La música de la libertad
Sin precisión científica pero sí con licencia poética diremos que a quien se quiso callar, gritará con toda su fuerza. Cuando se aniquila a un pueblo, al sobreviviente solo le resta destacarse, con talento, con alegría, vivo. Y qué mejor que el arte para expresarse. La música, como tantas otras formas de disciplina, es un eslabón cultural identitario que une las partes, las quebradas, las diezmadas.
Ara Malikian es primero, un gran artista que hace del violín su vehículo de transmisión de sensibilidades. Dentro de su condición artística es además una figura de lo menos convencional, de las más extravagantes, una verdadera estrella de rock. No es algo intencional, está en esa genética de distinción que hablábamos líneas más arriba. De origen armenio, este libanés recuerda en un pasaje del concierto que ese mismo violín que lo acompaña salvó la vida de su abuelo Krikor cuando el otomano mordió rabioso el polvo de la ancestral tierra armenia.
Centrado en el escenario del Gran Rex y flanqueado por dos violinistas, eximios músicos y excelentes acompañantes de su estética tan particular, a Malikian lo acompañan además un guitarrista (a veces eléctrico, a veces acústico), una bajista-contrabajista, al igual que la violonchelista digna de orquesta y de banda de metal escandinavo extremo, una batería y una percusión.
Las piezas se sucedían mientras hacía las veces de standupero lo cual arrancaba las risas más sinceras y los aplausos más afanosos. Durante todo el transcurso del concierto relató cómo el violín que lo acompañaba había tenido tanta repercusión en su vida: su abuelo, un tipo serio, callado era paradójicamente conocido como Krikor, el bailarín, en Beirut, esa ciudad que lo había acogido tras su escape del genocidio armenio, y a él fue dedicado el primer tema. Ya para la segunda pieza del recital y tras haber saltado y bailado como lo hacía, habría perdido un par de kilos, como le ocurría a Michael Jackson.
Y no solo esta relación lo une a Malikian con la música más rebelde: su versión de Kashmir de Led Zeppelin supera ampliamente a la original y esto es prácticamente un sacrilegio narrativo.
Al igual que James Rhodes, el pianista inglés que revolucionó la estricta estética de la música clásica saliendo a tocar con remeras de Ramones y zapatillas All Star, además de alentar los aplausos (ítem inclaudicable en estos términos) y quien también gusta de hablar y contar por qué la elección de temas, Ara Malikian resulta una bocanada de aire fresco en el estricto mundo más seria de todas.
Contó de su paso por Culture Club (¡quién lo hubiera imaginado!) y de cómo Boy George lo mandó a casa por faltar al show de la banda porque -en lo que imaginamos habrá sido Glastonbury- se quedó hipnotizado viendo a Radiohead. Ahí nomás se despachó con Paranoid Android de la banda inglesa y dedicó la versión… ¡a Boy George! En su homenaje a David Bowie hizo ya su clásico y no por eso menos emotivo Life on Mars. Momentos verdaderamente vibrantes. No faltó Bach, el más grande, sin dudas.
Bourj Hammoud fue por supuesto el barrio que lo vio crecer hasta que se fue a los quince años a Alemania y a él le compuso una canción que resume ese abanico multicultural que lo caracteriza, una pieza borgeana en lo que al amor por una ciudad inspira. El Vals de Kairo fue compuesto para su pequeño niño cuando aún no nacía lo que revela tiempos de ansiedad y de ilusión tan precisamente transmitidos en esas notas que parecen saltar de su violín.
Radicado en Madrid, hace un uso perfecto del idioma y sumado el español a los otros seis idiomas que domina también dan cuenta de la carga hereditaria: el pueblo roto que sale al mundo se adapta a cada región y la suma del lenguaje es una característica muy destacada. Cuando la cruenta guerra del Líbano lo apuró a irse, Ara se instaló en Alemania, en Inglaterra y en cuanto espacio libre lo acogiera. Tal cual nuestros ancestros, no era un camino que desconociera.
La fecha del viernes 20 estaba precedida por la del jueves en la ciudad de Córdoba y el cierre sería el sábado en el mismo Gran Rex. En esta segunda visita al país, Ara Malikian se ganó el corazón de los argentinos que aplaudieron y ovacionaron al artista hasta quedarse sin fuerzas. Despojado de academicismos estrictos de la música clásica, este anti músico emana su singularidad en forma de libertad. Un excelente concierto, sin dudas, que sumado a su particular ingenio y esa destreza instrumental además de compositiva (sus canciones judías son maravillosas), hicieron de la noche en el Gran Rex, una inolvidable.
Y sí, la música salva vidas.
Lala Toutonian
Especial para Diario ARMENIA