Shushí es Armenia. Punto final.
La liberación de Shushí siempre se celebró con mayor solemnidad y esplendor que la declaración de independencia de la República de Artsaj. La realidad es que la fecha del 2 de septiembre estuvo más condicionada por la liberación de Shushí, que por el referéndum y su proclamación de independencia.
Cuando se piensa en Shushí, algunas personas recuerdan el significado que tenía el sueño de liberarla; y otras, la euforia que sentían durante aquellos históricos días de lucha cuando realmente fue recuperada. Porque cualquier soldado, político, habitante de Artsaj, de Armenia o de la Diáspora, entendía que mientras Shushí estuviera en manos de los azeríes no era posible pensar en la liberación de Artsaj y en su seguridad. Tampoco hay duda de que Azerbaiyán pensaba lo mismo y, por ende, no es casual que durante todo este tiempo Aliyev propusiera a Shushí entre las posibles concesiones armenias. Esto da cuenta de la importancia estratégica que Shushí tuvo durante la primera guerra, como base para la liberación de las áreas del sur, y durante estos treinta años, como núcleo conector seguro para el corredor entre Artsaj y Armenia, y como centro que articulaba y garantizaba la comunicación entre el norte y el sur. Shushí hacía posible Artsaj; la hacía viable.
Siempre pensamos que el futuro de Artsaj estaba determinado por la voluntad inequívoca del pueblo armenio, y que los infortunios diplomáticos, políticos e incluso militares que pudieran presentarse nunca generarían tanta vulnerabilidad como durante el período en que Artsaj fue liberada; y que por lo tanto, no estaban justificadas las concesiones de ningún tipo. Hasta que llegó Pashinyan, un líder que modificó la perspectiva y alteró el producto.
Pashinyan pone en duda que Shushí es Armenia. Por lo tanto vale la pena preguntarnos: ¿si nos hace entender que aquella hermosa ciudad le pertenece a Azerbaiyán, también está insinuando que toda Artsaj es azerbaiyana y que nosotros fuimos verdaderos usurpadores? Su declaración en el parlamento basta para que imaginemos lo que él debe pensar respecto de Van, Gars, Ardahan, Mush, Sasún, Kedashén, Hadrut, Pertdzor, Talish y Erzerum. ¿Qué queda para Djavajk y Najicheván? ¿Próximamente nos dirá que dejemos de afirmar y enseñarle a las generaciones venideras que el Monte Ararat es armenio? Posiblemente llegue el momento de escuchar semejante barbaridad, cuando tengamos que renunciar al reclamo por el reconocimiento, la reparación y la restitución.
Si la creación del Estado armenio y de la República del ´18 simbolizó el renacimiento de la Armenia antigua y de su valor histórico, la liberación de Shushí significó un punto de inflexión en la reivindicación de los derechos del pueblo, y, por lo tanto, abrió una nueva página en la historia de la victoria nacional.
La guerra del 2016 demostró la importancia estratégico-militar de Shushí, y de otros poblados de altura, en la lucha contra las hordas azeríes que intentaban atacar las fronteras armenias y su población civil. Shushí también encarnaba los extraordinarios sentimientos de lucha y de patriotismo, era un símbolo del iluminismo surgido en siglos pasados, del espíritu creativo y del desarrollo cultural regional; y para su liberación se hicieron todos los sacrificios necesarios para salvar la dignidad armenia ultrajada. Pese a todo esto, para el responsable de guiar los destinos de los y las armenias, Shushí no era tan importante en lo nacional, en lo estratégico, en lo cultural y en lo político. Según sus declaraciones, era una ciudad triste y desdichada.
Generaciones que durante décadas vivieron bajo la presión directa de turcos y azeríes, con un esquema cristalizado de discriminación estructural, persecuciones y matanzas, no habrían imaginado ser protagonistas de un hecho histórico tan trascendental para la historia de su nación. Se aferraron con todas sus fuerzas al fusil, abrazaron la tierra hasta que vencieron, y treparon las rocas con sus garras de león para sorprender al enemigo y poder izar la tricolor en los muros de la fortaleza. Y quienes no estuvimos ahí, aunque tardíos, fuimos testigos de las campanadas de la victoria, y afortunadamente, cada detalle de los momentos triunfantes y de la vida entusiasta de aquellos días ha sido registrado en videos y fotografías. Eso lo hizo épico e inmortal.
Pero, a fin de cuentas, todo el logro colectivo dejó de ser. En menos de treinta años vino un troyano para arruinarlo todo; para entregar en pocos días lo que tanto tiempo, tantos sueños y tantas vidas costó.
El 10 de noviembre Pashinyan alegó haber sido víctima de una conspiración y acusó a los gobernantes que le precedieron por ser los responsables de la caída de Shushí. Para Nikol, alguien dio la orden de retirarse y los soldados dejaron de pelear heroicamente en defensa de su ciudad. Lo dijo con tono agresivo. Lo hizo solo, en una habitación y frente a una cámara. Se enojó cada vez más y gritó tan fuerte que hizo notar su agudo e irritante timbre de voz. Consiguió que sus seguidores, y las personas que todavía no entendían lo que sucedía, dieran crédito a sus argumentos.
Más adelante, luego de desviar suficientemente la atención, justificó sus actos afirmando que la lógica que se venía manejando desde la gestión anterior (para poner fin a la guerra) estaba vinculada a la entrega de territorios, incluida la ciudad de Shushi, y sin la definición de un status para Artsaj. Resulta pertinente recordar que inmediatamente después de dichas declaraciones, su Ministerio de Relaciones Exteriores lo desmintió.
Pashinyan, finalmente, dejó en evidencia que Shushí fue entregada por su gobierno y que ninguna conspiración interna tuvo lugar. Declaró que a principios de la década de 1990 los azeríes representaban más del noventa y seis por ciento de los residentes de la ciudad, y que Aliyev ofreció un alto al fuego a mediados de octubre con la condición de que los antiguos residentes azeríes pudieran regresar a Shushi, bajo control armenio. Y continuó diciendo que era ilógico considerar a Shushí una ciudad armenia con un noventa por ciento o más de población azerí; como si esa condición se materializara fácilmente desplazando a la población armenia residente. El alcalde de Shushí había anunciado que en 2008 estaban agotadas las plazas de viviendas en la ciudad, y que no había ni un solo apartamento vacante allí; algo que técnicamente complicaría el regreso de una sola familia azerí. Además, resultaría poco probable (por no decir imposible) que si Shushí permaneciera bajo control armenio, un azerí, incluso obligado por Aliyev, se arriesgue a ir. ¿O acaso algún armenio elegiría vivir hoy en territorios controlados por Azerbaiyán, como Hadrut? Simplemente, los argumentos están muy alejados de la realidad, y, por ende, visualizamos aquí otro intento de manipulación de un desesperado primer ministro que teme perder el control.
Independientemente del porcentaje de habitantes azeríes en Shushi de los años 90, es de público conocimiento que ha sido una ciudad armenia durante siglos, mucho antes que Azerbaiyán existiera, y que sus modificaciones en la densidad poblacional durante la época soviética se deben a las masacres de miles de armenios y a las políticas de vaciamiento; algo similar hicieron en toda Najicheván. Además, ¿el porcentaje de la población es un indicador que utilizamos como pueblo para definir qué tierras son históricamente armenias? Vuelvo a preguntarme: ¿qué sucede con Hadrut, con Kedashén, con Djavajk, con Najicheván, con Gars?, ¿los y las armenias que viven allí dicen habitar tierras que pertenecen a los turcos, azeríes o georgianos, o afirman sin dudar que viven en la Armenia histórica?
Muchas personas creen que Pashinyan se equivocó y se sigue equivocando por inexperto, por ingenuo. Porque si hubiese jugado de manera más realista y profesional a nivel diplomático, si no hubiese dirigido su vista tanto hacia occidente, y si hubiera preparado al ejército para estar a la altura de las circunstancias, quizás no hubiésemos visto tanto horror. Que si hubiera aceptado la oferta de Aliyev, la guerra no hubiese durado hasta el 9 de noviembre y, por lo tanto, no se hubieran perdido más territorios, ni Shushí por completo, ni más vidas de soldados y voluntarios.
Por el contrario, creo que su discurso y accionar están viciados de malas intenciones; que a Nikol le interesa más el poder que el destino de un joven soldado, que la tragedia de una familia que lo pierde todo, de padres y madres que no pueden enterrar a sus hijos, y de pueblerinos que queman los hogares que con sus propias manos construyeron.
Para visualizar nuevamente al ejército armenio, marchando con valentía sobre su suelo patrio y cantando a viva voz sus canciones patrióticas de la victoria, es necesario mantener despierto el espíritu nacional, el reclamo en las calles por los prisioneros de guerra, el pedido de renuncia del traidor, el juicio al traidor y el justo castigo del pueblo.
Es imperioso garantizar que la seguridad nacional vuelva a ser prioridad en la agenda. Es imprescindible lograr la renuncia del traidor, gritando fuerte en Armenia y desde la Diáspora. Es necesario volver a sentir que somos nuestras montañas, que somos la patria del Ararat.
Lic. Agustín Analian