Memorias de infancia en Hadjin Dun por Victoria Minoian
El domingo 27 de octubre se realizó en Hadjin Dun el tradicional madagh en homenaje a los caídos en la epopeya de Hadjin de 1920. En un relato cargado de nostalgia y detalle, Victoria Minoian revive momentos de su infancia, una época donde la cultura y la memoria armenia latían en cada rincón de la vieja casona. En sus palabras, el patio y los ventanales se convierten en umbrales hacia un pasado que resonaba en cada reunión, en cada historia compartida y que, junto a una canción melancólica, simbolizaban la resistencia y la celebración de una identidad enraizada en la historia y el exilio.
Crucé el salón, salí al patio y alcé la vista. Era el ventanal de vidrios en cuadricula que daba al taller de costura. También era una zona de alacena donde mi tía Dikranuhí guardaba celosamente y en latas cuadradas (esas que vendía Terrabusi con una cara de vidrio redondeada para ver la galletita de turno) las rosquitas de sésamo, receta de Hadjin.
Bajé la vista y me fui en recuerdos: mientras mi abuelo jugaba tavlí, discutía armenidad y tomaba café con mis tíos y Hayr Surp, mi hermana y yo corríamos por los pasillos de madera crujiente de ese piso, nos escondíamos en la alacena y taller de costura y sacábamos un par de rosquitas (seguro no se iban a dar cuenta) y las saboreábamos como se saborean las cosas pecaminosas. Por ahí pasaba mi primo grande Sarkis merodeando, haciendo las veces de “cuco” y nos pescaba in fraganti. Y se armaba un alboroto feliz. Cualquier ruido de niños que superara ciertos decibeles y los viejos interrumpían su conversación y salían a ver que era ese “aghmuk“, cuál había sido “el problema” que les estorbaba la tranquila tarde de domingo de café y tavlí.
Mi mamá conversaba con sus primos Ani y Coco, el estudiante de medicina quien también intercambiaba notas profesionales con mi papá. A veces venían más miembros de la familia extendida de ellos: Genoveva, Juan y Charo con Juan Pablo. Y se hacían tertulias de armenidad que eran bien agitaditas, interesantes y con los relieves y contornos que las discusiones de hoy- traducidas a plataformas virtuales- han perdido. ¡Además, se cantaba! Mucha trova armenia. La canción que más recordé viendo esos ventanales se llamaba “Tzajort oreré” (“los días adversos”). Y mi abuelo con Kevork y Hayr Surp la cantaban con un toque de voz quebrada y tono de desterrados. Claro, después lo entendí mejor.
Muchas tardes de domingo de mi vida infante las he pasado en distintos edificios de la avenida Scalabrini Ortiz, ex Avenida Canning, del barrio de Palermo. Las tardecitas en Scalabrini 2273 tenían este sabor y esta energía de vida. Las de Scalabrini y Cabrera (hoy no está más ese edificio) son para otro recuerdo.
(…)Llegué al final del patio y vi el asador, con las ollas de madagh terminándose de cocinar; el mejor madagh de todos los probados, siempre. Y recordé a los pioneros de esta casa que se juntaban y revolvían desde la noche anterior, con respeto y remembranza a quienes dieron sus vidas en esa gesta heroica de resistencia, retorno y fenecimiento final. Porque Hadjin, de las más hermosas de la región de Cilicia, fue de las ultimas ciudades que cayó, se recuperó y pereció, como también lo hicieron la cuasi totalidad de aquellos que retornaron con ese objetivo, que sí se cumplió, pero no pudo sostenerse frente a tanta barbarie, odio y también indiferencia de los supuestos “aliados” (¡uy, que vigente parece este relato!).
Ya llegaba la comida a la mesa. Se encontraron presente y pasado con un ventanal, un plato de comida madagh y una canción.
Victoria Minoian