Los peligros de la negación
A las siete de la noche, un grupo de hombres y mujeres muy valientes se reunirán en la plaza de Taksim, en el centro de Estambul, para organizar una conmemoración sin precedentes y conmovedora. Los hombres y las mujeres serán turcos y armenios, y se reunirán para recordar el millón y medio de armenios hombres, mujeres y niños masacrados por los turcos otomanos en el genocidio de 1915. Ese Holocausto armenio -el precursor directo del Holocausto judío- comenzó hace cien años a sólo media milla de Taksim, cuando el gobierno de entonces arrancó a cientos de intelectuales y escritores armenios de sus hogares y los preparó para la muerte y la aniquilación de su pueblo.
El Papa ya importunó a los turcos llamando a este acto infame -la más terrible masacre de la Primera Guerra Mundial- un genocidio, que lo era: el premeditado y proyectado intento para erradicar a una raza. El gobierno turco -pero, gracias a Dios, no todos los turcos- mantuvieron su negación fatua e pueril de este hecho de la historia sobre la base de que los armenios no fueron muertos según un plan (la antigua pavada de “caos de guerra”), y que de todos modos la palabra “genocidio” fue acuñada después de la Segunda Guerra Mundial y por lo tanto no puede aplicarse a ese hecho. Sobre esa suposición, la Primera Guerra Mundial no fue la Primera Guerra Mundial, ya que no fue llamada ¡la Primera Guerra Mundial en el momento!-
Dos pensamientos me vienen a la mente, entonces, en este centenario de la carnicería, la violación masiva y el asesinato de niños en 1915. El primero es que para un poderoso gobierno de una fuerte -y valiente- nación europea y de la OTAN, como Turquía continúe negando la verdad de esta masiva crueldad humana está cerca de una mentira criminal.
Más de cien mil turcos descubrieron que tienen abuelas armenias o bisabuelas –las mismas mujeres secuestradas, esclavizadas, violadas en las marchas de la muerte de Anatolia al desierto de Siria en el norte– y los propios historiadores turcos (por desgracia, no los suficientes) ahora presentan la prueba documental detallada de las siniestras órdenes de exterminio de Talaat Pashá emitidas desde lo que entonces era Constantinopla.
Sin embargo, cualquiera que se oponga a la negación del genocidio del gobierno de Turquáia sigue siendo vilipendiado. Durante casi un cuarto de siglo, he recibido muchos correos de turcos acerca de mi propia opinión escrita sobre el genocidio.
Comenzó cuando cavé los huesos y cráneos de armenios masacrados fuera del desierto de Siria con mis propias manos, en 1992. Unos pocos corresponsales querían expresar su apoyo. La mayoría de las cartas eran casi malignas. Y me temo que la continua negación por el gobierno turco podría ser tan peligrosa para Turquía, como lo es la indignación de los descendientes armenios de los muertos. Recuerdo una señora armenia anciana describiéndome cómo vio a los milicianos turcos apilando los bebés vivos unos sobre otros y prendiéndoles fuego. Su madre le dijo que sus gritos eran el sonido de sus almas yendo al cielo. ¿No es esto -y la esclavitud de las mujeres- exactamente lo que el Estado Islámico (EI) está perpetrando contra sus enemigos étnicos justo al otro lado de la frontera turca hoy? La negación está llena de peligros.
Y preguntémonos qué pasaría si el actual gobierno alemán afirmara que cualquier demanda de reconocer los “eventos” de 1939-1945 -en los que seis millones de judíos fueron asesinados– como un genocidio sería “propaganda judía” y “mutilación de la historia y le ley”. Sin embargo, eso era más o menos lo que el gobierno turco dijo que cuando la semana pasada la UE pidió que reconociera el Genocidio Armenio. La UE, dijo en Ankara el Ministerio de Relaciones Exteriores, había sucumbido a la “propaganda armenia” sobre los “eventos” de 1915, y fue “mutilando la historia y la ley”. Si Alemania hubiera adoptado tales imperdonables palabras sobre el Holocausto judío, no habría sido capaz de ver por los gases de los caños de escape en Berlín, como los embajadores del mundo se dirigían al aeropuerto.
Sin embargo, al día siguiente de la pequeña conmemoración valiente prevista para la plaza Taksim de esta semana, la grande y la buena parte del mundo occidental se reunió con líderes turcos a pocos kilómetros al oeste de Estambul para honrar a los muertos de Gallipoli, la extraordinaria y brillante victoria de Mustafá Kemal en 1915 sobre los aliados en la Primera Guerra Mundial. ¿Cuántos de ellos recordarán que entre los héroes turcos luchando por Turquía en Gallipoli había cierto capitán armenio, Torossian, cuya propia hermana moriría pronto en el genocidio?
Tengo la intención de informar sobre la conmemoración en compañía de amigos turcos. Pero el segundo pensamiento que viene a mi mente -y los amigos armenios me deben perdonar– es que no estoy muy interesado en lo que los armenios dicen y hacen en este 100º aniversario. Quiero saber lo que planean hacer al día siguiente del día del 100º aniversario. Los sobrevivientes armenios -los que podría recordar– ahora están todos muertos. En unos treinta años, los judíos de todo el mundo van a sufrir la misma tristeza profunda cuando sus últimos sobrevivientes desaparezcan del mundo del testimonio vivo. Pero los muertos siguen viviendo, sobre todo cuando su estado de víctima se niega –una maldición que los obliga a morir una y otra vez–.
Los armenios seguramente deben ahora elaborar una lista de los valientes turcos que salvaron sus vidas durante la persecución de su pueblo. Hay por lo menos un gobernador provincial, y muchos soldados turcos y policías, que arriesgaron sus propias vidas para salvar a los armenios en este momento horrible en la historia turca. Recep Tayyip Erdogan, primer ministro triunfalista de Turquía, habló de su dolor por los armenios, sin dejar de negar el genocidio. ¿Se atrevería a negarse a firmar un libro en conmemoración por el genocidio armenio que lleve una lista de los valientes turcos que trataron de salvar el honor de su nación en su hora más oscura?
He estado insistiéndoles a los armenios sobre esta idea durante años. Les dije lo mismo a los armenios en Detroit. Honra a los buenos turcos. Por desgracia, todos aplauden. Pero nadie hace nada.
Robert Fisk
The Independent