La pregunta del millón
Es la pregunta que el millón y medio de víctimas ni siquiera tuvo tiempo de formularse. La que seguramente se hicieron los sobrevivientes y sus hijos. La que nos hacemos nosotros y la que tal vez se harán las generaciones venideras. Se trata de saber por qué los armenios no lograron organizar y emprender la lucha de autodefensa generalizada de nuestro pueblo en el imperio Otomano, en vísperas del Genocidio. Cabe aclarar que luchas de autodefensa sí las hubo, pero limitadas e inconexas. Una de ellas, la heroica resistencia de Van liderada por Aram Manukian, fue inmortalizada en un conmovedor tramo de la película “Ararat”, de Atom Egoyan.
Pero digamos primero, lo primero: El Genocidio estaba más allá de lo imaginable. Nadie en su sano juicio hubiera podido llegar a intuir siquiera la envergadura del crimen que se avecinaba. Las masacres de 1894 y 1896 y las de Adana de 1909 estaban aún frescas en la memoria de todos pero hasta ahí llegaban las probabilidades. Algo similar, de “carácter local”, era “lo que nos esperaba”. Lo que sucedió –en su magnitud y rapidez de ejecución- estaba fuera de lo conocido y lo previsto. Las dimensiones del Genocidio son tales, que ni aún hoy, a 104 años de perpetrado, podemos llegar a visualizarlas en su conjunto y en su justa medida.
Cierto es que los hombres reclutados en el ejército fueron de las primeras víctimas del exterminio. Y que el arresto y la posterior deportación y masacre de la élite armenia -que comenzó a principios de abril de 1915 en los “peligrosos” centros de Vaspuragán y Darón y continuó en Constantinopla a partir del 24 de ese mes- dejó en estado de acefalía al resto de la población. No hay duda de que con celulares, aplicaciones y redes sociales, distinta hubiese sido la historia. Pero eran otras épocas y los sucesos acaecidos en un pueblo o ciudad difícilmente llegaban a tiempo, a conocimiento del resto.
Así y todo, habrá que cuestionarse “qué hicimos” y “cómo lo hicimos” en aquellos días, tal como lo plantea Garo Sasuní en su libro “El Yeghern de Abril desde un punto de vista analítico”. Escrito en 1930, a tan sólo quince años del Genocidio –cuando esa era una palabra aún desconocida- es tal vez una de las autocríticas más elaboradas y de lectura obligada. Porque como afirma el autor en su prólogo, “de un análisis objetivo en torno al asunto, surgen importantes lecciones para la armenidad sobreviviente”.
El por qué de la ausencia de una autodefensa previamente organizada de los armenios dispersos a lo largo y lo ancho del imperio habrá que buscarlo en la postura y en los antecedentes de la sociedad y la dirigencia armenia de entonces. Sasuní se remonta a los años inmediatamente anteriores y habla acerca de la pasividad del clero, los políticos, los intelectuales, las instituciones y los partidos. Describe una sociedad armenia fragmentada y con una evidente falta de consenso entre los distintos sectores sociales y políticos, producto de la situación interna creada por la “revolución constitucional” de 1908.
“A partir de 1913 el conjunto de los armenios cierra filas en torno a la propuesta de las grandes potencias de obtener reformas para las provincias armenias del imperio. Si bien la “batalla” se libraba en el campo diplomático, era evidente que en caso de respuesta violenta, habría que estar listos para la autodefensa. En lugar de eso, los armenios optaron por poner todas sus esperanzas de salvación en las potencias que imponían las reformas a Turquía… Y en esas circustancias se inicia la guerra mundial en 1914”.
“Sin preparativo alguno, -continúa Sasuní- los armenios se encuentran totalmente confundidos. “¿Qué será de nosotros?” y “¿Qué vamos a hacer?” son las preguntas acuciantes del momento. Teniendo en cuenta la experiencia anterior -los turcos ya habían dado cuenta de su política de masacres- la primera no era difícil de conjeturar. Claro que dentro de los límites de lo imaginable y no aquello que luego resultó ser. El segundo interrogante era el más incierto y el que finalmente quedó sin respuesta: “Esperemos, Dios proveerá…” o “Esperemos, la nación (armenia) algo sabrá…”. La cuestión es que no existía una voluntad colectiva nacional. La nación estaba dividida y las masas optaron por seguir la corriente de la obediencia y la sumisión, caldo de cultivo para las matanzas. Incluso en algunos casos donde se llevó a cabo la lucha de autodefensa, ésta fue tardía y pasiva. En ese período, la autodefensa en Turquía hubiera sido posible sólo a través de una decidida y valiente sublevación generalizada de los armenios, desde Van hasta Cilicia. Hasta último momento, sin embargo, no fue posible lograr un consenso para dar ese paso”.
La falta de consenso interno es una constante en nuestra trayectoria milenaria. Sólo que en 1915 coincidió en tiempo y espacio con un plan genocida que cambió el curso de la historia armenia, marcando un antes y un después. Se podrá alegar que sea cual fuere la reacción de los armenios, el plan criminal premeditado era un hecho irreversible. Pero no es menos cierto que la dirigencia turca le temía a un hipotético levantamiento generalizado de los armenios… En 1918 la Armenia oriental estuvo a punto de ser nuevamente víctima del Genocidio. Esta vez, en Sardarabad, el consenso y la participación popular en torno a la lucha de autodefensa fueron la salvación. En los últimos treinta años, Artsaj así lo entendió también y logró asegurar la supervivencia de su población mediante una heroica autodefensa. Fue la decisión acertada para no volver a plantearnos la versión actual de la pregunta del millón.
Dr. Ricardo Yerganian
Exdirector del Diario ARMENIA
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