reconstrucción de Artsaj. Una vez más vendrá el pedido y una vez más responderemos con lo mejor de nosotros. Pero que la dirigencia política de Armenia no se equivoque, la Diáspora se merece respeto y consideración. Debe poder participar más activamente en la vida de nuestra Madre Patria.

El aporte económico no debe ser considerado como leí hace unos días en las redes como el impuesto para seguir siendo armenios. Esa fue una descarada afirmación de un joven partidario del actual oficialismo y espero fervientemente no sea ni por asomo la postura oficial.

La Nación armenia somos todos y no deben existir categorías entre sus integrantes. Todos somos armenios y sufrimos de la misma manera por el futuro de nuestra tierra. Que nadie deje de lado a la Diáspora nunca más.

Jorge Rubén Kazandjian
Exdirector del Diario ARMENIA

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