No es un abril más
Despertarse en abril fue diferente. Se sentía en el aire. No sólo porque empezaba la primavera en Armenia y se terminaban los días de gélido invierno: la ciudad se transformó. Germinaron tulipanes multicolores en todas las esquinas y las fuentes se encendieron. La gente empezó a salir a las calles y, en todos lados –en los autos, en los comercios, en las personas-, brotó la flor de nomeolvides. A medida que pasaron los días, cada esquina se adornó de carteles alusivos a la conmemoración del Centenario del Genocidio Armenio. Algunos con la intención de recordar al millón y medio de armenios asesinados, otros denunciando el silencio, el negacionismo y la impunidad del Estado turco y otros planteando la importancia de reconocer el genocidio para que no se repitan más crímenes contra la humanidad en ningún rincón del mundo. Abril, esta vez, no parecía ser un mes de luto y tristeza, sino más bien, de reivindicación de justicia y de reafirmación de nuestra identidad y cultura.
Abril fue diferente, además, porque se sentía la militancia de la juventud, la necesidad de protesta. Los chicos de Unión Juventud Armenia (UJA) en Ereván planearon en el mes distintas manifestaciones en embajadas de países que no reconocieron el genocidio armenio, con la fuerza y la determinación de ser escuchados en todos los reclamos. Es raro en esta ciudad, pero en más de una ocasión, incluso, vi flamear la bandera del Tashnagtsutiún en las veredas. Algo estaba cambiando, la memoria y el reclamo se apoderaban de los espacios.
Oficialmente, el programa de actos conmemorativos empezó en la mañana del 22 de abril, con el Foro Internacional “Contra el Crimen de Genocidio”, que se extendió hasta la mañana siguiente. El jueves 23, la ciudad estaba paralizada desde temprano: las calles que salen a la Plaza de la República estaban cortadas, la mayoría de los comercios estaban cerrados y todos se preparaban para el recital de System of a Down, que fue mucho más que un concierto de música. Desde los primeros acordes hasta los últimos, fue un grito de justicia, un “estamos vivos”, un “no nos robaron la alegría”, un “somos invencibles”. Bajo una lluvia torrencial, cientos de personas se congregaron para disfrutar del recital de una banda que tocaba por primera vez en la madre patria. Horas antes de que la música comenzara, se transmitió en vivo por las pantallas gigantes la canonización de los mártires del Genocidio Armenio que tuvo lugar en la iglesia de Echmiadzín.
El 24 de abril amaneció gris, húmedo, pesado. “Siempre es así los 24 de abril, el clima nos acompaña en el duelo”, me dijeron varias personas. Y así fue, porque llovió toda la tarde y por la noche el cielo permaneció cubierto y amenazador. Sin embargo hoy, 25 de abril, Armenia amaneció con un sol radiante. Creer o reventar.
En la tardecita, tuvo lugar en el teatro Ópera el concierto de la Orquesta Sinfónica Internacional “24/04”, integrada por 122 músicos provenientes de 43 países que interpretaron obras de compositores armenios creadas en el último siglo. Más tarde, unas horas antes de la medianoche, inició la Marcha de las Antorchas organizada por los jóvenes del Tashnagtsutiún, desde la Plaza de la República hasta el Dzidzernagapert.
La marcha duró dos horas y transcurrió entre gritos, aplausos, chiflidos, puños en alto y cantos heghapogagan. Las principales calles de la capital se vieron inundadas de miles de jóvenes con banderas, antorchas y velas. Nunca viví algo tan intenso, tanta gente junta recordando y reivindicando lo mismo, todos en la misma sintonía y con la misma pasión.
Estoy en Armenia hace casi tres meses, pero fue en estos últimos días que pude completar un vacío que ni siquiera sabía que tenía. Más allá de los eventos, hablar con la gente, conocer sus pensamientos, sus historias y saber que todos somos ramas de un mismo árbol, que compartimos la misma raíz, fue muy intenso y revelador. Fue conocer mi propia historia. Es por esto -y por muchas cosas más- que recomiendo firmemente a todos los jóvenes que vengan. Vivan acá, conozcan la textura de esta tierra, sus olores, sus colores, su pueblo, sus tradiciones milenarias, sus problemas reales. Vengan. Es un constante descubrir para auto-descubrirse.
Encabezaban la marcha las antorchas y las banderas de los países que reconocieron el genocidio. Una emoción fuerte inundó mi pecho al ver flamear las banderas de Uruguay y Argentina y al percibir la amabilidad, la simpatía y la gratitud de la gente cuando descubría que éramos de Sudamérica.
Una vez que llegamos al Dzidzernagapert, los gritos y los cantos cesaron y en silencio nos fuimos acercando al memorial. Debido a la masividad, la policía controlaba la cantidad de gente que podía pasar en turnos. Las doce paredes del monumento estaban plagadas de ofrendas florales provenientes de todas partes del mundo. Adentro, la llama eterna sólo se veía en un pequeño tramo, ya que todo estaba cubierto con una pared de flores. Posamos las flores en honor a los mártires, y salimos con un gusto amargo. Yo no podía dejar de pensar en mis abuelos, en sus historias, en las historias que nosotros, los jóvenes, compartimos, en que estamos todos dispersos por el mundo a causa del genocidio, en cómo todo podría ser diferente si hace cien años no nos hubieran querido exterminar. Pero también pensé en las movilizaciones que se hacen todos los años y en la magnitud de éstas hoy, y sonreí: estamos vivos y tenemos sed de justicia. La agudización del silencio por parte de Turquía sólo nos sirve de impulso para intensificar nuestra lucha y derrumbar finalmente el muro negacionista que hoy sostiene el gobierno autoritario y fascista de Erdogan.
Stephanie Demirdjian, desde Ereván