Volver a creer
El juego perverso que han sumergido al pueblo armenio los gobiernos de Azerbaiyán, de Turquía y de la misma Armenia, sumado a la indiferencia internacional, casi deja sin oxigeno y pone ante una asfixia inminente a una nación milenaria.
Los gobernantes de estos países aplican muy efectivamente una estrategia cuyos efectos golpean y desorientan a propios y a extraños, porque el plan es bien claro y perverso a la vez.
Es el juego de la verdad y la mentira, de la denuncia y el atropello, el del verdugo y la víctima, el del terrorismo y la normativa, el de la tortura y la protección, el de la paciencia y la intolerancia, el de la negociación y el chantaje, el del odio y la paz.
De esta forma es protagonista todo un pueblo, una nación, esté donde esté, de uno de los momentos más crudos, porque golpea, deja, y dejará mella cada decisión o cada omisión.
Lo será para quienes estén en Artsaj, en Armenia y en cada punto de la diáspora, entendiendo claramente las distintas situaciones y grados de impacto y sufrimiento que los afectan.
A un altísimo costo, el pueblo de Artsaj se debate entre resistir a la desaparición o convertirse en una minoría sometida dentro de un Estado xenófobo, racista y genocida que no tiene ni la mínima intención de convivir con cualquier armenio dentro o fuera de su territorio.
El pueblo de Armenia, inmovilizado por un gobierno que lo acorrala constantemente, les propone elegir entre el silencio o una supuesta muerte segura si se levanta la voz. Le propone cerrar los ojos ante la pérdida de hombres y mujeres desde el 2020, sin derecho a saber cómo, dónde, o cuál es su destino en el caso de los desaparecidos o quienes permanecen secuestrados.
Les propone cerrar los ojos ante la tortura, el aislamiento, el hambre y la muerte que hoy sucede con el pueblo de Artsaj. Cerrar los ojos ante la pérdida de cada metro de tierra armenia. Cerrar los ojos ante los cuestionamientos desde el oficialismo a expresiones de libertad, de soberanía, de independencia.
Le propone cerrar los ojos ante la posibilidad de transformarse en cómplices de los negacionistas del genocidio del pueblo armenio y de dejar de entender como un derecho irrenunciable el reconocimiento y la reparación. Cerrar los ojos ante la autodeterminación de un pueblo como el de Artsaj que merece ser quien determine su futuro. Cerrar los ojos y caminar hacia un abismo guiados por un Gobierno que se ha entregado otros intereses y que está alejado de los armenios.
Por otro lado, una diáspora que, con todas las distintas realidades que en ella conviven, sigue sin reacción efectiva, se debate entre la desazón, la resignación, y la incredulidad por los hechos ocurridos desde la guerra 2020 hasta hoy. Una diáspora que, adormecida, permanece en estado inexplicable ante las palabras de los encantadores del terror que expresan que Armenia y solo Armenia decide su destino sin que la diáspora se involucre. Que Artsaj no es Armenia, que Artsaj es parte de la integridad territorial de Azerbaiyán, que el Genocidio sufrido por el pueblo armenio es pasado que no hay reclamos y que eso es hoy solo una cuestión de la diáspora. Que son tiempos de recapacitar, de rever nuestra construcción de Estado nacional, de negociar y apostar al progreso e integración regional, sea cual fuere el costo.
La desestabilización que provoca cada una de estas ideas, el daño que provoca al colectivo armenio cada expresión de estas, no son nada ante la realidad que producen ya que hay mas muerte, mas odio, menos paz, menos progreso, un futuro incierto pero más cercano a lo desfavorable que a lo deseado.
Lo más grave de este proyecto planificado, es que persigue la separación, el alejamiento entre Artsaj, Armenia y la diáspora.
Entonces si Artsaj está en jaque al encontrarse sitiada, si Armenia puja por salir de un corset de chantajes obscenos, deberá ser la diáspora quien deba irrumpir y golpear a esta realidad que nos conduce a la pérdida más grande que podemos sufrir.
La pérdida, lamentablemente, no es solo de vidas humanas, no es solo territorial, es la pérdida de ese deseo de alterar las situaciones adversas, la pérdida del deseo de la rebeldía ante enemigos siempre poderosos. La lucha es una característica del pueblo armenio, está en su esencia colectiva.
Debemos volver a creer en la victoria y en la capacidad de alcanzarla; entender que una diáspora fuerte y enfocada en su rol es decisiva. Creer en una Armenia libre, unida, soberana; en un Artsaj independiente y a salvo de las garras de sus enemigos.
Todo dependerá de nuestra capacidad de comprender, de una vez por todas, que es una cuestión de prioridad para todos los armenios y que el enemigo trata expandir sus sombras sobre todos los armenios, estén donde estén.
Hagop Tabakian
Representante del Comité Central de la FRA-Tashnagtsutiún de Sudamérica