La memoria, siempre la memoria: “Soy lo que recuerdo de mí” de Ana María Mozian
“No era el color típico con que se los recordaba. Era negro, demasiado negro. Sin embargo, cuando lo vi no tuve dudas.
La memoria. Siempre la memoria.
Las abolladuras del lado izquierdo producían destellos de recuerdos. Como en las películas.
Pero lo que más me impresionó fueron las dos antenitas. Pequeñas. Insignificantes. Pero evidentes para quien hubiera aprendido a mirar.
Pero a estas fechas, ¿qué eran? ¿Un síntoma, un signo de impunidad? Tal vez.
Nunca sabré si era o no, si había sido o no, si mi hipótesis imaginaria habría sido alguna vez real.
Nunca lo sabré; pero en ese momento no dudé.
Era un Ford Falcon negro, con una antena pequeña, casi junto al espejo retrovisor de la derecha. Y la otra, también pequeñita e insignificante, en el medio del techo.
Indudables marcas de un pasado demasiado doloroso como para pasar desapercibido.
Eran así. Ésos eran. Me sorprendió ver a un sobreviviente tan certero de lo que nunca debió ser.
Es bastante probable que esta historia tenga otro sentido. Que el tipo que lo manejaba ni idea tuviera de aquel significado que a mí se me representaba tan presente. Que esta realidad, que se me puso delante antes de ayer, yendo al trabajo, cruzando cotidianamente la avenida Juan B. Justo a la altura de Cucha Cucha, sea otra. Pero, aunque la “objetividad” que me caracteriza siga intentando darle otro significado más amable a esa imagen del terror, siempre vuelvo a lo mismo.
Hubo un tiempo en que dramáticamente daban miedo. Por suerte, ya hace muchos años que no. Mi piel, igual, lo siente. Y me avisa”.
Lo transcripto arriba es uno de los relatos de Soy lo que recuerdo de mí de Ana María Mozian. Sensaciones de una historia que no termina de cerrar.
“Nací y me crié en una familia de inmigrantes de oriente medio (n. de la r. armenios del Líbano), sobrevivientes también de un genocidio. Sumisos, tras siglos de sojuzgamiento y muerte. Así que el “notemetás” lo escuché toda mi vida. Fueron las palabras que construyeron mi subjetividad. Antes de todo. Mucho antes de que todo ocurriera y después también”.
Con todo su pasado por delante, Ana María Mozian despliega en capítulos breves, reflexivos, algunos a modo de diario íntimo, detalles en los que narra sus experiencias. Vivencias y relatos fuera de todo orden cronológico que retratan a una mujer valiente fuera de todo estereotipo.
“Cosas que nunca olvidaré. O que nunca pueda olvidar. O tal vez, no quiera olvidar. Pero es hora de que queden allá. En ese pasado de hace tantísimos años. Por eso las escribo”, explica la autora.
Mozian narra un viaje que cambiaría su vida para siempre. “Tenía dieciséis años cuando conocí el Mediterráneo mirándolo desde la avenida costanera que bordeaba la bella ciudad de Beirut. Llegué becada por la escuela armenia donde hice el colegio secundario. Quién iba a decir que mis viejos, que no me dejaban ir sola ni a la casa de mi abuela en Floresta, me iban a permitir viajar tan lejos. Pero era una beca. Me la merecía. No podían negarse”.
“Viví como estudiante extranjera pupila en un importante colegio armenio de Beirut, el Djemarán, entre diciembre de 1968 y marzo de 1969. El Djemarán. Así se llamaba y se llama. Sigue estando en la hoy tan lastimada Beirut. Había viajado becada por el colegio secundario armenio de Valentín Alsina”, relata, mientras contextualiza y resalta que fue en el año del Mayo francés y la masacre de Tlatelolco (México). “El mundo se convulsionaba…”.
A sus setenta y un años cumplidos, Soy lo que recuerdo de mí, el primer libro de la autora, salió a la luz a cuarenta años de su regreso a la Argentina del exilio que coincide con los de la vuelta de la democracia. Según sus palabras “pretende ser un homenaje a las y los que siguen vivos, y vivas, que no adquieren la categoría de héroes ni quedan impolutos en ese pasado bello y vibrante, de pieles jóvenes y tersas del que fueron parte. A diferencia de aquellos, sobrevivimos y seguimos siendo”.
“En esa época nos preguntábamos por la identidad. Eso que cohesiona. Que hace que uno sienta, se sienta parte de ese colectivo que es la Patria, la Nación. Lo arraigué. La escuela lo venía intentando. Yo era primera generación de argentinos, de padre y madre pertenecientes a una diáspora de un pueblo-nación memoriosa, dolorosa y profundamente conservadora, cerrada, condicionante, asfixiante”.
Sin solemndidad, Ana María Mozian es la cronista de su propio destierro: México, España, Suecia. “Volver del exilio no tiene recetas”, explica. “Nos habíamos ido con la muerte pisándonos los talones, y volvíamos sin saber si nos los iba a volver a pisar en el corto plazo”. En otro capítulo completa la idea y cuenta que cuando volvió del exilio, que había comenzado en julio de 1978, le dolió descubrir que nada de su pasado de juventud se mantenía en la casa materna. “Ni un vestido, ni un juguete, ni un recuerdo”.
Por un momento la primera persona del relato deja lugar a una tercera, aunque la narración continúa hablando sobre sí misma y sorprende un juego de palabras con un significante fuerte: “Las cosas que no se nombran no desaparecen. Siguen ahí para reaparecer, como Alejandra, que un día apareció y dejó de ser la hermana que Juan no tenía. Fue Alejandra, independientemente de Juan, aunque con el mismo apellido”.
“Viajo por el mundo, mi sueño hecho realidad. Lo imaginé acompañada, pero no, viajo sola. No me desagrada. ¿Algún día encontraré lo que busco? Probablemente. El día que lo sepa. Porque no sé lo que busco. Sé que me busco a mí misma. Adentro, a través del afuera”.
Soy lo que recuerdo de mí es un libro reflexivo, sincero, profundo, escrito con angustia, con seguridades y dudas, con compromiso, con una indisimulable mirada política y pasajes irónicos. Las historias relatan una vida dura, atípica, contra los mandatos familiares pero con actitud positiva.
“Para bien o para mal, soy hoy lo que hice hasta ahora. Soy, del verbo ser; ni mis ilusiones, aunque mantenga o recree algunas; ni mis fantasías. Y si aparecen, mejor escribirlas. Soy lo que hice, del verbo hacer, concretar. Lo que aprendí de cada cosa que hice. Lo que sufrí por cada cosa que hice. Lo que lloré mientras hacía lo que hice. Lo que reí…”.
Con orgullo de lo que fue y lo que es, Ana María Mozian llega a los capítulos finales con las reflexiones de alguien que, sin duda, se siente dueña de su destino.
P.K.
El libro se consigue escribiendo a ana.maria.mozian@gmail.com