Pashinian ganó Ereván, ahora va por el Parlamento
Acaban de finalizar las elecciones municipales de Ereván donde triunfó como era previsible la lista encabezada por Haik Marutian, un actor y comediante que milita en las filas del primer ministro Nigol Pashinian. Tal vez su nombre no sea realmente relevante, pero los vecinos de la capital armenia votaron al hombre que designó su nuevo líder quien le delegó a Marutian parte de la confianza que en él depositaron sus miles de seguidores de la revolución de "terciopelo".
Era algo indiscutible que la alianza Mi Paso sería la vencedora en las urnas, lo que pocos esperaban el enorme caudal de votos que cosechó por sobre las demás once fuerzas que compitieron por las bancas del Consejo de Ancianos de Ereván. El 81% de los votos emitidos fueron para Mi Paso en una muestra de dominio político sorprendente por un lado y tal vez preocupante por otro. Se sabe que el verdadero éxito de Pashinian no fue haber logrado esta elección, sino poder ratificar el liderazgo que comenzó a construir desde sus mítines políticos en Gyumrí.
Hay un sinfín de factores que hicieron posible el encumbramiento de Pashinian y su arribo al gobierno de Armenia. El cúmulo de errores cometidos por las administraciones precedentes, la permanente sensación de estar gobernados por corruptos y mafiosos, hizo que el pueblo apoyara casi sin pensar a quien surgió a la política de la mano de otro jefe de estado sospechado como lo es Levón Ter Petrosian. Pashinian parece haber podido despegarse de la dudosa aureola del primer presidente de la recuperación de la democracia, pero su tarea será ciclópea para poder alcanzar las metas que el insinuó y que son infinitamente menores que lo que realmente esperan sus partidarios.
Armenia no posee una democracia consolidada, sino que aún lucha por ingresar en un proceso que lo lleve a alcanzar una democratización sostenible y real. La buena voluntad y los deseos son apenas parte de la esperanza de un pueblo que quiere ser verdaderamente dueño de su destino y dejar de estar sometido al caudillo de turno.
Sucede que Armenia no tiene prácticamente partidos institucionalizados o consolidados. Apenas asoman el Tashnagtsutiún y alguna que otra fuerza que intentan imprimir su sello en la ciudadanía, pero que en el fragor de su participación en distintos gobiernos, su buenas intenciones, compromiso y protagonismo, fueron absorbidos por socios políticos con otras ambiciones de poder.
Es claro que el comportamiento del votante de la capital armenia derivó de su admiración a Pashinian, esa sumisión previa no dejó lugar a ninguna otra opción por más valedera que fuera. El votante optó por consolidar al premier en un proceso que fue altamente democrático y totalmente diferente de otros comicios. Pero en ese proceso anterior no hubo lugar para el debate o la sana confrontación de ideas, o propuestas partidarias. Sí hubo espacio para los ataques personales entre candidatos y fuerzas políticas. También se presenció una intensa campaña en las redes contra el Tashnagtsutiún, con argumentos extraídos de la época de las cavernas y realmente poco verosímiles.
Hablábamos al comienzo de ciertas preocupaciones y éstas se manifiestan alrededor de la decisión de encumbrar un líder que puede transformarse en extremadamente popular y que ese hecho, sin dejar de ser democrático por supuesto, puede ser un verdadero obstáculo para la existencia de un sano pluralismo.
Luego del resultado de las elecciones de Ereván, Pashinian apura nuevas elecciones parlamentarias para poder fortalecer su poder en el lugar debido: La Asamblea Nacional Armenia. Y aquí surge otro escenario. Es verdad que el partido Republicano está debilitado, pero todavía es propietario de la mayoría de las bancas. Quién puede disciplinar a decenas de diputados que ya se saben fueran del parlamento. Y quién puede además asegurar que sus reemplazantes, probablemente surgidos de las filas de la militancia que lidera Pashinian sean la verdadera solución para Armenia y sus problemas.
Como vemos, esta etapa de la historia política moderna armenia recién comienza.
Jorge Rubén Kazandjian