No terminamos de aprender las lecciones de nuestra historia
Hay preguntas que nos hacemos habitualmente: ¿Cómo ha logrado sobrevivir el pueblo armenio a los interminables vaivenes de la política hostil de sus vecinos –y de las innumerables guerras- en la región? ¿Cómo es que no ha desaparecido, asimilándose a lo largo del tiempo, al igual que tantos otros? ¿Cómo ha conseguido mantener su estructura estatal en los últimos cien años, mientras otros pueblos sueñan todavía con tener un Estado propio?
Amén de todas las respuestas posibles, ha llegado el momento de agregar a esa lista otros dos interrogantes de crucial importancia: ¿Se convertirá el siglo XXI en la última página de la larga historia armenia? ¿Qué o quién puede asegurarnos que el pueblo armenio –como tal y con Estado propio- seguirá viviendo en el futuro en esa mínima porción de territorio histórico que todavía hoy le pertenece?
A juzgar por el destino histórico de algunos vecinos, todo es posible. Y nada ni nadie puede garantizar la permanencia eterna de un pueblo en su lugar de origen. Claro que existen también situaciones “intermedias” en las que poblaciones –y no ya pueblos- viven en sus tierras ancestrales pero sin Estado propio, dispersas en diversos países, o colonizadas política y económicamente por alguno de sus vecinos más poderosos. Es lo que se conoce como “protectorado”.
Para hablar más claro y con ejemplos: medas y partos se han asimilado con otros pueblos a lo largo de la historia y finalmente han desaparecido de la faz de la tierra. Asirios y caldeos han sido víctimas de genocidios, han perdido su patria histórica y los sobrevivientes se encuentran hoy dispersos por los cinco continentes. Los kurdos siguen viviendo divididos en territorios de otros Estados y en la diáspora. Adjaria (o Ayaria) es una región de Georgia limítrofe con Turquía en el Mar Negro. Hoy se se ha transformado en una “colonia” política y económica de Ankara. Es de jure una república autónoma de Georgia pero de hecho un “protectorado” bajo administración turca.
Volviendo a lo nuestro: desde que en el siglo IV a.C. el rey persa Darío inscribiera en lo alto de una roca el nombre del país de sus vecinos por primera vez como “Armena” hasta mediados de la segunda década del siglo XX, la gran mayoría del pueblo armenio vivió –con o sin Estado o reino independiente- en esa región del mundo que es su patria ancestral. Aún sin tener en cuenta el anterior reino de Urartú, son 2.400 años de presencia continua en la llamada Armenia histórica o “Medz Hayk”.
La política estatal turca de “Armenia sin armenios” no fue una creación del siglo pasado. Existe desde que las tribus turcas conquistaran por primera vez una parte importante de Armenia en el siglo XI. Y a partir de allí continuó aplicándose con mayor o menor intensidad hasta que llegó a su “apogeo” con el Primer Genocidio del siglo XX.
Tan sólo 106 años nos separan desde aquel 1915 en que además del millón y medio de víctimas del Genocidio, la Armenia occidental fue totalmente vaciada de su población autóctona. Y dentro de dos años, en 2023, se cumplirán los cien años desde que los últimos armenios fueron definitivamente expulsados de Cilicia, luego de casi nueve siglos de presencia ininterrumpida en esa región de Asia Menor.
El antes y el después que merece ser analizado en la historia armenia lo marcan esos trágicos años, de 1915 a 1923. Una de sus principales consecuencias es que se modifica por primera vez el cuadro de la presencia armenia en el mundo: la gran mayoría –los sobrevivientes del Genocidio y sus descendientes- viven fuera de su patria ancestral y sólo una pequeña parte –la Armenia oriental- se salva de correr la misma suerte.
Mucho se ha hablado acerca de la siempre actual ideología panturquista y del rol de las potencias en aquella época. Pero poco nos hemos dedicado a analizar los errores cometidos por la dirigencia política y eclesiástica armenia antes y durante el Genocidio. En la nota titulada “La pregunta del millón” publicada en este diario, hemos hecho un intento al respecto.
A lo dicho en esa nota hay que agregar un elemento esencial: la idiosincrasia del armenio. Es cierto que generalizar nunca es bueno, pero hay características y denominadores comunes que se remontan a la antigüedad y que aún siguen vigentes. Tanto negativos como positivos.
Sin olvidar el papel de los vecinos, es la geografía del país la que ha forjado nuestra historia y ambas han moldeado el carácter del armenio: individualista incorregible, dueño y señor en su feudo particular; incrédulo e indiferente ante la amenaza general y sectario ante la causa colectiva; vigoroso, combatiente y arraigado a su tierra en los pueblos de zonas montañosas; transigente y acomodaticio en las ciudades de la llanura. La lista no es exhaustiva pero bien abarca tanto a civiles como a religiosos.
Armenia y los armenios se encuentran en la actualidad ante una nueva encrucijada de su historia. Después de casi treinta años de relativa calma, una vez más los fantasmas del pasado han vuelto a la escena. Todos son excelentes protagonistas: Erdogan con su complejo de superioridad, Aliyev con el suyo de inferioridad. Y Pashinyan... con su síndrome de Estocolmo.
Reaccionar -al más alto nivel gubernamental- simplemente con unos versos memorizados ante la bajeza moral del “parque de los horrores” de Aliyev y no decir palabra alguna tras las declaraciones de este último acerca de que los azeríes “regresarán, sin tanques, a Ereván”, significa desconocer la historia... o tener compromisos ocultos.
Creer –o pretender que creamos- en el desbloqueo gratuito de las fronteras con “negociaciones” bilaterales, implica abrir las puertas a la “adjarización” de Syunik y acto seguido, de toda Armenia. Creer –o justificarse- en la “buena fe” de la dirigencia política turca significa no haber aprendido las lecciones del Genocidio.
Si Krikor Zohrab resucitara, daría un seminario magistral al respecto. Y a esas sesiones deberían asisitir sin falta desde el –todavía- primer ministro hasta su último diputado. Si Garó Sasuní volviera a la vida, explicaría sin rodeos las desacertadas acciones y omisiones internas de trascendentales consecuencias, antes y durante la perpetración del Genocidio. Y allí deberían estar presentes el clero y toda la dirigencia política, oficialista y opositora.
Que la historia enseña, no cabe duda. Claro que para ello hay que adentrarse, buscar y descubrir todo aquello que nos ayude a valorar los aciertos y a no repetir los mismos errores. Lo cierto es que desde tiempos inmemoriales la historia del pueblo armenio parece un “déjà vu”. Definitivamente, no terminamos de aprender las lecciones.
Dr. Ricardo Yerganian
Exdirector del Diario ARMENIA