La hipocresía y el Genocidio Armenio
En cada conmemoración de un nuevo aniversario de Genocidio Armenio en cada una de nuestras comunidades de todo el mundo, la clase política local tiene importante participación en los eventos organizados al efecto. En muchas ocasiones, la presencia de funcionarios o dirigentes políticos obedece a un trabajo previo llevado a cabo por las organizaciones armenias en el contexto de la tarea reivindicativa de los postergados derechos de la Nación de los armenios.
Y lo cierto es que en cada rincón del mundo donde se haya estacionado una porción de nuestra Diáspora, el concepto de pueblo esforzado trabajador, honesto, culto y dueño de una perseverancia sin igual, hace que los armenios seamos inmediatamente considerados como gente de bien. En ese contexto no es difícil que la mirada de los políticos se detenga sobre nosotros.
Una de las definiciones del “buen” político es justamente su capacidad de atraer masas con su discurso pleno de promesas y buenas intenciones. Propuestas que en la mayoría de los casos quedan en agua de borrajas y olvidadas, porque son cubiertas por nuevos y ostentosos ofrecimientos que irán a parar al cajón del olvido muy pronto.
Un buen ejemplo de esta realidad lo ofrece el propio presidente estadounidense Barack Obama. El simpático y entrador afroamericano utilizó un convincente discurso donde buscó cautivar a los cientos de miles de americanos de origen armenio con la firme promesa de reconocer el Genocidio una vez asumido el poder. Por supuesto nada de esto ocurrió y tras cumplir con su segundo mandato el jefe de estado entregará el poder sin cumplir con su palabra.
Obviamente, esa palabra empeñada también por otros políticos del norte, tiene muy poco valor porque defecciones como las de Obama también fueron cometidas por otros políticos como Hillary Clinton, exsecretaria de Estado, que había hecho la misma promesa de Obama cuando era senadora, John Kerry, actual secretario de Estado y otrora amigo de los armenios, o el mismo vicepresidente Joseph Biden que cumplió con el mismo formato de ofrecer pero no dar.
La lista sería interminable tanto en Armenia como en Europa, donde también se producen este tipo de “traiciones” muchas veces provocados por la billetera del victimario que ya tiene montada toda una organización que se dedica a la compra de voluntades políticas sin escatimar recursos.
También en la Argentina sufrimos esta especie de flagelo de “convertidos” que un día son amigos y compañeros de los armenios en sus esfuerzos por alcanzar sus objetivos de justicia y al otro, basta sólo un pasaje a Turquía o Azerbaidján para que su opinión cruce de vereda sin problemas de conciencia. Y esta forma de voltereta no es prerrogativa de un partido u otro. En todo el arco político argentino existen estos personajes que un día son promotores de una ley de reconocimiento y al otro integran comisiones de amistad interparlamentarias con Turquía o Azerbaidján. No estamos en contra de las relaciones entre parlamentos o países, pero la prudencia debiera ser una virtud en aquellos que trabajan por ganarse el aprecio de una comunidad, esperando luego cosechar un reembolso con los votos correspondientes.
Pero, peor es aún cuando quienes dijeron apoyarnos luego se desdicen de sus promesas o compromisos de apoyo a nuestra lucha, y para colmo vienen a pronunciar sus desabridos y vacíos discursos a los actos de nuestra comunidad.
Jorge Rubén Kazandjian