Perspectiva semanal ARMENIA

La ley de la paz en tiempos de guerra

23 de julio de 2020

Tergiversar, mentir, difundir falsas noticias, sobornar, comprar voluntades y conseguir intelectuales mercenarios listos para oportunamente vender sus almas por petrodólares para servir de propagandistas en universidades, círculos académicos de investigación y diversos think-tanks. Es el rol de la diplomacia de Azerbaiyán. El objetivo declarado es dejar Armenia en el contexto global tan aislada como en el contexto regional geopolítico del Cáucaso.

De la formulación y propagación de distintas formas de odio armenio se encarga la presidencia directamente. Los discursos públicos son la parte más visible; el elemento estructural es el sistema educacional, el aparato propagandístico, y la instrumentación son las manifestaciones masivas de un nacionalismo chauvinista y xenófobo trabajosamente formulado en los cánticos belicistas siempre sazonados con expresiones islamistas básicamente pidiendo ir a la guerra contra Armenia y masacrar a los armenios. De vez en cuando dan giros en actos violentos, como el asesinato de Gurgen Margaryan con un hacha en 2004 en Budapest por su compañero de cuarto Ramil Safarov durante un curso de la OTAN. O el ataque a los jóvenes armenios defendiendo la Embajada de la República de Armenia en Londres contra violentos manifestantes azeríes el 17 de julio pasado. El objetivo es meter miedo; hacer acordar a los armenios que habían sido durante siglos esclavos de turcos y cuán cruel podría tornarse el turco cuando quería. El miedo es para desalentar la determinación de resistir, debilitar el espíritu combativo, sugerir a la diáspora que este último pedazo de territorio desaparecerá pronto si no ayudan a sus compatriotas en Armenia a razonar; es decir aceptar concesiones territoriales. No solo aquellos que en la maldita herencia del documento “Principios Madrileños” (2009) se conceptualizan como “territorios que rodean Nagorno Karabaj”; sino todo: Artsaj, Zanguezur, Ereván…

Estos dos pilares del sistema totalitario que Ilham Aliyev construyó a partir de 2003 tienen su inspirador, su mentor y su aliado de siempre el estado de Turquía. En algún sentido, Azerbaiyán no es más que un trasplante de la política de negación del Genocidio Armenio que la república edificada con la usurpación territorial de la histórica Armenia luego del exterminio de su población no puede abandonar sin un cuestionamiento de la legitimidad de su existencia. O el reconocimiento y la reparación del crimen, grandeza que ningún gobierno turco supo valorar. Quizá por ser una grandeza demasiado humana para quienes siempre glorificaron la barbarie de la intervención militar Chipre en 1974, norte de Irak después de 2003, Siria desde 2011 y muy recientemente Libia.

La República de Azerbaiyán nació con los pogromos de Sumgait de 1988, trivializados como actos de unos “hoolikans” inadaptados a “la fraternidad de los pueblos” que, como se decretó la creencia en Moscú, había sido el logro indiscutido del estado multinacional y sistema unipartidario que Gorbachov pretendía reformar; y la cuestión de las nacionalidades no formaba parte del Glasnot –“transparencia” como se llamaba uno de los dos pilares de esta reforma. En el sistema totalitario Aliyev, no solo Sumgait va a ser el crimen negado, sino el negacionismo va a dar un salto de sofisticación cínica en la fabricación de un “genocidio” -Khojaly o Joyali- para, luego, legitimar el odio anti-armenio cuya etapa superior es la pretensión de que Ereván siempre ha sido una ciudad azerí.

Frente a la puesta en práctica del sistema totalitario Aliyev a lo largo del frente en Artsaj y Armenia en el accionar cotidiano de francotiradores, operaciones de incursión militar, bombardeos ocasionales y agresiones con la intención de provocar enfrentamientos como en abril de 2016 y el pasado 12 de julio; en el contexto global con la ofensiva diplomática multinivel con un blanco específico que son las comunidades organizadas y movilizadas de la diáspora; y probablemente en una próxima etapa con el intento de movilizar en manifestaciones violentes a azeríes viviendo en distintos países con las comunidades armenias locales, como ya se están haciendo las primeras pruebas en Londres, Washington o Los Ángeles; Armenia y la diáspora no tienen que bestializarse como militaristas y promocionadores del odio entre pueblos.

Tampoco sentirse obligados a declarar su amor por la paz y el compromiso con la resolución pacífica de los conflictos ante la anormal neutralidad que desde el Grupo de Minsk hasta distintas capitales que tienen interés en la región y siguen los acontecimientos se manifiesta en cada agresión azerí. Esta neutralidad no es tan solo el impulso diplomático de terceros países cuidándose en enemistarse con cualquiera de las partes enfrentadas; es un logro de la diplomacia azerí que supo convencer a terceras partes que aún cuando agrede como mínimo debe ser inmune de cualquier acusación; la otra parte, hacer de la víctima el verdugo, se encargarán aquellos a quienes les paga con sus petrodólares entre diplomáticos adictos al caviar que comieron en Bakú, seudo expertos que supo ubicar en Think-tanks y académicos mercenarios.

Esta neutralidad de terceras partes es también, hay que admitir, el imperdonable descuido de la diplomacia armenia y de la movilización política de la diáspora después de la victoria en el frente de batalla, y a pesar de las señales del debut de la ofensiva diplomática azerí cerca de 2005 con el boom del precio del petróleo. La tarea que por lo menos desde 2016 urge para la parte armenia, entonces, no es la reiteración del compromiso a una resolución pacífica del conflicto, una banalidad discursiva de contenido vaciado por la continua agresividad azerí; es la desconstrucción de la neutralidad de terceras partes que Azerbaiyán supo conseguir; es la destrucción del relato que esconde la persistencia del instinto genocida en el negacionismo turco-azerí.

En cuanto a la puesta en práctica del aspecto más belicista del totalitarismo Aliyev, la única respuesta es la firmeza que en términos concretos significa un sistema de defensa que pese a la desventaja en presupuesto frente al enemigo es capaz de derribar sus drones de 30 millones de dólares. La condición de nación en armas es una desgracia geopolítica para Armenia y los armenios, y se siente con cada joven que cae en el frente y cada hogar que se destruye por el bombardeo ciego del enemigo. Pero tal como lo demuestra el ejemplo de otros pueblos en condiciones similares, la desgracia no es necesariamente una maldición si de la desventajosa condición geopolítica nace la racionalidad de la permanente alerta estratégica en la economía política en un sentido muy amplio.

Cuando mercaderes de la política internacional como Tony Blair se ridiculizan en CNN y toman falsos aires de sabio estoico declarando “a veces, para defender la paz, se necesita hacer la guerra” se sabe que es un imperialista que justifica la invasión de Irak. “Si vis pacem, para bellum” es la ley de vivir para países como Armenia. El ministro de defensa de Armenia, Davit Tonoyan reformuló el principio de “paz por tierra” por “nueva guerra, nuevos territorios”.

Tonoyan no hace más que recordarnos a Movses Jorenatsí: Քաջաց սահմանք, զէնն իւրանց -la ley de la paz en tiempos de guerra.

Compartir: