La escasez es condición de la gloria
Discurso del Comité Aram Manukian pronunciado por el compañero Guillermo Ferraioli Karamanian en ocasión del nonagésimo séptimo aniversario de la declaración de independencia de la República de Armenia.
97 años después de aquél 28 de mayo, es ineludible pensar en eso.
Escasez de tropa. De un lado diez, del otro uno.
Escasez de amigos. Bakú y Tiflis ya tejían en otro telar, y se habían desentendido del pueblo de Ereván y, con él, de la República Transcaucásica.
Escasez de poetas. Una noche de primavera, Bolís había devorado a Siamantó y a Daniel Varuyán.
Escasez de sentido. La tinta de Lemkin nos enseñó que la pesadilla tenía un nombre y ordenó nuestros esfuerzos, pero, en aquellos años, Soghomón Tehlirián sólo sabía que la crueldad le había arrancado a su madre en Erzerum.
Pero, ya sabemos, y lo decimos de nuevo: la escasez es condición de la gloria.
Y cuando ya no hay remedio, cuando ya no hay solución, los locos encuentran la respuesta.
Y ahí es cuando, Aram Manukian, Nazarbekian, Silikian, Bek-Pirumian y Tro organizan la resistencia en Gharakilisé, Pash Aparan y Sardarabad.
Toda la sangre derramada, todos los desgarradores gritos de dolor, todas las lagrimas, todo eso se conjugó para que en esos tres campos de batalla, luego de siglos de derrotas, la victoria del pueblo armenio permitiera erigir un Estado que al fin tutelara los derechos de los hombres y mujeres que habitaban el territorio de Armenia.
De ese Estado, fundado el veintiocho de mayo de mil novecientos dieciocho, es obligada la referencia a la puesta en funcionamiento de doscientos cincuenta colegios primarios, cuarenta colegios secundarios y la creación de la Universidad de Armenia.
Toda esa estructura educativa, junto a los orfanatos, tenía la importante misión de reinsertar a los huérfanos del genocidio por medio de la educación.
De este lado del mundo, los sobrevivientes del genocidio actuaron de modo especular y comenzaron su exilio definitivo construyendo colegios e instituciones culturales. El derrotero de la escasez es siempre el mismo.
A su turno, el sufragio universal, que no hizo distingos entre hombres y mujeres, así como la presencia de parlamentarios en representación de las minorías musulmana, yazidí y rusa, dan cuenta de un Estado que desde el primer momento abrazó la pluralidad y la diversidad.
Este verdadero triunfo de los ideales igualitarios y fraternos en nuestra patria del dieciocho, merece ser puesto de relieve.
En estas tierras, en Argentina, las armenias diaspóricas habrían de esperar largos años hasta que los esfuerzos de mujeres pertenecientes a un amplio espectro político diera frutos y les permitiera el acceso a las urnas en el año mil novecientos cuarenta y siete.
En aquél lugar, en aquél momento, la Federación Revolucionaria Armenia-Tashnagsutiún, a la cabeza del Estado armenio, lo consiguió.
Por otro lado, la organización de un servicio exterior eficaz que representara los intereses del Estado armenio frente al concierto de naciones quizá sea uno de los legados más importantes de la joven República.
Mencionemos que, vistas las comunicaciones del representante del gobierno de Armenia, el 3 de mayo de 1920 el Presidente Yrigoyen decretó el reconocimiento a la República de Armenia como estado libre e independiente.
Sin embargo, el hito más importante aquí es el Tratado de Sevres, firmado el 10 de agosto de 1920. Este Tratado, que nunca entró en vigor, es sin embargo la piedra basal del esquema de reparaciones debidas a causa del Genocidio contra el Pueblo Armenio.
En Sevres, a la pretensión de juicio y castigo a los responsables del Genocidio, necesaria en cualquier proceso de reparación por un crimen contra la humanidad, se sumó el reconocimiento a la existencia de un territorio para la República de Armenia que pudiera garantizar la autonomía del Estado y la consiguiente subsistencia de su población.
La ciudad de Van en un extremo, y la ciudad de Trebizonda en el otro, delinean el perfil de una Armenia posible y necesaria. En el primero, el reconocimiento al arraigo milenario de un pueblo a su tierra; en el segundo, el puerto marítimo que debía ser su puerta al mundo.
Por eso, esta Armenia Wilsoniana de la que tantas veces hemos hablado, no es uno más de los mapas posibles que pueden aparecer en los libros de textos escolares.
Bien por el contrario, se trata de una Armenia legítima desde el punto de vista del Derecho Internacional, porque el compromiso asumido por el Imperio Otomano y por la República de Armenia de someter su diferendo territorial al arbitraje del Presidente de los Estados Unidos, entraña una cláusula autónoma del Tratado de Sevres, esto es, una cláusula que no requiere de la entrada en vigor del resto de los artículos del tratado para ser efectiva.
Tal es así que el 22 de noviembre de 1920, el Presidente Wilson emitió el Laudo que definió la frontera entre ambos Estados, no existiendo a la fecha ningún otro Tratado que haya establecido un límite distinto.
Este Laudo fue posible porque había Estado armenio. Las potencias, en las que tanto se había confiado, nunca hubiesen hecho ninguna concesión sin la presencia de esta República.
Lo sabemos: la República de Armenia del dieciocho tuvo una existencia breve.
Su legado, no.
La gloria, la universalidad en el acceso a la educación, la práctica política igualitaria y el territorio son algunos de sus elementos.
Las comunidades armenias de todo el mundo se encuentran sujetas a ese legado y es por eso que deben definir cuáles de esos elementos las interpelan y, en consecuencia, comprometen.
En el Centenario del Genocidio armenio, doce mil personas se dieron cita frente a la Embajada de la República de Turquía y reclamaron reconocimiento y reparaciones al Estado turco.
En la marcha, a la Comunidad Armenia la acompañaron diversos sectores de la política nacional, de la sociedad civil, de los organismos de derechos humanos y de las comunidades.
Todo indica que, aunque la epopeya del dieciocho se dio en soledad, a noventa y siete años podemos decir que nuestra causa tiene amigos.
Están ahí, forman parte de los espacios que transitamos cotidianamente. No verlos sería un error inexcusable.
Y este evento, el que más convocatoria tuvo en el mes de abril, demuestra que en nuestra comunidad armenia la opción fue hecha: acá nos interpela el legado político de mayo del dieciocho.
Contrario a lo que desde el conservadurismo anquilosado de algunos sectores de nuestra comunidad se predica, acá prima la voluntad de que cada movilización sea la expresión de una conciencia universal que exige el NUNCA MÁS, que exige el fin de los genocidios y de los crímenes de lessa humanidad.
Asistimos, también, a la reedición del reclamo de reparación.
Conforme a la Declaración Panarmenia en el Centenario del Genocidio Armenio, dictada por la Comisión Oficial Coordinadora de los Actos Conmemorativos del Centenario del Genocidio Armenio, trabajar por la frontera legítima, posible y necesaria de la Armenia Wilsoniana es parte de nuestra misión.
No sólo su frontera occidental, sino también la frontera oriental, con la República de Artsaj incluida de manera definitiva en el territorio de la actual República de Armenia.
Pero otro componente de las reparaciones, el más desafiante quizá, sea la recuperación de un vínculo roto en 1915: el vínculo con los turcos.
Lo dice la Declaración Panarmenia aludiendo al reconocimiento del Genocidio armenio. Dice “apoyar al sector de la sociedad civil de Turquía cuyos representantes hoy ya manifiestan la osadía en ese sentido, en oposición a la postura oficial de las autoridades”.
Es que sin el apoyo de la sociedad civil turca, sin su recuperación, sin la reconciliación con su pasado, es imposible pensar en un esquema de reparaciones.
Es inimaginable la restitución territorial, la indemnización por los daños causados, o el apoyo al Estado armenio para su desarrollo social y económico sin que primero la sociedad civil turca atraviese un proceso de recuperación en el que nuestra asistencia será de fundamental importancia.
Está claro, entonces, que hoy, a noventa y siete años, el legado de los hombres y mujeres que forjaron la República de Armenia nos interpela.
Celebremos, entonces, que nuestra tarea no está concluida y que el imperativo de repensar nuestra lucha esté más presente que nunca.
¡Viva la República de Armenia!